Independientes, cambio cultural
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Aprender un nuevo idioma en la decrepitud es algo azaroso. De suyo incomprensible, desesperante y desesperanzador; lleno de confusiones, incomodidades, miedos y hartazgos.
Tal es el caso del modelo de partidos decadente frente a la figura de los independientes.
Surgidos bajo una partidocracia en crisis terminal, a los independientes se les abrió apenas una fisura milimétrica en los muros de la fortaleza en la que aquella resguarda su poder y riquezas.
Así las cosas, el diseño de la figura de independientes está escrita en un lenguaje y sintaxis partidistas, bajo lógica, estándares, instituciones, procedimientos y razonamientos partidistas.
La contradicción salta a la vista, crear algo diferente, pero condicionarlo a ser igual.
Las cargas impuestas a los independientes, ha quedado ampliamente demostrado, son propias de organizaciones partidarias, no de ciudadanos inorgánicos, como si el desiderátum fuese convertirlos en protopartidos fáciles de cooptar.
Y en consecuencia, el diseño para procesar cualquier controversia sobre su pretensión, está regulado bajo un diseño propio de partidos, organizaciones ciudadanas piramidales, estructuradas y, además, financiadas frugalmente con recursos públicos.
Aún así, bajo esas reglas, a los propios partidos les cuesta las más de las veces cumplir con todos los requisitos de una legislación abigarrada de desconfianzas y demencias.
Y a ese mundo, con esas reglas diseñadas para estructuras catedralicias, la legislación electoral le impone cargas y procedimientos de imposible cumplimiento a ciudadanos que buscan participar en política ajenos a la asfixia partidista.
Y, a pesar de todo ello unos lo logran.
Y viene entonces la furia de los cancerberos de las puertas de la fortaleza, cerrándoselas con lujo de violencia, más mediática que jurídica, cual si fueses leprosos con pase al serrallo de sus amos.
Hay en nuestra legislación electoral una tara partidista que impide en los hechos el cambio cultural que impulsa la reforma que abre el derecho a ser votado por fuera del monopolio partidista.
Eso es lo que está en juego, un cambio cultural y político. Los fuegos fatuos son los desfiguros de la autoridad obligada a garantizar los derechos de ciudadanos sin partido frente a los propios partidos y, en su caso, las responsabilidades en que puedan haber incurrido.
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