Aprendiz de brujo
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La política suele ser frontera entre el bien y el mal. Frontera porosa en la que a veces, "lo que parece virtud es causa de ruina y lo que parece vicio, sólo acaba por traer bienestar y seguridad", como bien lo dijo Maquiavelo. Aunque bien puede traer ambas a la vez: ruina y vicio.
Pero la política no es ámbito de diletantes, aunque en ella abunden. A la política se va a resolver problemas; problemas en permanente fluir que escapan a toda rigidez y tesis. En política no hay causa efecto invariable, todo es aquí y ahora.
A diferencia de las ciencias exactas, donde la mezcla de dos átomos de hidrógeno y uno de oxigeno dan siempre una molécula de agua, en política dos y dos generalmente nunca dan cuatro. El político no puede aspirar a resultados exactos sino a tendencias. Sabe, o debe saber, hacia qué tiende, por qué y para qué; pero difícilmente puede garantizar resultados infalibles.
Por eso a la política se entra con la modestia de la semilla, "no con la vanidad de la flor o la pretensión del fruto", enseñaba el clásico de Teoría General del Estado.
En política norma y sociología se siguen pero no necesariamente se corresponden. La conducta social implanta el problema que la ley luego busca regular y cuando lo hace nuevas conductas demandan inaugurar reglas.
Lo mismo pasa con la lucha por el poder y su ejercicio. La historia está llena de guerreros gigantes venidos a míseros gobernantes, porque diversas son sus artes y afeites. Y así, suele suceder que por El Dorado recibamos un frío plato de lentejas.
Por eso el poder, o doma soberbias, o desmanda locuras.
De allí que los que saben recomienden mesura y humildad. En política todo tiene un costo. Las más de las veces muy alto. Por tanto, la conseja es no andar jugándole al aprendiz de brujo.
Tal es el caso de la mascarada llamada revocación de mandato, urdida para convertir el acto de gobierno en campaña.
El riesgo es extraviar la gobernanza entre templetes y acarreos. Bastante desmejorados están nuestros clima político y entramado institucional, para terminar perdiéndolos bajo los escombros de un México que se nos desbarate mientras damos vuelta a la matraca.
Constituir gobierno y ejercerlo con mediana eficacia es de suyo tarea de titanes. Por sobre ello, jugar a la ruleta rusa es pellizcarle los "cataplines" al México Bronco.
Y planteo, además, un problema que aprecio irresoluto.
En 2018 elegimos a un titular del poder Ejecutivo federal para gobernar hasta el 2024 bajo un régimen presidencialista que, a diferencia del parlamentario, separa en dos las legitimidades electorales de los poderes legislativo y Ejecutivo, y los matrimonia en permanente tensión y equilibrio. En los regímenes parlamentarios, de una misma votación (legitimidad) se integran ambos ámbitos de gobierno y la ausencia o cambio de la rama ejecutiva no implica más que una nueva correlación de fuerzas en la legislativa.
En un régimen presidencial, los mandatos en las urnas son dos y pueden ser contrarios, que una sea la legitimidad y signo electoral del presidente y otros del legislativo. Ambos, sin embargo, tienen que construir los equilibrios de su convivencia o cavar juntos el infierno de su parálisis.
El poder, o doma soberbias, o desmanda locuras
Jugar a la revocación de mandato en esas circunstancias y, más aún, con un Congreso bajo acecho de trincheras, murallas y la moda Noroña puede ser altamente riesgoso.
Ahora bien, la elección del presidente fue en 2018. Un año después, octubre del 2019, se aprobó la reforma constitucional en materia de consulta popular y revocación de mandato.
En estricta técnica legislativa, dicha reforma solo puede tener efectos hacia adelante, no retroactivos. Es decir, para las sucesivas elecciones que bajo su vigencia se celebren, pero no para con una elección previa a su existencia jurídica.
Y como ya viene siendo costumbre en este gobierno, las trampas de inconstitucionalidad se operan bajo el articulado transitorio. Así, el el Cuarto Transitorio de la reforma en comento se dispone:
"En el caso de solicitarse el proceso de revocación de mandato del presidente de la República electo para el periodo constitucional 2018-2024 la solicitud de firmas comenzará durante el mes de noviembre y hasta el 15 de diciembre del año 2021. La petición correspondiente deberá presentarse dentro de los primeros quince días del mes de diciembre de 2021. En el supuesto de que la solicitud sea procedente, el Instituto Nacional Electoral emitirá la convocatoria dentro de los veinte días siguientes al vencimiento del plazo para la presentación de la solicitud. La jornada de votación será a los 60 días de expedida la convocatoria".
A través de ese precepto de dudosa manofactura constitucional, se le pretende sacar la vuelta al principio de derecho de no retroactividad de la ley y, ya montado en las aberraciones jurídicas, procedería la aplicación de las reformas al 84 constitucional, que establece:
"En caso de haberse revocado el mandato del Presidente de la República, asumirá provisionalmente la titularidad del Poder Ejecutivo quien ocupe la presidencia del Congreso; dentro de los treinta días siguientes, el Congreso nombrará a quien concluirá el periodo constitucional. En ese periodo, en lo conducente, se aplicara lo dispuesto en los párrafos primero, segundo, quinto y sexto del artículo 84 Constitucional, que en caso de falta absoluta del Presidente de la República, en tanto el Congreso nombra al presidente interino o substituto, el Secretario de Gobernación asumirá provisionalmente la titularidad del Poder Ejecutivo".
Vayamos por partes. Se imagina Usted lo que va a significar las elecciones de presidentes de los plenos en ambas cámaras de Congreso de la Unión el año que entra y la rebatiña para determinar quién, en caso de proceder la revocación de mandato, lo será de éste en calidad de presidente provisional.
Tras de semejante aquelarre dantesco viene la tormenta perfecta, elegir al presidente substituto en un Congreso de la Unión que se debate entre la medianía, la voracidad y el lumpen. En un Ejecutivo poblado de floreros despostillados y con los militares incrustados hasta en tareas de afanadores.
Ahora bien, ponga Usted que salvemos la tormenta. ¿Cuál será el margen de maniobra de un presidente substituto sin mayor legitimidad que una mayoría pírrica de legisladores sin autoridad ni crédito, con un gobierno de pusilánimes voraces y ávidos de venganza, en crisis de seguridad, economía, salud, credibilidad, polarización y con un crimen organizado enseñoreado?
¿Podremos sobrevivir al jueguito de las sillas?
Y, de hacerlo, ¿cuántos años luz nos tomará regresar a ser una Nación seria ante los ojos del mundo?
Por otro lado, ¿no podría el propio presidente, de perder la revocación, alegar inconstitucionalidad de la norma? U otra, ¿mandar a volar a los "clasemedieros" renuentes y con ellos a la Constitución e imponerse de facto alegando fraude electoral de autoridades electorales neoliberales, conservadores e intervencionismo extranjero?
Finalmente, ¿qué necesidad tenemos de andar jugando al me quieres, no me quieres, cuando la casa se nos viene encima?
¿Vale la pena confirmar popularidad, capacidad de manipulación o cariño, o bien todo lo contrario, cuando el mandato de las urnas fija su propia caducidad?
¿No acaso el pueblo que manda ya mandó?
No vaya a ser que por andar en campaña nos quedemos sin México.
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