PARRESHÍA

Perder el mundo

Perder el mundo

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Silencio.

El paria es la ausencia verdadera de mundo, sostiene Arendt en su ensayo sobre Lessing: "Y la carencia de mundo es siempre una forma de barbarie."

Pues bien, lo que estamos perdiendo con esta pandemia no es la vida, es el mundo.

Hoy todos somos migrantes. Podremos estar confinados en mansiones o en jacales, amontonados en vecindades o esparcidos en fincas de campo, pero todos somos ajenos al mundo que todavía ayer nos era común. Hoy, el padre no puede ver al hijo emancipado, el nieto añora los cariños de los abuelos, los hermanos solo se hablan por chat; el futbol se juega por X-Box. Todos somos extranjeros. ¡Qué tan presentes estás entre nosotros Camus!

Migrantes en nuestra propia tierra sin movernos de lugar; sólo nos retiramos a la invisibilidad, al silencio.

El mundo no es solo el globo terráqueo, sino las relaciones de naturaleza física, biológica y de noosfera que lo cruzan. Y el poder, ya lo hemos dicho, es relación: discurso y acción de los hombres en comunidad.

En la Alemania de la Segunda Guerra Mundial, nos dice Arendt, el parloteo nazi expulsó a casi todos al silencio y al encierro, pero al hacerlo abandonaron la realidad y al tejido de relaciones que la componían; perdiendo su humanidad.

Todos callaron ante las violaciones al marco legal, luego frente al exterminio generalizado, finalmente de cara a la derrota. Pero no fue la guerra lo que perdieron, sino su mundo. Aún en los campos de concentración y exterminio, los judíos y demás seres excluidos de la "nueva normalidad" tenían alguna cosa mas de su mundo, que los alemanes que en silencio vieron primero desaparecer el mundo de los otros y luego el propio bajo el bombardeo aliado y la locura hecha gobierno.

El mundo es en el fondo amistad, y la amistad, para los griegos, se fundaba en el discurso, entendido como conversación pública, no como monologo orwelliano. El mundo, dice Arendt, permanece inhumano "a menos que los seres humanos hablen constantemente de él. Pues el mundo no es humano simplemente porque está hecho de seres humanos y no se vuelve humano puramente porque la voz humana resuene en él, sino sólo cuando se ha convertido en objeto del discurso. Por mucho que nos afecten las cosas del mundo, por muy profundamente que nos estimulen, solo se tornan humanas para nosotros cuando podemos discutirlas con nuestros semejantes. Aquello que no puede convertirse en objeto de discurso -lo verdaderamente sublime, lo verdaderamente horrible o lo sobrenatural-, aunque encuentre una voz humana a través de la cual pueda sonar en el mundo, eso no es exactamente humano."

Concluye Arendt: "Los griegos denominaban philantropia, ‘amor por los hombre’, a esta humanidad que se adquiere en el discurso de amistad, dado que se manifiesta en una disposición a compartir el mundo con otros hombres."

Hoy, en la exclusión universal en la que hemos migrado al encierro, debemos evitar encerrarnos en el silencio del pensar y del sentir.

No perdamos nuestro mundo en el silencio. Peor aún, en el parloteo de las redes en donde se habla sin conversar y los algoritmos expulsan al mundo de la posibilidad de ser objeto del discurso.

Empecemos en llenar de contenido el ruido que hoy pretendemos por conversación.

Requerimos, para seguir siendo humanos, discursar nuestra realidad. No basta con reenviar videos, mensajes y memes. Menester es discutir nuestra situación de encierro, de miedo, de alienación.

En lugar de discutir las cifras de Gatell y los enconos mañaneros, discutamos lo que vibra en nuestro pensamiento y aceda nuestro sentir. Discutamos el terror que nubla nuestro futuro, la miseria que toca a nuestras puertas, la segregación que condena a los más desprotegidos a morir o a ser excluidos en un mundo que nos orilla, si nos dejamos, a ser intermediados por la tecnología.

Insisto, lo único que se echa de menos en esta "nueva normalidad" es el pensamiento y el sentir. Ambos callan en pasmo y en miedo, y en su silencio mueren mundo y humanidad.

Defendamos nuestro mundo y humanidad, defendamos nuestro amor a los hombres. Discursemos y actuemos adaptando discurso y acción a nuestras nuevas circunstancias de aislamiento, pero no dejemos que el encierro nos calle, que, ya lo dijo Arendt, un mundo en silencio es inhumano.

Rehusémonos a ser parias, a no tener mundo.




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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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