PARRESHÍA

Sherezado

Sherezado

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Vendedor de esperanzas.

Cuidado con la esperanza.

Aún más con el esperanzador.

Incluso Zeus reprimió su ira negando la esperanza a Prometeo y Sísifo en sus eternas condenas.

Para los mortales y finitos, la ira divina no tuvo, sin embargo, resquicio alguno de compasión.

Tras el robo del fuego por Prometeo y su apropiación por la humanidad, Zeus "ordenó a Hefesto hiciera una mujer con arcilla, a los Cuatro Vientos que le infundieran vida y a todas las Diosas del Olimpo que la engalanaran": Pandora fue así la mujer más bella jamás creada.

Pandora -la de consecuencias desastrosas- fue dada por Zeus a Epimeteo, hermano de Prometeo; éste guardaba un ánfora en cuyo interior Prometeo había encerrado todos los males que pudieran caer sobre la raza humana e hizo prometer a su hermano nunca abrirla. Pero Pandora, por instrucciones de Zeus, la abrió y una gran nube esparció entre la humanidad vejez, trabajo, enfermedad, locura, vicio y pasión, entre otros muchos males.

Solo uno ordenó Zeus a Pandora dejar dentro del ánfora: el mal de la esperanza.

La "Caja de Pandora", se dice de la acción o decisión de la que, de manera imprevista, derivan infaustas consecuencias. Regalo de los Dioses a los hombres, bajo la seductora apariencia de "caja de la felicidad", al alcance de la mano.

"Ahora el hombre, sostiene Nietzsche, tiene siempre en sí mismo la caja de la felicidad y piensa maravillas del tesoro que posee en él, tiene la caja a su disposición y se sirve de ella cuando le place; pues no sabe que esta caja traída por Pandora era la caja de los males y considera el mal que quedó en su fondo como la más grandes de las dichas: se trata de la esperanza. Zeus quería, en efecto, que el hombre, por grandes que fuesen las torturas que sufriesen a causa de otros males, no rechazasen, sin embargo, la vida y la continuasen, dejándose torturar por siempre de nuevo. Por eso dio al hombre la esperanza; ésta es, en verdad, el peor de los males, porque prolonga la tortura de los hombres."

"Esperanza" es vocablo de múltiple acepción: "Estado de ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos. Valor medio de una variable aleatoria o de una distribución de probabilidades. En la doctrina cristiana, virtud teologal por la que se espera que Dios dé los bienes que ha prometido." Estado de ánimo y creencia anidados en deseo y expresados en espera. Vivir de y en la espera del deseo

¿Qué pensarán Prometeo y Sísifo de los mortales, siempre huyendo de su realidad en el pasivo nirvana de lo deseado? Ellos, al menos, nada esperan aunque lo deseen. Viven de espaldas al engaño.

La esperanza muere al conjuro del deseo cumplido; por eso lo evade, como Sherezada, alargando mil y una noches en invitación al infinito. No novecientas noventa y nueve, dice Borges, porque parecería que nos quedaron a deber; mil y una más tentando a lo infinito en olvido de nuestro pobre y limitado destino.

A la gente no le interesa la dura sucesión de lo cotidiano, prefiere fugarse a un más allá infinito, a un paraíso prometido. Sabe, sin embargo, de su imposibilidad, pero la esperanza es el antídoto a lo imposible; nos llama a jamás morir, al cuento infinito, al genio de la lámpara. A "Las mil y una noches": cuentos de cuentos dentro cuentos en sucesión sin fin, cual matrioskas rusas en juegos de espejos.

El Sultán cornudo mata de un tajo a los amantes y arroja la pedacería al foso del palacio. En venganza a la infidelidad femenina, cada noche desposa una virgen y la mata con la aurora para no ser nuevamente deshonrado. Hasta que llega aquella noche estrellada y Sherezada sube al tálamo mortuorio y, cual viejo confabulador nocturno alrededor de la hoguera, cuenta al asesino una fábula que alarga en vida la muerte anunciada; fábula que interrumpe al romper el sol para proseguirla al caer, noche tras noche, administrando la esperanza de no morir en un nuevo cuento.

La esperanza es un cuento de seducción y parálisis. Inasible, se tiene por destino a sí misma, siempre viva, por siempre tentadora; sin puerto de arribo, sin medida a ponderar, sin consistencia verificable.

La esperanza vende esperanza; ni soluciones, ni curas. Es como aquellas palabras huecas que en su ambigüedad prometen todo sin decir nada.

La esperanza truca la verdadera acción por alquimia de la acción, paraliza el esfuerzo humano y lo hunde en el sueño húmedo del deseo; el mismo que roba y arroba a los niños en los despeñaderos de Hamelin.

La esperanza en su alma lleva la semilla de la desesperación. Sherezada hizo de la esperanza un cuento infinito para no morir; en la vida real los sherezados hilan cuentos sin fin para que los hechos no los alcancen ni sus audiencias despierten en desespero.

Confabular guarda una doble acepción: contar fábulas y ponerse de acuerdo en un plan, generalmente ilícito. A veces ambas acepciones se hacen una: fabulando complots ajenos y confabulando propios.

La esperanza es creencia y espera. La política, en contrapartida, es discurso y acción; sociedad en movimiento, resultados, efectividad. La política de la esperanza es un contrasentido en sus términos, porque la esperanza no llama a la acción, es pasiva: espera y alarga las torturas y males de los mortales; no los procesa ni resuelve, vive de ellos y de "es-pejismos".

La caja de Pandora no es de felicidad, como las fábulas políticas no son efectividad, ni el deseo, por solo esperarlo, realidad.

La esperanza, cuando no mata, ataranta. Solo eso.



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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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