El experimento
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Sostengo mi hipótesis, pero descubro facetas que impactan de diferente manera en franjas que no comulgan con las mañaneras.
Presenciamos en nosotros un experimento de naturaleza comunicacional de gran calado. Exitoso hasta ahora en sus métodos y alcances.
Mañana tras mañana, ante nuestros ojos se impone una comunicación manida, ríspida, monótona, monotemática y provocadora, que fija agenda y secuestra conversación. A sus márgenes queda la realidad en desolado olvido. Sin duda ayuda lo desastroso y lacerante de nuestra cotidianeidad y la impotencia que parece precederle.
Hace semanas intenté un análisis de las mañaneras como hipnosis de las masas que les son afines.
Aunque, creo, pesa más en nuestro ánimo el miedo a enfrentarla, la propensión a creer exorcizarla ignorándola y el complejo nacional de auto denigrarse y perderse en la crítica estéril y castrante a la figura paterna todopoderosa, a un tiempo dadora y odiada, que bien analizaron los mexicanólogos y olvidamos generación tras generación (La Política y el mexicano, 1980).
Los hechos acreditan un aquí y un ahora sangrientos por inseguridad, mortuorios por el fracaso del procesamiento sanitario de la pandemia -salvo expresiones locales de tintes heroicos-; debacle económica, patria de desencuentros, futuro en incertidumbre y demencia por aliento.
En cualquier otra circunstancia, México estaría volcado de día y de noche a solucionar nuestra existencia y dotar de certeza al sobrevivir.
En lugar de ello, mañana tras mañana, con una efectividad digna de Mefistófeles, se nos hurta realidad, atención, entendimiento, conversación y voluntad, y se nos impone una agenda que supura nadería.
Si pudiéramos abstraernos y observar a distancia la realidad imperante en nuestra conversación pública, nos cortaríamos las venas.
Y si con la misma distancia y objetividad valorásemos la consistencia de los personajes impuestos en el escenario nacional; sus planteamientos, argumentos, apariencia y resultados; antes de desangrarnos moriríamos de náusea.
Hace unos días, con más de 200 muertos por violencia el fin de semana, con todas las perspectivas económicas en caída libre, con los índices de contagio y muerte en imbatible ascenso; con desempleo galopante y sin solución de tema alguno a la vista, la discusión nacional se centro sobre si Morelos requirió de computadoras.
Tampoco los chalecos requieren de magas ni las lagartijas de chichis.
Siempre se es en una circunstancia y si ésta no se salva, no se salva uno. Intercambiar sujeto y circunstancias es deificar la distracción, evadir responsabilidad, jugar al engaño. Demagogia y sofisma.
La conversación política hoy en México es digna de manicomio.
Nada ni nadie logra hacer entrar en razón a México en el vértigo de su delirio, desencuentros y desventuras.
En un experimento nacional que deja a Pavlóvich como niño de pecho, reaccionamos a impulsos comunicacionales cotidiana y homeopáticamente administrados.
No se requieren grandes ejércitos, ni cárceles, ni cadenas, ni campos de exterminio para dominar al pueblo; basta agitar sus miedos y rencores, despertar con la más absurda y temeraria de las distracciones sus conductas condicionadas. Quizás todo sea cuestión de modito.
En este experimento el ratón somos nosotros.
A fuer de una abyección, el peor de los sátrapas es hoy el mejor de los amigos. Respiramos porque nos fue bien, solo porque no nos fue mal a cambio de nuestra dignidad e intereses.
Bastó una cena para alinear toda narrativa mediática.
Hoy, la diáspora mexicana sabe ya que no hay México que la defienda: Sola, además de olvidada.
Me temo que el 21, discutiendo BOAS, soñando coaliciones, despotricando contra el mal, marchando en coches y twiteando, seremos los inconscientes artífices -uniformes, sumisos e impotentemente enardecidos- que consolidemos el férreo yugo.
Zombies dignos de la negación de nuestra circunstancia.
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