PARRESHÍA

Efecto contra consecuencia

Efecto contra consecuencia

Foto Copyright: lfmopinion.com

¡Muera el político, viva el efecto!

En política, tanto como en la industria cinematográfica, los efectos han ganado primacía. Utilizo el vocablo "efecto" en sus acepciones de "impresión hecha en el ánimo" y de "técnica de algunos espectáculos, truco o artificio para provocar determinadas impresiones". Industria y oficio de impresionar: efectismo.

Los efectos especiales en el cine no solo falsean la realidad, sino que llegan a crear unas alternas, desplazando lo real, pero también al actor y hasta el paisaje. Ya no hace falta saber actuar, hablar o cantar; ni siquiera ser bello o aquilatar alguna aptitud. Los efectos especiales hacen hablar al mudo, cantar al desafinado, bailar al paralítico; hacen bella a la fea, al viejo joven, al débil fuerte. Una película de efectos especiales puede filmarse sin salir de un cuarto.

Tal es la suerte de la política; migró del resultado al efecto; al espectáculo, al escándalo, a las querellas efectistas; a la frivolidad.

La experiencia sale sobrando, el conocimiento es superfluo, la capacidad absurda, el arte estéril y la efectividad innecesaria; basta con un publicista que convierta al sapo en estadista y un comunicador que venda pompas de jabón por gobernanza.

Lo importante es generar efectos. Ganar la guerra de los efectos. ¡Muera el político, viva el efecto!

Dice Nietzsche que "todos los hombres que sienten que necesitan de las palabras y los timbres más fuertes, de los ademanes y actitudes más elocuentes para obtener al menos un efecto, (…) hablan de ‘deberes’; y siempre de deberes de carácter absoluto (…) predican algún imperativo categórico, o bien absorben una abundante dosis de religión, (…) como quieren que se tenga confianza absoluta en ellos, necesitan primero tener una confianza absoluta en sí mismos, sobre la base de algún precepto último, indiscutible, sublime en sí mismo, como cuyos servidores e instrumentos se sienten y pretenden aparecer" (otro efecto).

El predicador y el prestidigitador impresionan. Uno busca la sumisión, el otro la distracción; ambos el engaño. Para el que impresiona poco importa el interés general, las necesidades sociales, los obstáculos propios de realidad y convivencia, la suma de acciones individuales con propósitos comunes, los costos inherentes. Solo importa mover ánimos, causar efectos.

La política ya no tiene que ser eficiente ni efectiva; no tiene que dar resultados, basta que sea efectista.

Hoy la política es efecto.

Efecto por sobre consecuencias. Impresión por sobre resultados. Apariencia por sobre lo real. Cual la publicidad de alimentos, que los reproduce con resinas, pigmentos y barnices en efectos más apetecibles, jugosos y gratos a la vista, más del todo incomibles.

Nuestra realidad política es una de implantes, carteleras, máscaras de lucha libre, merolicos; ruido, sobre todo ruido; bots.

De allí que la deliberación política sea hoy cualquier cosa menos deliberación y política. Basta que sea efectista, que esparza efectos; que distraiga, impresione, agite, pasme.

El efectismo aliena y atenta contra los hechos que, con impresiones, niega.

La política de hoy premia el efecto sobre la consecuencia, el ánimo por sobre los hechos.

No busca resolver, se colma con distraer.

Solo es efectiva en efectos; tramoya.

Para los griegos la política era discurso y acción; hoy discurso y acción se reducen a efectos. Perdóneme la metáfora, pero es la diferencia que media entre el onanismo y el sexo: masturbación por política.

Los populismos se sustentan en efectos; son "efectitas", no efectivos. En el fondo son refractarios a las consecuencias.

El efecto hace de la política esterilidad.

La distracción solo produce distracción.

Sin embargo, el efecto tiene un pecado original: es efímero y evanescente; entrópico.





#LFMOpinion
#Parreshia
#Efecto
#Consecuencia
#Politica
#Resultados
#Efectismo
#Efectista
#Efectivo
#Eficaz

Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

Sigueme en: