PARRESHÍA

La ratonera

La ratonera

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México desgarrado.

Entre mentadas, memes y desencuentros, México se desgarra; la exclusión asciende y la violencia reina.

Atentos al patíbulo mañanero no tenemos tiempo para atender la profunda ruptura de nuestro ser nacional.

Vivimos de y para el escándalo nuestro de cada día. El "soldado que en cada hijo te dio" es un ser excluido de la cosa pública, entregada de cuerpo entero a la febril disipación de la palabra deshabitada.

Sociedad, política y economía están disociadas y en franco proceso de degradación.

La ruptura es mundial, nacional, de comunidades e individuos. Priva un desencuentro universal.

Desinstitucionalización, desocialización y despolitización, tal y como lo previo Touraine (1997) son ya un hecho.

"El debilitamiento y la desaparición de las normas codificadas y protegidas por mecanismos legales, y más simplemente la desaparición de los juicios de normalidad, que se aplicaban a las conductas regidas por las instituciones." Día a día, cual mexicano por COVID, instituciones mueren, con ellas su normalidad consubstancial. Prevalece en su lugar la ley de la selva que en algunas latitudes sigue siendo un leviatán sin correa y en otras señorea el crimen.

La desinstitucionalización convierte al Ejército en Milusos, al vocero en dictadorzuelo, al funcionariado en lladró, al delincuente en colaborador, a la justicia en teatro, a las elecciones en guerra santa, a la política en circo.

Antes, el hombre se hallaba y definía en sociedad. Modelaba su rol a la luz de formas de autoridad, normas y valores comunes y aceptados. En el espejo de los otros y bajo su mirada cada quien hacía brotar su personalidad a la luz de lo que los alemanes llaman el mundo vivido, un mundo fuerte y socialmente definido y organizado. Sistema y actor compartían, pues, la misma perspectiva. Ya no, hoy son planetas distantes.

La desocialización es "la desaparición de los roles, normas y valores sociales mediante los cuales se constituía el mundo vivido. La desocialización es la consecuencia directa de la desinstitucionalización de la economía, la política y la religión." El individuo vive hoy inmerso en un caleidoscopio que le impide generar perspectiva alguna y, por ende, tampoco un principio de identidad constructiva. El mundo vivido ha perdido su poder de unidad ante los desgarres de fuerzas sociales centrífugas. Las identidades hoy se constituyen negativamente: no por lo que sé es, une y busca; sino por lo que no sé es de cara al otro, al excluido, al estigmatizado, al enemigo. La fragua es de rencor, de miedo, de odio, de negación. Identidad de facción, no de República.

La economía dejó hace mucho de ser un sistema de relaciones humanas de producción, para ser flujo de recursos. Se deslocalizó, en palabras de Bauman. La economía dejó de ser social, para convertirse en un circuito financiero cerrado sobre sí mismo, una especie de hoyo negro que traga medio ambiente, riqueza social, comunidad, seres humanos y naciones. Y ante una economía globalizada, los alcances del Estado Nación se globalocalizaron reduciendo éste a simple gendarme de barrio.

Por ello la descomposición actual no sirve para fundar orden social, para hacer política. Cito a Touraine: "Crisis de representatividad, de confianza, que se acentuó a medida que los partidos se convertían cada vez más en empresas políticas que movilizaban recursos, legales o ilegales, para producir elegidos que pueden ser ‘comprados’ por los electores cuando éstos los consideran como defensores de sus intereses particulares, y a los que no podemos considerar como los agentes de la creación social." La representación podrá ser democrática por origen, pero dejó de ser y hacer política en esencia y resultados.

Hoy más que nunca la política es cosa de capillas. En palabras de Aguilar Iñárritu, estamos "descausados". México carece de causa común. Pocos miran más allá del 21 y muchos menos alcanzan a advertir un México sin las anteojeras plebiscitarias de "conmigo o contra mi"; actitud que se toca, habla y engorda con su espejo que dice: "contra él o la nada".

Finalmente, el desencuentro es en nosotros mismos. Hasta la identidad base de hombre mujer está esquizada y asediada, cual si fuera en sí anormal. Pero no es el único papel denostado: político, empresario, periodista, maestro, soldado, sacerdote son roles estigmatizados por décadas y por diversos intereses y agendas. Padre, hijo, esposo, trabajador, ejidatario, empleador, banquero son, con otros muchos papeles sociales, presunción de mal, motivo de recriminación, envidia, espacio de desencuentro.

En un mundo de enemigos toda comunidad es imposible. Queda solo el individuo aislado, de un lado, y la globalización, por el otro. Aislamiento y terror acendrados hoy por el confinamiento. Las fronteras ya no son sólo entre países. El mundo de hoy es uno de individuos amurallados en su propio desasosiego. Ya no puede haber prójimo, porque la proximidad es peligro: contamina.

Ése es nuestro mundo. Bajo esa perspectiva habremos de admitir que lo que hoy vivimos no es enfermedad sino fase terminal. La solución no es siquiera posibilidad.

Si queremos salir de nuestra circunstancia, tenemos que ver más allá de la ratonera, a riesgo de podrirnos en ella.




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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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