PARRESHÍA

El partido ha muerto

El partido ha muerto

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Particidas

Los escucho como Zaratustra escuchó a aquel santo anciano que buscaba raíces en el bosque.

Antes, "por aquel tiempo —díjole a Zaratustra— llevabas tus cenizas a la montaña: ¿hoy quieres llevar tu fuego a los valles? ¿Es que no temes el castigo que corresponde al pirómano?

Pero a Zaratustra el amor a los hombres no le hacia temer nada.

En contrapartida, el anciano amaba al partido: "A los hombres no los amo. El hombre para mí es una cosa imperfecta. El amor al hombre me mataría".

Pero Zaratustra traía regalos a los hombres.

"No les des nada, dijo el santo. Mejor quítales algo y llévalo a cuestas junto con ellos.

"¡Y si quieres darles, entonces que sea una limosna, y aún entonces deja que te supliquen!

"Son desconfiados —continuo el anciano— (…) no creen que vengamos a traerles regalos".

Zaratustra preguntó qué hacia el viejo en el bosque, tan apartado de los hombres.

"Hago canciones y las canto —respondió aquel—, y cuando hago canciones río, lloro y gruño: así alabo a mi" partido.

"¡Dejadme marchar rápido —le dijo entonces Zaratustra— para que no os quite nada! Así se despidieron".

"Pero cuando Zaratustra se quedó solo, habló así a su corazón: ‘¡Es posible! ¡Este viejo santo en su bosque no ha oído nada de que’" los partidos han muerto!

Tiempo después, otra vez en el bosque, Zaratustra se topó "con otra persona sentada junto al camino que él seguía, a saber, un hombre alto y negro, con rostro pálido y enjuto. Éste le impactó fuertemente. ‘Ay, dijo a su corazón, allí está la aflicción enmascarada’".

Zaratustra trató de evitarlo, pero aquél "se dirigió corriendo a él".

Busco —le dijo— al último militante, serví a aquel viejo partido hasta su última hora.

"Pero ahora estoy jubilado, sí señor, pero sin ser por ello libre, y sin una sola hora de alegría, salvo en los recuerdos.

"Por eso subí a estas montañas, para celebrar de nuevo una fiesta para mí", como corresponde a un viejo líder y presidente de partidos, que en muchos corrí mi suerte. Pues has de saberlo, ¡yo soy el último líder de partido! — "una fiesta de piadosos recuerdos y liturgias".

Más tarde Zaratustra se encontró con otro hombre, el hombre más feo, un apartidista por resentimiento, sí, un resentido asesino de partidos que vive hundido en un remordimiento que lo mantiene sujeto al partido victimado y que por ello se ama a sí mismo y se desprecia profundamente:

"¡Qué pobre es el hombre! Pensó —Zaratustra— en su corazón, ¡qué feo, cómo expira, qué lleno de vergüenza oculta!"

Aquel hombre asesino era a su vez un muerto en vida por resentimiento y remordimiento.

Tres personajes en el camino de Zaratustra, a los tres los puedo escuchar como si estuviesen frente a mí.

El que vaga buscando partido, cual colibrí en busca de néctar, sin saber que los partidos murieron hace mucho. El que sumido en su liturgia sigue celebrándose a sí mismo con pompas y cánticos a uno o varios partidos muertos en su haber y, finalmente, el asesino de partidos en su absoluta fealdad y remordimiento, el último militante que se vanagloria de su ‘partidicidio’ y se revuelve en el fango de su orfandad.

Cierro el anterior párrafo sin poder dejar de pensar en Porfirio Muñoz Ledo, la personalización misma de los tres personajes descritos por Nietzsche. El "des-creyente" de todo partido, pero no por incrédulo, sino por adultero partidista serial que llega al apartidismo como el adicto a la abstinencia. En Porfirio y la basta escuela que a lo largo de años de vodevil forjó.

Pues bien, mutatis mutandi, todos somos ellos, extraviados en el bosque buscando en raíces partidos muertos y soluciones rebasadas.

Incapaces de enfrentar nuestra soledad y solitud.

Al morir los partidos hemos quedado solos de cara a nuestra libertad y responsabilidad.

No busquemos en sus sarcófagos y sacerdotes fantasmas nuevas soluciones.

El viejo militante de partido clientelar y patrimonialista ha muerto. El disciplinado soldado de partidos caudillistas y hedonistas vaga sin rumbo, sin dueño y sin sueños.

El verdadero Zaratustra concluía, tras escuchar a los tres perdidos en el bosque: "el hombre es algo que debe ser superado".

Pues igual, el militante y ciudadano que conocemos es alguien que debe ser superado.

Estamos solos. ¡Libres y condenadamente responsables!

Construyamos una nueva democracia, sin las iglesias, papados, sacerdocios, capillas, santorales y devociones que, hoy, ya no son más.

¡Bienvenidos a lo que venga!

Somos cenizas de aquellos partidos, seamos fuego en la forja de lo nuevo. No temamos al castigo de los pirómanos. No hay resurrección sin sepulcro (Nietzsche).

No busquemos raíces, construyamos futuro.

Amemos al ciudadano, no a cadáveres de partidos.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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