PARRESHÍA

Realidad secuestrada

Realidad secuestrada

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Horror a la política.

Orwell desarrolló un "horror a la política". Menester es dilucidar a qué política se refería a riesgo de tirar al niño con el agua sucia.

La política que horrorizó a Orwell fue aquella que "secuestra la realidad" convirtiendo al mundo entero en rehén: Al respecto sostiene Fernández Savater: "Espectador pasivo de su suerte, sometido a perpetuo chantaje entre distintos poderes que le prometen la salvación, el rehén es la figura de la imposibilidad de acción. Ha perdido su capacidad de hacerse cargo por sí mismo del mundo, de transformar la realidad. Su existencia depende de un juego de manipulaciones y de cálculos de poder entre agentes indiferentes de su destino y en los que él no puede intervenir."

No sé ustedes, pero yo me percibo ante una realidad secuestrada. Y con ella yo también bajo secuestro.

No hallo el espacio público propio de la acción ciudadana, de derechos, libertades y política. A cambio, sólo encuentro agendas superfluas, discusiones artificiales, fugas y distractores. Veo un México polarizado y reducido a estigmas espurios y rabias insanas, que nos desgarran en chantajes cotidianos propios de un juego de intereses por despojarnos de lo que hoy y aquí nos aqueja.

Una política similar fue la que horrorizó a Orwell y ante la que reclamó su derecho a preservar la singularidad y autonomía de su palabra para "abrir la realidad agujerando la política de bloques (conmigo o contra mi) y haciendo emerger una alteridad radical, irreductible a la polarización." (Fernández Savater)

Horas en racimo se malgastan al día para contarnos una historia que no es


De allí que me niegue a estigmas de cualquier signo; a demiurgos que demonizan a unos y expiden certificados de pureza a otros; al parto de un génesis de chistera, a los llamados, de uno y otro extremo, a destruir al mexicano que no comparta sus ideas, proclamas y ardores.

Parte significante del horror a la política de Orwell fue la crisis de las palabras, hoy más que nunca presente, como si éstas hubiesen también sido secuestradas, incapaces ya de nombrar nuestro malestar, de comunicar dolor, de despertar indignación, de generar comunión. Padecemos el desencuentro entre palabra, pensamiento y experiencia; de allí que la primera ya nada signifique, ni remita a algo real, quedando reducida a consigna y respuesta automática, extraditada del pensamiento crítico, de la deliberación política, del entendimiento forjador de comunidad. Convertida en ruido, en estática.

La realidad está secuestrada y nosotros con ella; lo mismo las palabras, vaciadas hoy de sentido.

Orwell se preciaba de captar de golpe en qué clase de mundo vivimos. Pieza citable es su relato recogido en "La historia se detuvo en 1936", donde narra su participación en la guerra española: "fue en España donde vi por primera vez artículos de prensa que no tenían absolutamente ninguna relación con la realidad de los hechos, ni siquiera esa relación que siempre conserva una mentira ordinaria. Vi descripciones de grandes batallas ubicadas allí donde nunca había tenido lugar combate alguno, mientras que enfrentamientos que habían costado la vida a cientos de hombres eran completamente silenciados. Vi tropas que habían combatido valerosamente acusadas de traición y cobardía, y tropas que nunca habían estado bajo el fuego aclamadas por victorias imaginarias; y vi periódicos londinenses difundiendo estas mentiras e intelectuales diligentes edificando toda una superestructura de emociones sobre unos acontecimientos que no se habían producido jamás. Vi, en definitiva, la Historia escribiéndose no de acuerdo a lo que había pasado, sino de acuerdo a lo que debía haber pasado según las diferentes líneas oficiales."

Como Orwell en su momento, vivimos el secuestro de la realidad, de nuestra acción y espacio público; de la palabra, del pasado y de la narrativa del acontecer. Horas en racimo se malgastan al día para contarnos una historia que no es.

¡Horror!




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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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