Con el voto no se juega
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¿Qué es el voto?
¿Es un pañuelo que se tira una vez usado?
¿Es una medalla que se porta al pecho como condecoración, pero queda prendida en la solapa cuando pasado el desfile el saco se deja en la percha?
¿Es el voto cheque en blanco, patente de corso, inimputabilidad?
¿Es el voto El Génesis y antes de él solo la nada?
¿Con el voto entregamos nuestra libertad, derechos y dignidad?
¿Se puede jugar con el voto como con plastilina y usarlo como se quiera, o bien no usarlo? Hoy me sirves, hoy no. Hoy sirves para esto, pero no eres de utilidad para aquello. Hoy te reconozco y uso, mañana te arrincono en el olvido, te desconozco o te niego.
¿Es el voto multiusos o de no uso, según la conveniencia?
¿Es el voto algo que merece respeto y obediencia?
¿El voto es mandato o es premio?
¿El voto obliga o sacraliza?
El voto ciudadano es ante todo y siempre un mandato. De allí lo de primer mandatario: el principal mandado. El votante manda, es el mandante; el votado queda obligado a su mandato, es el mandatario.
Y el voto es un mandato con caducidad. Tus obligaciones debes cumplirlas de tal a tal día y son improrrogables, incluso por artículos transitorios. Fuera de ese espacio de tiempo no tienes voto. Es decir, no tienes mandato, por ende, careces de legitimidad. Por supuesto que la historia está llena de eternizados en el poder, pero todos lo hacen sin voto, sin mandato, sin legitimidad.
Y el voto, también, es definitivo. ¿Qué digo con esto? Que una vez expresado no se puede reinterpretar a contentillo. Si te eligieron para ser presidente, solo puedes ser presidente. Y serlo, como lo dijo uno que sí sabía de esto: "los 365 días del año, las 24 horas del día y los 60 minutos de cada hora". No se puede ser presidente de mañana, candidato permanentemente, pontífice en entreactos y líder de partido cuando se ofrezca.
No hay un voto bueno y otro voto malo
¿Y a qué viene todo esto?
A que con el voto no se juega. El voto es el instrumento forjador de soberanía. Solo el voto otorga legitimidad al poder. Convierte el puro dominio del poder en autoridad y legitimidad. El voto otorga al mando la obediencia. Quien manda sin voto o contra el voto, no es obedecido, en tanto obediencia voluntaria y convencida; halla sometimiento y esclavitud, no ciudadanía. Un poder sin voto es la primera expresión de la muerte de las libertades.
El voto, además, solo admite un calificativo: ciudadano. Es decir, del que manda. No hay un voto bueno y otro voto malo; voto respetable y voto ignominioso. El voto es ciudadano y descalificarlo es agredir al ciudadano.
Por eso hay que cuidar el voto y no permitir que se haga de él un reguilete o fuego de artificio.
Cuando el voto se usa para limpiar y trapear, como comodín o como chistera de mago, quienes estamos en riesgo somos los únicos dueños del voto, los ciudadanos.
Por ello no comparto la engañifa de la consulta popular enderezada contra villanos favoritos de ocasión y circo, y menos aún la revocación de mandato.
¿Qué valor puede tener un mandato que acto seguido se pone en el mercado político de campañas interminables?
¿Qué puede hacer el mandatario, entre cumplir su mandato, es decir, gobernar, y lograr conservarlo vía refrendo, aunque jamás tenga oportunidad de cumplir su encomienda?
¿Y qué valor tiene mi voto, si de entrada me piden lo ratifique como si con el tiempo se desgastara?
¿Qué sería de una familia en la que las órdenes paternas o maternas tienen que ser revisadas cada fin de semana?
¿Y qué República podrá ser si todo en ella se reduce a revisar una y otra vez el mandato ciudadano? ¿Es posible planear un modelo de país, aplicar políticas públicas, hacer valer el Estado de Derecho, en un país donde la certeza y seguridad de las urnas se pone sistemática y religiosamente a prueba por el simple afán del mitin placero?
El mandato está expresado y es para cumplirlo. Lo demás es abierto incumplimiento.
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