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La desconfianza

La desconfianza
Borges.

Si algo es sobresalientemente admirable en el viejo Borges, además de su escritura, es su amor por las palabras, más no por la sola unión de letras en sí, sino por su sonido y significado. Es famoso su ejercicio acerca de la Luna, the Moon tan redonda… me parece que toda su vida desde su ceguera trabajó la desconfianza como una forma de confirmación de su inagotable genio; queriendo creer, pero sin dejar de dudar, como un moderno Descartes, para ser, para explicarse con malicia.

Así nos aproximamos con él a resolver carencias y ambigüedades casi siempre con desconfianza. Ya sea porque tenemos miedo, incertidumbre en el futuro o en nuestras propias limitaciones y capacidades. Dudamos de nuestras fortalezas y debilidades. O tenemos otros datos y basamos nuestro juicio en información parcial, o creencias ideológicas dominantes, que sin duda perturban la percepción, para llevarnos al camino del recelo.

Contradicciones en la sociedad y consecuentes expresiones políticas y económicas, están basadas muchas veces en la desconfianza que altera nuestro entendimiento. Los deleznables hechos de repudio y agresiones a médicos y enfermeras son un ejemplo no sólo de ignorancia, sino fundamentalmente de desconfianza que genera lo inexplicable, lo distinto, lo ajeno.

Recientemente en Minneapolis, la discriminación y el odio racial generó tal desconfianza en medio de la pandemia que cuatro agentes policiacos blancos, arrestaron a un ciudadano negro, George Floyd, quien lamentablemente falleció, mientras un agente de la ley lo sometía con la rodilla en el cuello, sin dejarlo respirar. Se manifestaron otra vez las chocantes expresiones de rencor y repulsión. Sus últimas palabras: "I can’t breath " le han dado la vuelta al mundo como signo de impotencia e imploración ante el dolor.

Al día de hoy, las protestas y manifestaciones contra esta obvia brutalidad y exceso de fuerza, han generado el cese de los policías involucrados, el encarcelamiento por homicidio de uno de ellos, extensas manifestaciones y demandas de justicia, incendios, saqueos, vandalismo, más muertes y continuos enfrentamientos entre las fuerzas del orden y los demás en un caos de desconfianza monumental que ha significado que las autoridades estadounidenses llamen a la guardia nacional para contener las violentas exigencias en varias ciudades principales de la Unión y que el presidente twittero se refugie en el búnker bajo la Casa Blanca.

El color de la piel, las distintas religiones, las preferencias y prácticas sexuales diversas, las circunstancias particulares de nacimiento, el inteligible lenguaje, siguen determinando, con amplitud, los niveles de aceptación, confiabilidad e integración social.

En México, mientras tanto, senadores de Acción Nacional, aprovecharon una comparecencia a distancia del subsecretario más famoso para ahondar su propia ridiculez y atizar la desconfianza en la estrategia y en las cifras oficiales de la pandemia; mientras otra senadora de Morena aprovechó para aparecer en zoom desnuda del torso, ante la incredulidad del respetable. Una confusión freudiana, diría el psicoanálisis o, tal vez, la teoría del sujeto de Lacan.

De la misma manera, en las mañaneras se destila un ambiente de polarización y desconfianza entre liberales y conservadores, a tal grado que son irreconciliables las antagónicas concepciones del país que somos y el que queremos ser. Más aún del cómo enfrentar y resolver los graves problemas del país.

Mayor desconfianza está en la mayoría de los periódicos y en las opiniones y ‘sesudas’ disquisiciones filosóficas, insultos y propaganda de los consagrados intocables muchos con negros antecedentes éticos y expertos en campañas de rumores y maledicencias.

Se propaga como sargazo en el Caribe. La desconfianza se siente en todas las actividades de nuestras comunidades. En todas las regiones, en los distintos Estados. Hasta en la rebatinga por los semáforos de control sanitario.

Casi sin darse cabal cuenta, muchos insolentes escupen para arriba, en forma soez y procaz. Se abraza el irrespeto. Se atrasa el Progreso.

Los manifestantes desde la oposición en la comodidad de sus automóviles suenan los cláxones y cantan estribillos de jóvenes de secundaria, algunos lloran de la emoción.

Se escoge la desconfianza y la culpa, si la hay, es porque no sabemos hablar el mismo idioma., que no entendemos el significado de las palabras, que desconfiamos del valor del lenguaje y su fuerza para conciliar.

Conocida es la ambivalencia pedagógica del padre que subraya con convicción frente al hijo, y en tono magisterial: ¡nunca digas mentiras! En eso estamos cuando suena el teléfono y el padre al ver la pantalla de quién llama (concesión modernista), le dice al hijo: "di que no estoy…"

En los EUA, mientras el odio por las diferencias se manifiesta en las calles, los muertos por la pandemia ya rebasaron la cifra de los cien mil. Y el twittero presidente actual, trata de pasar el costo de las fallidas estrategias, con la mira en las próximas elecciones en noviembre, a los chinos, a la Organización Mundial de la Salud, a las autoridades locales, a Biden, a quien se ponga enfrente.

En tanto, la oposición demuestra que el discurso twittero genera más violencia y que es incapaz de enfrentar con un mínimo de éxito sus responsabilidades. Los demócratas desconfían ampliamente. Los republicanos también. Se radicalizan los votantes.

Ninguno concede que alguien en el otro bando haga lo que debiera hacer.

Lo mismo pasa en otros países, México incluido, donde la ya muy mentada desconfianza aparece casi en todos los rubros, aumentada con muchos kilos de sobrepeso para pocos en tiempos de crisis y de escasez para la mayoría.

Y en los organismos internacionales y en las llamadas calificadoras de riesgos, que nos tratan como "ángeles caídos", mientras sonríen frente a la conocida corrida de fuga de capitales para asegurar su reproducción, sin sobresalto alguno. Como diciendo, desde luego: "se los dije". Son mis datos los que valen, no los tuyos que tanto pareces aborrecer, diciendo a los economistas, a ciertos economistas.

Ahora he leído de los malquerientes del presidente Peje, que se disfrazará próximamente de contagiado-enfermo del virus invisible para desde el Hospital Militar, desde ahí, dirigir la mañanera y aumentar su popularidad.

Apelaría a la simpatía por el caído que tanto conmueve históricamente a los mexicanos y a la solidaridad por el enfermo en el cumplimiento del deber, más aún, en el campo de batalla.

No hay límite para el odio y la maledicencia cuando la desconfianza impera.

Y el problema es aún más grave, porque nuestro país es un mosaico diferenciado con múltiples particularidades estatales y regionales.

Donde su Pejeactitud quijotesca abona a consentir que cada quien haga lo que quiera, ‘nada por la fuerza’, pero que, en realidad, en tiempo de crisis, de pandemia, de creciente número de muertos, cuando nadie, salvo el famoso doctor más famoso, nadie vemos la esperada curva aplanada, por más que se explica y se espera.

Esa actitud, dadas las circunstancias de emergencia debiera migrar a un más eficiente liderazgo, todos junto haciendo lo que necesitamos hacer para, ahora sí, domar la pandemia. Reducir el número de muertos e infectados y estar todos en semáforo verde.

¿Cómo evitar la desconfianza y fomentar la certidumbre? Esa entidad femenina que no debe de ser más violada, sino convencida, convenientemente seducida. Por voluntad, asociada a nuestros mejores intereses.

Se trata de ser consecuentes. De ser congruentes. Más aún por parte de la autoridad que debe de gobernar con eficacia y eficiencia.

En efecto, para reducir la desconfianza necesitamos ver con nuestros propios ojos que se reduce la violencia. Que crece el PIB. Que los tiburones corruptos estén procesados. Que se mitiga la pobreza. Que la desigualdad se reduce. Que construimos un mejor país para todos, con educación y oportunidades. Que alcanzamos el desarrollo y el bienestar.

Y desde luego, que se doma la pandemia.

Releyendo a Borges: "decir es arquetipo de la cosa" En correlato: "los artificios y el candor del hombre no tienen fin".

A propósito, recuerda esta copla: Veinticinco palillos tiene una silla ¿Quieres que te la rompa en las costillas?



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Arturo Martinez Caceres

Arturo Martinez Caceres

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