PARRESHÍA

Absolutismo clasista

Absolutismo clasista

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La palabra devela al sujeto.

La palabra devela al sujeto, aunque solemos quedarnos en las palabras sin descifrar al sujeto. Entonces las palabras encubren al sujeto que, tras de ellas, se oculta, deforma y manipula.

Pero las palabras allí quedan para quien quiera hacer su exégesis.

Hay dos recientes intervenciones que develan a López Obrador y su forma de entender al gobierno y entenderse el mismo en el Estado, y que, sin embargo, pasamos de largo.

Reforma en primera plana de hoy recupera una alocución del presidente en Balancán, Tabasco, en mayo de 2019 que dice: “Si no vengo por carretera, ¿cuándo me voy a dar cuenta de cómo está el camino? Nunca”, por eso no era bueno andar en helicóptero, como los de antes.

Por otro lado, antier, en la versión estenográfica de su mañanera, leemos acerca de la Carta Responsiva Paterna incluida como exigencia indispensable en el Protocolo de 10 Acciones Sanitarias para Regresar a Clases Presenciales, dada a conocer en mismo espacio mañanero hace seis días por la secretaria —es un decir— de Educación Pública, el siguiente parlamente de López Obrador: “pues no es obligatoria; si van los niños a la escuela y no llevan la carta, no le hace. Es que nosotros aquí tenemos todavía —destáquese la primera persona del plural (nosotros), la circunstanciación al aquí (la mañanera, ergo, el gobierno todo) y el todavía, es decir, tiempo presente— que enfrentar esta concepción burocrática, autoritaria, que se heredó del periodo neoliberal. Entonces, ustedes creen que yo tuve que ver con la carta. Pues no. Fue una decisión de abajo”.

E insistió, en paranoia tipo Poncio Pilatos para lavar manos: “Si me hubiesen consultado, hubiese dicho que no, somos libres, prohibido prohibir”.

Las discusiones, sin embargo se han orientado a si ahora López viaje en helicóptero o si Delfina, la que cobra como secretaria en Educación, es neoliberal, cayó de gracia palaciega o no le consultó lo de la desdichada carta.

Yo veo diferente y observo absolutismo.

Un presidente no necesita transitar personalmente una carretera para saber si requiere o no pavimentación. Tiene una Secretaría de Estado, con presencia en toda la República para ello, 31 gobernadores y una jefa de gobierno, miles de presidentes municipales, colegios de ingenieros, sociedad civil y mil formas más para enterarse qué requiere pavimentación y qué no.

Cuenta, a su vez, con una Secretaría de Hacienda para saber si hay o no recursos presupuestales para ello y, finalmente, una Cámara de Diputados para señalarle en el presupuesto de egresos las prioridades del gasto.

Pudiera ser que el presidente sepa suficiente de ingeniería civil para evaluar las condiciones de una carretera, pero aún así, tendría que recorrer personalmente todas las carreteras y caminos del país para priorizar cuál primero y cuál después. Para ello existe el gobierno todo.

Pudiera ser que la carretera de Balancán sí requiera remediación, pero que no aparezca dentro de las prioridades del gasto aprobado o que, estando, el recurso no haya sido liberado, como le sucede todos los días a dependencia federales, gobiernos locales y municipales, artistas, deportistas, damnificados, científicos, embajadas, niños con cáncer sin medicinas y un extenso etcétera.

Pero nada de eso importa. Para López Obrador lo que sucede y pesa es lo que él ve, interpreta y desea. Podrá bajar de los cielos Arquímedes a decirle qué hacer en materia de infraestructura, que solo las vivencias personalísimas del mandatario determinarán qué se hace y qué no en México.

¿Qué derivación tiene ello? El uso patrimonialista de los recursos y la administración pública. Que hay fideicomisos con recursos afectos a fines determinados, incáutense, sólo yo decido qué hacer con los dineros públicos. Que obras empezadas, becas en curso, investigaciones en proceso, emergencias sin recursos quedarán regadas por todo el país. No importa, yo ya vi la carretera, lo demás no existe o es neoliberal.

Si existe un protocolo aprobado, se supone, por autoridades sanitarias y educativas, anunciado delante de él: pues no es obligatorio, es una “concepción burocrática, autoritaria, que se heredó del periodo neoliberal”. En la que nada tuve que ver y aunque ustedes no lo crean: “fue una decisión de abajo
¡Además de clasista, cobarde!

Pero ése no es el tema.

Lo es que las decisiones las toma él por sobre facultades legales expresas, sin mayor motivación ni debida fundamentación. Actos de autoridad sin rigor legal, sustento técnico o científico, ni raciocinio que los sustente. “L'État, c'est moio”.

La determinación del regreso a clases en pandemia, conforme la Constitución, correspondería al Consejo de Salud General, que brilla por su ausencia desde que empezó ésta lo que habrá de ser tema de juicios sin fin. En su caso, ¿tendría atribuciones legales López Obrador para modificar el protocolo de regreso a clases? No.

¿Las tendría para determinar qué carretera se remedia o no? Tampoco.

De allí su rabia contra el Poder Judicial, que por la vía de amparo y control de constitucionalidad puede parar lo que él llama transformación por violar derechos constitucionales de gobernados.

Dos temas sobresalen de estos ejemplos aislados: López Obrador no toma decisiones de Estado como estadista ni con rigor alguno. Lo hace como tendero de pueblo, por ocurrencia, por capricho, porque sí. Lo hace por sobre y contra leyes, políticas públicas, presupuestos, programas, lógica, orden, razón o necesidad.

No importa de qué autoridad se trate, de qué materia sea ni la legitimidad de su vigencia: “no le hace, no es obligatoria, prohibido prohibir
“Obedézcase, pero no se cumpla” dice él, que tanto odia la sangre española de su abuelo que corre en sus venas.

Y la cereza en el pastel: "Fue una decisión de abajo". Pero las decisiones no las toman los lugares ni los niveles, sino las personas que él, con su frase, los condena al "abajo". Personas con dignidad y Derechos Humanos que él mira desde el Valhalla, seres menores, insignificantes, descartables, despreciables, sumisos. Seres a los que puede negar y desaparecer si le incomodan, obstruyen, afectan, molestan. Tecnócratas pervertidos por el neoliberalismo, burócratas nefando y corruptos, aspiracionistas de clase media, adversarios.

Aquí solo uno toma las decisiones y solo uno tiene ese nivel; los demás y lo demás, son cosas “de abajo”.

¡El Rey desnudándose en vivo y a todo color!


PS.- Ayer, también, a la pobre mujer a la exhiben cada miércoles en la “sección” Quién es Quién en las Mentiras, le hicieron decir que la Carta Responsiva era “falsa porque no es un documento oficial”, no obstante haber sido presentada en ese mismo espacio por la titular —no se ría, mejor llore— de la SEP, difundida por autoridades y canales oficiales de la Secretaría e, incluso, por la propia Presidencia de la República.

No obstante esta abierta contradicción y mentira, si observamos bien, el desfiguro se acopla a la lógica del absolutismo clasista que venimos alegando: Nada, ni nadie es el gobierno, salvo López Obrador mismo. Todos lo demás, así tengan nombramientos, oficinas, salario, guaruras y presencia en las mañanera, es falso, no es oficial, no es gobierno. Podrán estar en su presencia y aquiescencia, pero no son oficiales, no existen en realidad, son simulaciones, una especie de hologramas 4T; comparsas y tramoya. Sólo él en persona es gobierno, lo demás y los demás son "de abajo”.

Publicado en The Búnker.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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