Artista y actor
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La política es arte. Arte porque es creación. El verdadero político hace brotar de la contradicción y el conflicto la unidad y la armonía, tal y como el escultor libera del mármol la figura que embelesa y el pintor convierte en ensueño trazo y color, o el compositor hace de las mezcla de notas melodía.
El político como creador tiene que dar más de sí, olvidarse de él para atraer empatías y convertir voluntades en acción. Del macizo amorfo de la masa y la dispersión de lo plural hace surgir unidad de acción efectiva. Como creador no impone, invita; no somete, orienta; no empuja, encabeza. No rige, embelesa, mueve, transforma.
Sin duda la política también es ciencia, en tanto administración, políticas públicas, leyes, programas, presupuesto, protocolos, métodos, sistema de seguimiento y evaluación, rendición de cuentas, transparencia, comunicación. Pero todo ello solo tiene sentido cuando existe una causa común hecha proyecto y voluntad políticos. Sin ello, el mejor propósito es solo ensueño. De allí la necesidad de que el político sea un ser extraño, a un tiempo pragmático e idealista, romántico y eficaz.
Así, el político es ante todo artista y su obra es el ámbito que crea entre los hombres (inter-es) que, como decía Arendt, a un tiempo los concita, separa y distingue, cual mesa redonda del Rey Arturo, donde todos tenían lugar, espacio, motivo y espada. Bien lo dijo Theilhard De Chardin: la verdadera unión diferencia.
Pues bien, es necesario tener presente que el artista difiere del actor. El primero crea, el segundo representa, actúa, se inviste de un papel. El primero, para crear, tiene que ser él e ir más allá de sí mismo, en una entrega sin límites hasta sublimarse en su creación: vive para ella. El segundo se esconde tras la máscara de su actuación, cual personaje de la tragedia griega; no se pide de él autenticidad, sino imitación, apariencia, representación.
Y las respuestas que ambos encuentran también difieren. El político despierta voluntad y acción; entrega, convicción, lealtad; pertenencia y permanencia. El actor excita; por un momento mueve a la risa, a la tristeza o al rencor. En caso de que baile o cante, las cabezas del público se moverán acompasadas, pero al caer el telón cada una de ellas saldrá en silencio y sin despedirse de las demás, extrañas y ajenas compañeras de función, sin que de la experiencia y compañía quedé nada. Sociedades de guardarropa, las llamó Baumán, porque en el teatro solo eso comparten.
Ésta es también la diferencia entre movimiento e institución. El primero moviliza, agita, enciende, pero, como bicicleta, cuando cesa el movimiento cae. La institución teje solidaridades, causas, intereses, incentivos y castigos, arraigos y pertenencias; sueños. De todo ello surge algo orgánico y común que es de todos y de nadie a la vez, pero que se asume como propio, compartido, identitario. En el movimiento se puede compartir -y de nuevo, fugazmente- furia, pero el rencor, que es un árbol de espinas en el corazón, no produce más que rencor.
Comprenderá Usted que corresponde al artista crear valores, instituciones y futuro, mientras que toca al actor exitar emociones pasajeras y hasta entrópicas.
Cuando Zaratrusta estuvo listo para bajar con los hombres, oyó el llamado de algunos extraviados en el bosque que, habiendo perdido el mundo del más allá, seguían embelesados con lo que ya era nada. Uno de ellos era un mago que intentó engañarlo, sin suerte. Zaratustra le recriminó: "Tú tienes que engañar (…) ¡Tú tienes siempre dos, tres, cuatro y cinco sentidos! (…) Acicalarías incluso tu enfermedad si te mostrases desnudo a tu médico."
Pero fue más allá, hasta el desengaño de su mentira: "te has convertido en el encantador de todos, más para ti no queda ya ni una mentira ni una astucia, - ¡tú mismo estás para ti desencantado! (…) Has cosechado la náusea como tu única verdad. Ninguna palabra es ya en ti auténtica, pero sí lo es en tu boca: es decir, la náusea que está adherida a tu boca."
A ello el mago (actor) admite: "Oh Zaratrusta, estoy cansado, siento náuseas de mis artes, yo no soy grande ¡por qué fingir! Pero tú sabes bien que - ¡yo he buscado la grandeza!
"Yo he querido representar el papel de un gran hombre, y persuadí a muchos de que lo era: mas esa mentira era superior a mis fuerzas. Contra ella me destrozo.
"Oh Zaratustra, todo es mentira en mí; mas yo estoy destrozado - ¡ese estar destrozado es auténtico!"
Pronto el mago olvidó su confesión, y ya en la cueva de Zaratustra, cuando éste salió a respirar el aire de la noche, regresó a las andadas, sin percatarse que sus críticas lo incriminaban:
"Un animal, un animal astuto, rapaz, furtivo,
Que tiene que mentir,
Que, sabiéndolo, queriéndolo, tiene que mentir;
Avido de presa,
Enmascarado bajo muchos colores,
Para sí mismo máscara,
Para sí mismo presa-
¿Eso – el pretendiente de la verdad?
¡No! ¡Solo necio! ¡Solo poeta!
Solo alguien que pronuncia discursos abigarrados,
Que abigarradamente grita desde máscaras de necio,
Que anda dando vueltas por engañosos puentes de palabras.
Por multicolores arco iris,
Entre falsos cielos
Y falsas tierras,
Vagabundo, haciendo equilibrios,-
¡Solo necio! ¡Solo poeta!" (Nietzsche)
La enseñanza de Zaratrusta a todos estos extraviados (mago, reyes sin reino, papa sin papado, profeta de la nada y hasta la propia sombra de Zaratrusta) es que el hombre perdido es solo aquel satisfecho consigo mismo; que llega antes de llegar, que festeja antes de triunfar, que canta el fin de una historia cuando apenas se desarrolla. Sombras, les llama, posibilidades de alma. Atrapados en la alienación de sí mismos.
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