PARRESHÍA

Instante

Instante

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Devenir.

"Mis tiempos", llamó un expresidente a sus memorias. El posesivo implicaba algo más que pertenencia: caducidad e impotencia. Caducar, en tanto tiempos extintos, sobre los que ya no existe oportunidad de incidir; tiempos ajenos a su alcance. Tiempos sobre los que se guarda responsabilidad, pero que ya no son. Impotencia en el sentido de que solo aquéllos habían sido tiempos de su acción, los sucesivos le quedan vedados; nada puede hacer ya el sujeto sobre ellos. En el fondo lo que dice el título es que un expresidente no tiene tiempos; aunque persista él en el tiempo, aunque sobreviva, es un muerto en vida, al menos políticamente. Lo hecho, hecho está; sobre ello solo cabe el juicio de la historia.

"Mis tiempos" es un título que pudiera parecer egocéntrico, pero que en el fondo expresa más dolor que orgullo. Aquellos fueron mis tiempos, dice, mi oportunidad; ahora ya no tengo ocasión alguna, nada puedo hacer como antes hacía, ni sobre lo que antes hice, ni sobre lo que ahora es, políticamente hablando. Aquello que hice queda imborrable, aquello que no, ya no fue, ya jamás será.

Sabia virtud de conocer el tiempo, dijo Leduc.

"Mis tiempos" es, además, una lección política: cuida tus tiempos, vuelan.

Una de las explicaciones del tiempo la da Nietzsche con Zaratustra, éste se encuentra en lo alto de una montaña ante un portal, a cuyo frente corre un largo callejón que se pierde en el horizonte y a sus espaldas se extiende hasta perderse otro callejón. El primero corre hacia delante, el segundo hacia atrás. Los dos van en direcciones contrarias; los dos hacen colisión en el portal. Cada uno corre a su eternidad; ambos se pierden en el infinito; los dos confluyen en el umbral.

Un callejón es el pasado, otro el futuro; el "aún no ahora" y el "ya no ahora". El portal es el instante, único lugar desde el que se pueden observar y tocar tiempo y eternidad.

Los callejones, cual bandas sin fin, corren ininterrumpidamente y, pareciera, que lo único fijo, consistente, seguro es el instante. Pero es una ilusión óptica, si observamos al instante en cámara lenta, veremos que cada instante a cada instante deja de ser y es arrastrado por la corriente al pasado; al mismo tiempo el futuro se constituye instantáneamente en instante que se pierde de inmediato en el ayer. Nada más movible e inestable que el instante en perpetuo devenir.

Pasado y futuro se ahondan en el infinito, pero se tocan en el instante, en tanto centro de su antagonismo. En él se decide, realiza y agota el propio instante, y en él se imprime la perspectiva que resulta del choque de tendencias en el preciso momento de su furtiva existencia. Para Nietzsche, el instante es la verdadera eternidad, no el momento fugaz que se desliza velozmente ante nuestra vista, sino la colisión de fuerzas que anuda pasado y futuro en el hacer de un instante, hacer que es, a partir de su momento, eternamente.

Solemos poner la atención en los callejones, su movimiento y longitud, cuando lo que importa es el instante; no solo por ser el único en el que podemos actuar, sino porque su oportunidad, además de fugaz, es irrepetible. Evito entrar al tema del eterno retorno de lo mismo, que demanda una explicación de calado mayor al motivo de este texto. Tan solo señalo, el eterno retorno de lo mismo es del ser, no del instante.

El instante, pues, es en el devenir el momento único del reto y la oportunidad. Reto para la acción de llevar la potencia al acto, la voluntad al poder, es decir, al ser. Desafío de imponer al tiempo nuestra perspectiva, de hacer humanamente eficaz el instante, de dotar al devenir de sentido y de valor. Y oportunidad, a la luz de sus raíces latinas de op: "a hacia" y portus: "puerto", en tanto adecuado, propicio, útil y en ocasión.

Tal y como pasado y futuro confluyen en el instante, en él también conciertan reto y oportunidad; reto en tanto puerto de destino y oportunidad en tanto lo adecuado, útil, conveniente y de ocasión para llegar a él. Lo oportuno implica de suyo qué es lo oportuno, en qué se es oportuno y por qué es oportuno.

Siguiendo con Nietzsche, el ser es voluntad de poder, entendiendo poder no como sometimiento ni dominio, sino posibilidad de ser más, de ir más allá de uno mismo, de superación de sí. Pero la voluntad de poder solo puede realizarse en el movimiento, en el moverse a más; por ende, en insertar su impronta en el devenir. Ser y devenir son uno en la voluntad de ir más allá de uno mismo, de ser más. Finalmente, la voluntad de poder solo puede ser, realizarse, en el instante, en el hoy y aquí. En el entendido de que lo que hagamos en cada instante, inmediatamente dejará de ser para perderse irremediablemente en el pasado, fuera de nuestro alcance. Por igual, el futuro se nos impondrá a cada nuevo instante con fugaz devenir.

En otras palabras, lo que no hagamos en el instante, jamás será.

En política esta verdad es aún más densa, porque el quehacer político tiene efectos colectivos. La acción política, siendo el acto de un individuo en particular, dado el poder del que está investido -éste sí de dominio y sometimiento-, tiene consecuencias colectivas de gran alcance y hondura.

Por tanto, políticamente hablando, quien tiene la atribución política de gobierno carga la responsabilidad de todos y solo puede actuarla, hacerla efectiva, de instante a instante. Situado en él, en el instante, el gobernante ve al pasado y al futuro; pero solo puede actuar en cada preciso e huidizo instante. Cuando no lo hace y responde a las exigencias del instante con disquisiciones sobre el pasado o prospectivas del futuro, pierde irremisiblemente el instante para todos. Es arrasado en la impotencia de su oportunidad con el instante perdido.

Quien está situado por efectos de la organización política en el ejercicio del instante colectivo, tiene como principal obligación gobernar a cada instante sobre el instante. Es el instante su tiempo, su oportunidad, su responsabilidad, su cárcel. Quien pierde su instante lo pierde eternamente.

Todo instante es fugaz. El ejercicio del poder es de instantes y constituye un instante en la historia de una nación. Una vez ido, pasa al cajón de "Mis Tiempos"; aquellos que fueron y se fueron, sobre los que ya nada se puede hacer, salvo escribir memorias.







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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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