PARRESHÍA

El delgado piso del poder

El delgado piso del poder

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Democracia, nuevo comienzo.

Desde que el humano es humano, ha mirado al mundo con pretensiones de escala universal, imponiéndole significados, prejuicios y finalidades.

En todo acusamos una causa y un efecto, queriendo que nuestra lógica rija al todo.

Pero jugamos a los dados en una mesa ajena. "Alguna vez, escribió Nietzsche, he jugado a los dados con los dioses, en la divina mesa de la tierra, de manera que la tierra temblaba y se rompía, y lanzaba ríos de llamas: porque la mesa es una tierra divina, temblorosa de nuevas palabras creadoras y por un ruido de dados divinos…"

Y sí, se preguntará Usted qué fumé y qué se metió el buen Friedrich. Pero permítame explicarle.

Toda acción es un nuevo comienzo. El pasado ya fue, pero nuestra acción en el presente es algo totalmente nuevo que habrá de impactar al futuro. Y solemos amputar las posibilidades del nuevo comienzo esclavizándolas a las posibilidades de un pasado vivido, así, los enamorados quieren revivir con cada ocaso aquél de su primer beso, en vez de besarse inéditamente a cada nuevo atardecer.

Lo que nos dice Nietzcshe es que nuestra acción es tirar los dados en una mesa que no controlamos ni conocemos del todo; una mesa fuera de la escala humana, la mesa del azar, de la divinidad del azar, y con cada lanzada de dados la tierra tiembla y se rompe y de ella manan ríos de llamas, porque no tenemos el control de la mesa donde jugamos, mesa que tiembla ante la creación de nuestras acciones y lo inmarcesible del azar: "¡Oh, cielo que me cubres, cielo alto y puro! Ésta es para mí la hora de tu pureza, que no existe eterna araña y tela de araña de la razón: que seas un suelo en el que danzan los azares divinos, que seas una mesa divina para los dados y los jugadores divinos."


Son los dados libres en su accionar los que resquebrajan el piso de cristal de sus seguridades, cegueras y temores



El firmamento es alto y puro, inconmensurable, en él no hay araña alguna que teja las redes de su razón; es la pista donde bailan los azares divinos, la mesa de los dados y los jugadores divinos que con su acción crean siempre nuevos comienzos. Azares sin fin.

El lanzamiento de los dados, la acción humana, afirma del devenir, aquello que ya fue y aquello que todavía no es y entre ambos la fisura en el infinito que es el instante. La acción, además, afirma nuestro ser en el devenir.

Y bien, se seguirá preguntando: Y luego, ¿qué diablos tiene ello que ver conmigo y mi circunstancia?

Pues, todo.

El pasado 6 de junio los mexicanos lanzamos los dados y la tierra tembló y se rompieron los equilibrios que, cual tela de araña, se ufanaban de controlar todo y a todos.

Ese simple ejercicio ciudadanos, la sencilla acción de votar, puso a danzar de nueva cuenta el azar divino que se llama democracia.

El cielo de la democracia es alto y puro, cristalino y sin límites. No conoce dueño, ni destino prefijado, ni trampa eterna.

La acción ciudadana es un nuevo comienzo, un nuevo juego, un nuevo equilibrio.

Un nuevo equilibrio que para ser rompe el anterior.

La democracia, sí, esa que ejerciste el pasado 6 de junio, no es otra cosa que la danza divina de los ciudadanos con el azar.

Por eso hay arañas que recelan del azar democrático, que lo acusan de fraudulento, aspiracional, egoísta, traidor. Sin ver que son los dados libres en su accionar los que resquebrajan el piso de cristal de sus seguridades, cegueras y temores.

El azar es un juego de dioses, porque no responde a parecer alguno y la democracia es azar, sin más destino que el azar mismo: la posibilidad de volver a empezar cuantas veces sea menester.


#TheBunker #Azar #Democracia #Ciudadanos #Dados #Elecciones #Nietzsche


Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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