PARRESHÍA

Reforma o Apocalipsis

Reforma o Apocalipsis

Foto Copyright: Pendiente

Falsa disyuntiva

No es una lucha entre las tinieblas y la luz; es una pinche iniciativa de reformas de ley.

El presidente narra una —épica de fin del mundo— ante una simple reforma del Constituyente Permanente.

Reclama oportunidades epónimas en lugar de hacer valer en sus méritos su propuesta.

Plantea un falso dilema entre pueblo y empresas — se entiende que las eléctricas, aunque lo deja así, en genérico, para abarcar todo el espectro de lo no público—.

"Los legisladores —sostiene— van ahora a manifestar si están a favor del pueblo, del consumidor, del usuario; o están a favor de las empresas, de los grupos de intereses creados".

Empecemos por des—demonizar el "interés". Nada de malo tiene el interés y quienes lo detentan. El propio presidente tiene interés por su gobierno e iniciativa, el sacerdote por las almas de sus feligreses, la madre por sus hijos, el estudiante por sus estudios, el inversionista por su dinero, el campesino por su milpa.

Inter—es, es todo lo que media entre nosotros y concita. Todo lo que nos es común. Tanto el consumidor tiene interés como las empresas y ambos intereses son legítimos en principio. Se requiere prueba en contrario para acreditar mala fe. El pueblo tiene tantos intereses como facetas de la realidad se le presentan. Luego entonces, vilipendiar a grupos de interés es escupir al cielo. El gobierno es un grupo de interés. Cualquiera lo es: la familia, la iglesia, la escuela, el equipo de futbol, la empresa, el periódico, la asociación canina, el grupo de alcohólicos anónimos.

Demonizar a los grupos de interés es satanizar a la sociedad toda y a nadie.

Pero regresemos a la épica del fin del mundo: pueblo versus empresa, dice López Obrador. A eso se reduce, según él, la discusión sobre su iniciativa de reforma eléctrica: con melón o con sandía. En un mundo artificialmente dicotómico de todo o nada, de justicia o ignominia; de conmigo o contra mí.

Entre ambos extremos media un universo que es tierra de nadie y que, por arte de magia mañanera, queda excluido de la discusión. Todo lo demás que en materia de energía y de políticas públicas en combustibles, economía, medio ambiente, inversión, precios, derechos, tecnologías, globalización, futuro y hasta seriedad y verdad, queda al margen del debate.

No es la guerra del fin del mundo y al pueblo se le invoca como coartada, no como beneficiario.

El tema de fondo es qué sistema de producción, organización y distribución eléctrica es más efectivo, sostenible y barato. Lo demás son fuegos de artificio, simulaciones y distractores.

López Obrador, al plantear la disyuntiva como de vida o muerte, desnaturaliza la deliberación pública, imposibilita la construcción de acuerdos, levanta una torre de Babel y engaña.

Hay en la iniciativa de reforma eléctrica muchos más temas, matices, premisas, conclusiones, derechos y obligaciones que un simple blanco y negro.

Su dilema y maniqueísmo es, además, perverso, toda vez que de un lado pone al pueblo bueno, explotado, vejado, engañado siempre por los malos. Del otro la personalización del mal: hoy las empresas.

Porque ayer fueron los neoliberales, antier los conservadores, antes los fifís. Términos tan genéricos como inasibles e indefinibles. Fantasmas, espectros, sin cara, ni nombre ni conductas concretas imputables y acreditadas. Un blanco del tamaño del horizonte para todo rencor y resentimiento. ¿Cuál?, el que sea, el de cada quien, el de todo humor; porque él no busca justicia sino permanente animosidad. La institucionalización de la ojeriza etérea.

López Obrador no solo reduce el problema a su heroísmo —versión Epigmenio, a quien "peinan francotiradores"—, sino que busca imponer agendas y disyuntivas a las oposiciones: para el PRI no es la eficiencia y eficacia eléctrica nacional, cuanto recuperar el legado de Cárdenas y López Mateos, ambos predigitales y muy anteriores a las energías limpias y a la crisis ambiental. Al PAN le impone la manida disyuntiva del pueblo a la nada; a la iniciativa privada pensar en el bien común por encima de su inversión; a Juan Pueblo a tragarse la piedra de molino de los otros datos y la honestidad valiente. A todos la salvación o las llamas eternas.

La verdad es que hay que deliberar, sin camisas de fuerza impuestas desde el poder, las bondades y perversiones de su propuesta.

El Ejecutivo ya se expresó en su Iniciativa y Exposición de Motivos, ahora corresponde al legislativo deliberar sin limitantes, ni trampas, ni perversiones, ni rijosidades, ni rencores, ni ruido, ni estorbos. Y no para salvar a México del abismo, sino para dotarle de un sistema eléctrico sustentable, barato, seguro y eficiente. No vamos a conquistar el cielo, queremos generar energía eléctrica de la mejor manera posible, sin falsos heroísmos y sin trampas de Odisea.

El verdadero gobernante debe tener un compromiso con la verdad —Parreshía—, de otra suerte no gobierna, sólo simula y miente.

No es —como en Huachinango, Puebla— de si lo van a dejar hablar. Ya habló en su iniciativa. Ahora le toca escuchar. Respeto, exige él, que sea, pero parejo.



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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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