PARRESHÍA

Resignificar

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Resignar.

A Francisco Javier





Entre los dislates que conducen el destino nacional, se entronizó el de leer por consigna o leer por placer.

¡Y claro!, en su nimia frivolidad, de la mano de la torpeza hecha comunicados oficiales, se catapultó al tema hasta la insignificancia que hoy reina la conversación pública.

Pero no todo ha sido en balde; como bocanada de aíre fresco cayeron las palabras de Jorge F. Hernández frente al burócrata de las letras del poder, en defensa de leer por placer, como “quienes leemos por insomnio, para viajar sin maletas a cualquier paisaje y sin reloj a cualquier hora y época; hablo de los que leen en voz alta para compartir una trama y los que leen en silencio para hablar con dioses, ligarse a una musa o matar a un tirano…”

La discusión, sin embargo, de leer por placer o por pensamiento único, es tan absurda como querer imponer al infinito un significado exclusivo.

La palabra —de las que está hecha la lectura— es un signo que, por un acuerdo arbitrario y finito, representa, indica o quiere decir algo.

Así, en un primer momento, la palabra en sí misma puede tener un significado arbitrariamente aceptado. Significado que puede cambiar por geografía: hay palabras en la lengua española que admiten significados diversos en México, en España o en Argentina.

Por igual, siendo el lenguaje un fenómeno viviente, hay palabras que cambian su significado al correr del tiempo e, incluso, mueren y desaparecen.

Pero el problema se complica cuando la palabra —el signo— es leída por un sujeto y su circunstancia. Democracia, para unos es un sistema mayoritario, plural, libre, pacífico y normado de tomar decisiones. Para otros es una deidad sedienta de sangre que persigue, segrega e, incluso, elimina a los apostatas, aquellos “otros” que no piensan igual que los de su capilla.


Una palabra se lee diferente de joven que de viejo, alegre que apesadumbrado, enamorado que en desamor



El signo tiene tantos significados como sujetos que lo signifiquen. Podrá haber un consenso generalizado; aún así, para cada lector el significado personal que en él causa una palabra o grupo de palabras varía como la donna é mobile que qual piuma al vento, muta d'accento e di pensiero.

Así, pretender imponer a un significante un significado exclusivo y obligatorio, es como querer explicar en nuestra soberbia el caos universal. Decretar algo indecretable.

De hecho, cada quien lee por diferente razón, gusto o necesidad. No sólo se lee por fe, sumisión, adiestramiento y hasta —hoy lo apreciamos cada vez más y más cercano— por abyección; como tampoco se lee lúdicamente en exclusiva. Porque los significados se construyen entre palabras, sujeto y circunstancia.

Yo, en mi circunstancia, hoy y aquí, leo y escribo por dolor. Como tampoco creo que Jorge (F. Hernández), en estos días delirantes, haya podido leer por y con placer, salvo ¡claro! los desatinos de su exjefe.

En mi caso es imposible leer con placer cuando la ausencia de un hermano transita su duelo.

En duelo, cada palabra adquiere un significado lúgubre, opresivo, ardiente. Hasta la fogosidad de la Bovary hiere.

Es por eso que todo duelo solo puede terminar en resignación; no como conformidad cuanto resignificado.

Nietzsche diría, en la transvaloración de todos los valores.

El dolor emocional quita el aislamiento que como cable forrado conduce nuestros torrentes emotivos, generando un corto circuito generalizado que sobrecalienta todo el sistema y altera su domado funcionamiento. El caos se impone en todo su sinsentido. La ruta de navegación con que solíamos navegar aguas procelosas y tranquilas, como la linterna de Diógenes que alumbraba nuestro andar, pierden sentido y todo se agolpa en un caos primigenio.

Porque el duelo es un dolor indómito.

Más no hay sano dolor que dure por siempre. Aunque en algunos fenece con su propia existencia. Aquellos que desarrollan adicción al duelo e, incluso, hacen de su victimización estilo, causa, narrativa y excusa de vida (o gobierno).

Pero el duelo, cuando es íntegro, es un lapso de tiempo que abre paso a resignificar nuestra vida ante la ausencia impuesta.

Así, hoy, leo desde el dolor y en busca de la resignación, de un nuevo significado a la vida.

En estos tiempos asolados por el dolor y todo tipo de pérdidas, empezando por la del sentido y la razón, hago votos para que todos y cada uno encuentre un nuevo significado en palabras, vida y mundo. Hasta para los que hacen de la lectura militancia.



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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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