PARRESHÍA

Vientos de arrebato

Vientos de arrebato

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Iracundia.

Arrebato es un ataque de ira, éxtasis; un padecer súbito y grave; un quitar repentinamente.

En la antigüedad la gente se arrebataba, es decir, se juntaba apresurada y angustiosamente cuando las campanas de la iglesia o los tambores del cuartel tocaban a "rebato" ante un peligro inminente (del árabe ribat: ataque). El arrebato siempre es rápido, repentino, sorpresivo, despertado.

El arrebato no admite el pasmo, ese momento de azoro extremo que deja en suspenso razón y discurso. Espacio que requiere el entendimiento para digerir lo que sucede y estar en condición de pensamiento pausado y prudente.

El rebato arrebata, no en el sentido de quitar con violencia o fuerza, sino de secuestrar la atención, de excitar, de sacar de sí. El arrebatado es siempre precipitado e impetuoso; inconsiderado y violento. El arrebatado actúa excitadamente y con un exceso provocado.

El poder puede ser de muchas maneras, pero no arrebatado. Cuando el poder se arrebata, nos lo es literalmente arrebatado como obra común y pierde su esencia y brújula políticas, conservando sólo sus facetas de exceso, desconsideración, fuerza y enajenación. El poder, para ser político, demanda ponderación, contención, tolerancia, racionalidad y visión de largo aliento.

Cuando la lumbre está arrebatada quema la carne. Lo mismo pasa con los gobiernos, un gobierno arrebatado no procesa ni resuelve los problemas, los exacerba, cuando no los crea.

Hoy México vive en arrebato y de arrebatos. Con el furor a flor de piel, entre tambores de guerra, cada mañana es despertado a "rebato", trastocada su dócil convivencia; llamado a una épica violenta cada día, a un histórico desencuentro de efímera data.

Nuestro arrebato impide el pasmo propio del que busca entender en vez de lanzarse a la acción reactiva, ciega, con la espuma a bocajarro.

Nuestro arrebato no responde a campanas que llaman a la ekklesía de Solón, asamblea ciudadana para decidir libremente sobre la vida en común, para construir consensos, para tejer identidad y nación; sino a repiques de enconos, que convocan turbas, no ciudadanos; odios y rencores, no concierto; puños, no deliberación.

El rebato que nos arrebata es de rencor, no de reencuentro. No concita, afrenta.

Los nuestros son tiempos de arrebatada polarización.

Tiempos para Savonarolas y Torquemadas; de piras ardientes, odios desmandados y sedientas guillotinas.

Tiempos de arrebato.



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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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