Tormenta y fe

La noticia de la infección de Covid en el presidente desató una batalla campal.

Seguramente es lo que buscaba.

Las tormentas no sólo alteran prioridades, clima y visibilidad; en su caso, además, se antojan adicciones. Las tormentas sólo admiten dos papeles: de héroe y de víctima. Ambos los juega magistralmente.

Para los griegos no existía una palabra que expresara el concepto mentira. Para ellos no había mentira, es decir la no verdad; lo que para nosotros es mentira para ellos era la ocultación de la verdad, el hecho de taparla tras de algo, de ocultarla, de disfrazarla.

Lo que hoy observamos día a día es el arte de jugar con la verdad.

Y así, en ese juego de espejos, encontramos que el presidente se ha convertido en un artífice de tormentas donde juegan a muerte verdad y ocultamiento de la verdad.

Prácticamente México se dividió ayer en dos: los que le creen a López y los que no.

Pero el problema no para allí. Se hunde hasta los actos de fe. Nadie discute la veracidad o no de los hechos anunciados por el presidente. Lo cual podría zanjarse con la simple presentación del examen clínico aplicado. No se discute si está o no infectado, sino si se le cree o no se le cree. Estamos ante un acto de fe de los que creen a ciegas y de los que no creen a oscuras.

Nada mas ajeno al mundo del César. La cosa pública es el mundo de los hechos, de los resultados, no de las creencias.

No sé si el presidente está o no infectado, pero no puedo dejar de sopesar que su compromiso con la verdad no es del todo leal.

Lo que me preocupa es que la política en México se extreme a condiciones de iglesias, totalmente ajenas a la deliberación ciudadana de problemas y no de fes.

Extremarse en la fe es cerrar todo espacio a la deliberación, tolerancia y pluralidad, es amurallarse en capillas y sembrar los campos de piras y guillotinas.

Bien haría el presidente en aplacar los ánimos polarizantes mostrando su prueba Covid.

A menos que su propósito sea la tormenta.




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