Lecciones del 21
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Son tantos los intereses, soberbias y dislates inmersos en las elecciones, que la mayoría de las veces nos perdemos en lo anecdótico o en los mitos que hacen del fraude y la victimización un estilo de vida.
A veces es necesario abstraerse del mundanal ruido y dar distancia a los asuntos para rescatar de los hechos aquello que realmente vale y nos permite orientar nuestra circunstancia, en vez de perderla en el remolino de las discusiones banales que pueblan sobremesas, editoriales facturados sobre las rodillas y mesas de analistas mediáticos.
A riesgo de caer en cualquiera de estas categorías, tengo para mí que lo más importantes de las elecciones del 2021 son dos cosas.
La primera es que las elecciones, por más ruido que hagan autoridades y partidos, son de los ciudadanos y las hacen los ciudadanos.
Propiedad y hechura que, sin embargo, en estas recientes elecciones se vieron amenazadas, y, en no pocos lugares, violentadas en los hechos por el crimen organizado.
Candidatos, funcionarios de casilla, representantes de partidos, ciudadanos y hasta autoridades estatales fueron amenazadas, secuestradas, presionadas y, en algunos no pocos numerosos casos, muertos por el crimen organizado.
Quizás como nunca este flagelo mostró su maldita mano y la ausencia, omisión y, posiblemente, contubernio con un gobierno que ha abdicado de su función primigenia: la seguridad.
El Estado surge ante la cesión que los individuos hacen en su favor de la tarea de defender sus personas, bienes y derechos. O cada quien se arma y defiende lo propio, o el Estado asume el uso legítimo de la violencia en protección de todos.
No es, pues, un problema de abuelitas ni chanclas, es la obligación a cargo del Estado de proteger la vida, los bienes, papeles, derechos y libertades de todos y cada uno de los individuos sobre su territorio.
Tampoco es cuestión de enfoques o interpretaciones, menos del mito sesentaochero de la represión. Ya hemos hablado sobre ello en reprimir.
Así, para mi, el mayor riesgo hoy de nuestra democracia es la ausencia de Estado, ausencia que se colma con la presencia desmandada del crimen organizado enseñoreado, en muchos lugares enquistado en el poder y, quizás, asociado con éste en la peor mezcla del bien y el mal que pueda llegarse a imaginar en la pesadilla más pantagruélica posible.
La otra gran lección de estas elecciones es que el voto es intransferible e inembargable.
Me explico. Durante años hemos sido atosigados por los "30 millones" de que hacían ostentación con recomendaciones de Vitacilina. Hoy, Morena, en solitario y en alianza, suma en total, conforme los resultados de las elecciones de diputados federales, 19 millones 373 mil 518 votos. 10.6 millones de votos menos, poco más de una tercera parte menos que hace tres años, considerando la elección presidencial.
No me voy a perder en la discusión de si es mucho o es poco, si es de compararse el voto por diputados en una intermedia contra una votación presidencial, o si en gubernaturas les fue mejor.
Lo importante, para mi, es que nadie, ni hoy, ni ayer, ni mañana, puede apropiarse del voto ciudadano. Éste es del ciudadano y lo da y lo quita libérrimamente.
Lo abordo de otra manera. La gobernabilidad tiene dos enfoques y dos momentos; una es la legitimidad de origen, el voto y mandato de las urnas. Ella te permite llevar al poder tu proyecto y programa, y te legitima para impulsarlo. Pero luego viene la legitimidad de ejercicio y desempeño, cómo llevas a cabo tu gobierno, qué tan efectivo eres, qué tan apropiadas están siendo tus acciones, tus programas, tus propuestas.
Como se verá estamos frente a dos dimensiones: una, habla al y del futuro; otra, es acción hoy y aquí. Una es palabras sobre lo que aún no es; otra es acción sobre lo que es. Una es promesa otra responsabilidad.
Sí, el voto obtenido en las urnas te legitima para empezar, pero no te sostiene, sólo te sostiene el plebiscito cotidiano de tu desempeño en el gobierno.
Regresemos al voto ciudadano. Puede que el domingo 6 de junio del 2021 te haya otorgado un número de sufragios que te autoricen y apoyen a llevar a cabo tu oferta política, pero solo la efectividad de tu acción mantendrá en tu favor o no el apoyo otorgado en las urnas.
El pueblo, pues, da y el pueblo quita.
Los votos son un mandato, no una propiedad que se transfiera en favor del votado.
En otras palabras, los 30 millones de votos de Andrés Manuel en el 2018 fueron una orden ciudadana, no un bien apropiable en calidad de dueño: responsabilidad, no propiedad.
El voto es del ciudadano y él lo expresa a favor o en contra, pero jamás se deshace de él, jamás lo empeña, jamás lo vende, aunque a veces lo alquile; jamás lo pierde, salvo cuando pierde su libertad, derechos y ciudadanía.
O cuando el Estado no está allí para defenderlo.
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