PARRESHÍA

Crecimiento y bienestar

Crecimiento y bienestar

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Cuestión de lógica.

Si los frutos del crecimiento han sido injustamente distribuidos, ¿es un problema de crecimiento o de distribución?

Se aduce que ya no importa el crecimiento económico en tanto indicador, sino la dispersión de ayudas económicas que, sin filtros, se equipara como bienestar. Ello, porque, se sostiene, el crecimiento en la época neoliberal no fue debidamente distribuido. Luego entonces, concluyen, el crecimiento no importa, solo el bienestar que se ostenta como una justa y masiva distribución.

El argumento adolece de lógica. No es un problema ideológico, ni partidario y menos clasista; es de estricta lógica.

Crecimiento es una medida de cantidad: cuánto se crece o se decrece; distribución es un modo: cómo se reparte; y bienestar es un estado, una situación de ser y de estar que expresa cualidad: mínimos de calidad de vida o, para ser más claro, los mínimos requeridos para ordenar, desde las decisiones más simples, la más amplia y abierta posibilidad de hacer frente a todo.

Por tanto, culpar al crecimiento de ser el causante exclusivo del no bienestar, no es sostenible.

En la medición del bienestar intervienen muchos factores de diversas naturalezas: salud, educación, infraestructuras, empleo, ingreso, seguridad, entre otras. El crecimiento económico no es, ni puede ser, el causante único y directo del bienestar, aunque sí integra cuerpo en la batería de elementos que lo hacen posible.

Por su parte, la injusta distribución de la riqueza tampoco puede ser culpa del crecimiento, porque, repetimos, el crecimiento tiene que ver con cuánta riqueza se produce, no con cómo se distribuye.

Quien genera riqueza es responsable de su procreación y, por supuesto, de cubrir prestaciones laborales justas e impuestos correctos, pero hasta allí llega su carga; en tanto que el bienestar, en tanto concepto social, es imputable a la sociedad toda organizada en Estado eficiente, eficaz, responsable y justo. El empresario, por ejemplo, responde de cubrir las cuotas patronales al seguro social y los impuestos correspondientes a la riqueza generada; con ello el Estado asume la obligación de prestar los servicios de los salud públicos. No se podría en estricta lógica culpar al empresario del desempeño sistema de salud pública que, por cierto, se compone de muchos más ingredientes que los recursos económicos aportados por el patrón.

Ahora bien, distribuir tampoco es necesaria y directamente bienestar; se puede distribuir pobreza si se distribuye más de lo que se tiene, o bien si se concentra en unas cuantas manos los frutos que corresponden a todos.

Por otro lado, se pueden distribuir apoyos económicos masivamente y no generar bienestar, si ello no se acompaña de mínimos de condiciones de libertad, derechos humanos, salud, servicios de salud, educación de calidad, agua, drenaje, iluminación, comunicaciones, seguridad, empleo, salario remunerador, retiro decoroso, procuración e impartición de justicia, democracia y control ciudadano del poder, entre otras.

Finalmente, ¿puede generarse bienestar y distribuirse riqueza sin crecimiento? No. Es indispensable crecer para tener qué distribuir. Si no se crece y, sin embargo, se incrementa lo distribuible, a la larga se distribuye pobreza.

Si lo que se distribuye es la gallina y no los huevos, necesariamente se llegará a no tener ni una ni otros que distribuir. El bienestar para ser, debe ser sustentable y requiere de dos condiciones: conservación de lo que se tiene y su acrecentamiento. Sin ello no se conserva nada y solo se acrecienta la nada.




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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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