Federalismo hoy

Mexicanidad y federalismo

Mexicanidad y federalismo

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Jugando con fuego.

El alma mexicana es insondable. De orígenes confrontados, dispares, yuxtapuestos; telúricos. Alma inasible, conflictuada, desconocida hasta por sí misma; sorprendente, sangrante; a veces sangrienta.

Crisol, le llaman los poetas a la mezcolanza de sus orígenes, cruzamientos y contradicciones.

Su sincretismo rebasa lo entreverado de sus creencias, para encarnar en el mexicano. La desconfianza misma bajo la sombra de su sombrero, o el mutismo del reboso enredado entre las manos con los ojos fijos al suelo; o la entrega ciega a parlanchines sexenales.

El mexicano escapa, por eso a toda definición y posesión.

Necesidad hubo de crear el movimiento filosófico de la mexicanidad para definir qué es ser mexicano y quedar más confundidos que antes. Porque el mexicano es un ente tras mil puertas y candados, cruzado por pasadizos secretos, puertas falsas, fosos, calabozos, celosías, cloacas. El misterio es su territorio, el silencio su mensaje; aunque se desgañite en plazas, estadios y redes sociales, es el silencio el misterio de su ser. Lo suyo es lo crepuscular, lo incierto, la penumbra; el "aquí cerquitas", el Jacket de Juárez y de Díaz, el Imperio de Iturbide, los monumentos a la pierna de Santa Anna y al brazo de Obregón, el poder tras del que se esconde la psicosis.

El mexicano no es, deviene; inasible, indefinible, mutante, caprichoso; misterio. El suelo que pisamos es terremoto. Cuando se cree que llegamos es que no hemos salido, cuando se declara el cambio es que se le niega, cuando se decreta el fin de la corrupción se institucionaliza.

Mexicas eran los aztecas en el altiplano y fueron reducidos a las montañas donde aguardan su desaparición. México como tal surge en el XIX cuando la Colonia Española muere. Lo que existían entonces eran provincias y una incipiente organización política en las diputaciones provinciales que ordenaron la deliberación política que derivó en nuestra República federal.

El mexicano no es, deviene


Federalismo que nace para dormir entre los elefantes del centralismo atávico virreinal, del clero aún empoderado, del criollismo en el poder y de un militarismo de postín ajeno al fragor de las batallas.

Las intervenciones extranjeras hicieron a un lado el militarismo aristocrático y dieron paso a un ejército popular, las leyes de reforma expropiaron de la iglesia la riqueza nacional; pero el poder seguía siendo unipersonal y "santaannico".

La Revolución nos regresó al amasijo primordial y en la bola el mexicano se trepó al techo de un ferrocarril y desde él vio y se vio en otros mexicanos; todos con otra tonadita al hablar, otra comida, otra vestimenta, otras costumbres, otras canciones, otros paisajes, otros peligros; pero mexicanos al fin. Y entonces comprendimos la diversidad como riqueza y la contradicción como esencia.

Ya no eran las teorías políticas europeas ni la novedad norteamericana; era nuestra forma de ser.

Hoy las crisis conjuntadas por la ineptitud y la soberbia nos ponen otra vez frente a nuestras disparidades, complejidades y contradicciones, y nos hace ver que no es nuestra unión la que nos empobrece ni distancia, ni la que genera injusticias y polarizaciones, sino la unilateralidad que niega pluralidad e impone decisiones sin acuerdos y acciones sin concierto; que monopoliza la palabra y se rehúsa al trato más elemental. Convirtiendo lo público en investidura himen, en muralla y pertenencia personal.

No nos alarmemos, pues, porque salgan a flote nuestras diferencias como estados soberanos; ellas son las que hacen posible y necesaria nuestra unión. Lo verdaderamente peligroso, lo que sí atenta contra ella, es la visión y la palabra únicas y solitarias. Ésas no son México.

El alma del mexicano es insondable e indómita. Quien con ella juega, toca a la puerta del averno.



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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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