PARRESHÍA

Muerte con la vida en vilo

Muerte con la vida en vilo

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Temer al temor.

Séneca, en los "arrabales de la senectud", nos habla de la muerte. "Medita tu muerte", aconseja en cita de Epicuro y pregunta: "¿Acaso resulta superfluo aprender un arte que solo ha de ejercitarse una vez?" Más luego rectifica: "Cada día morimos; cada día se nos quita una parte de la vida, y aún cuando crecemos, la vida decrece (…) aquella hora última en que dejamos de ser, no produce ella sola la muerte, sino que la consuma".

Para Séneca, quien no quiere morir no gusta de la vida, porque ésta se da "con la condición de la muerte, y a ella nos conduce. Temerla es desatino, puesto que las cosas ciertas se esperan y las dudosas se temen. La muerte es una necesidad igual e invencible."

Pero Séneca no busca la muerte cuando de ella habla; busca la vida en plenitud.

Para bien morir, parece decir, hay que vivir colmadamente, apresurar veloz la consumación de la vida, entendiendo consumar no como el ansía de muerte o fin cronológico, sino como abundancia, satisfacción y plenitud del vivir.

Lo primero para vivir plenamente es quitar el temor y Séneca pronuncia la máxima que siglos después hiciera suya Roosevelt -sin otorgarle crédito-: "más antes que todo, no te olvides de quitar a las cosas tropel y polvoreda y de ver en cada cosa lo que haya: entonces sabrás que en ellas nada hay más temible, sino el temor" ("a lo único que hay que tenerle miedo es al miedo mismo"). Y para estos tiempos de aciago ciberespacio recomienda: "No hagas caudal de la opinión de los hombres; es dudosa siempre y bifurcada".

Lo segundo es la distancia. Hay que vivir a plenitud, pero ocupándonos de lo más cercano. No de los dominios, de los patrimonios, de las famas, de los demás; sino de nosotros mismos. Para ello hay que tomar distancia de la historia gloriosa de imperios y conquistas, de iluminados y héroes. Esa historia es una de ropajes de reyes desnudos y pueblos extraviados. No es la historia de los otros la que tenemos que revisar, sino la nuestra. Aconseja Séneca que, en lugar de preguntar qué hicieron, preguntémonos qué hacer: "Incontables son los hombres que se hicieron amos de ciudades y naciones enteras; pero ¡qué pocos lo fueron de sí mismos!" Lo que dispara su pregunta: ¿qué hay de grande en esta vida? "Lo grande, contesta, es un alma firme y serena en la adversidad, que acepta todos los acontecimientos como si los deseara (…) Lo grande es tener el alma al borde de los labios y presta a partir; entonces somos libres no por derecho de ciudadanía sino por derecho de naturaleza."

Libres por naturaleza, dice, donde libertad es la effugere servitutem, la fuga (huida) de la servidumbre; de la servitutem sui, de la servidumbre de sí.

Podríamos concluir que la verdadera transformación, sin importar su numeralia, es en nosotros, no en los demás.

Y aquí estamos, si no en los arrabales de la senectud, sí en los de la desesperación. La mayor de nuestras pandemias son la incertidumbre y el miedo; "el alma al borde de los labios".

"Si quieres despojarte de todo desasosiego, nuevamente Séneca, por cualquier mal que temas pueda sobrevenirte, admítelo como venidero indefectiblemente, y, sea el que sea, sopésalo en tu consideración y a él ajusta tu miedo, y bien pronto entenderás que o no es cosa grave lo que temes, o no es cosa larga."

Admite con alma firme y serena la adversidad y a ella ajusta tu miedo. Lo peor es negar una y otro, cantando "todo pasará", o presumir que vamos requetebién, que somos paradigmáticos para el orbe, que dentro del castillo de la pureza ideológica todo es albricias.

No es espantándonos de nuestra sombra o culpando a los espectros de nuestras pesadillas como habremos de vencer adversidad y miedo.

Y si bien Séneca nos dice que meditemos nuestra muerte para apreciar la vida, también señala que la primera es de lugar incierto y que hay que esperarla en todas partes y, añadiría, en todo momento. De allí que sea nuestra responsabilidad asumir el mal, externo, y más aún el auto-producido, hoy y aquí a cada instante sin dilación. Vivir la vida a plenitud, ¿recuerda?, para estar en condición de resolverla con alma firme y serena. Huir de nuestra propia servidumbre, ser dueños de nuestro ser no esclavos de nuestros miedos.

Nada se resuelve en tanto neguemos entidad a la realidad y la afirmemos en nuestros temores o rencores.

Las vidas de mexicanos se nos van de entre las manos mientras ocupamos el quehacer público en fuegos de artificio y artificios de fuga.





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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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