La registradora extraviada
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Una senadora del montón. ¡Paciencia!, más adelante se verá que la acepción no tiene dejo peyorativo alguno y responde a una autocalificación. Bien, una senadora del montón, dijo que sí, que la fracción parlamentaria de Morena es la Oficialía de Partes de López Obrador en el Congreso de la Unión, a mucha honra y con “autoridad moral”.
Que lo pongan en letras de oro en el frontis del Senado.
“Claro que nos gustaría poner un letrero que diga aquí que somos Oficialía de Partes, porque somos la Oficialía de Partes de un Movimiento Nacional de Regeneración —Morena— que impulsa una Cuarta Transformación; que pongan Oficialía de Partes del pueblo de México, pero sobre todo de los que menos tienen”, afirmó una senadora de cuyo nombre no quiero acordarme.
Y sí, lo dice con toda autoridad en moral, pero la moral de esclavo. No en el sentido del esclavizado, sino del rendido, entregado y cómodamente ubicado en la abyección y el servilismo.
La “moral de los esclavos” es un concepto filosófico de Nietzsche. Es la moral de quien se niega a ir más allá de sí, que renuncia a su voluntad de poder, de poder ser más y mejor: a ser “aspiracionista”, pues; que no quiere crecer en fuerza, conocimiento, experiencia y libertad. Es la moral que lame la yunta y se solaza al azote.
Es la moral del cangrejo, que jala al abismo de la bandeja a quien quiera salir de ella.
La rebelión de los esclavos —dice Nietzsche— “comienza cuando el resentimiento mismo se vuelve creador y engendra valores: el resentimiento de aquellos seres a quienes les está vedada la verdadera reacción, la reacción de la acción, y que se desquitan únicamente con una venganza imaginaria. Mientras que la moral noble nace de un triunfante sí dicho a sí mismo, la moral de los esclavos dice no, ya de antemano, a un ‘afuera’, a un ‘otro’, a un ‘no yo’; y ese no es lo que constituye una acción creadora” (del esclavo).
Continúa Nietzsche, “—este necesario dirigirse hacia fuera en lugar de volverse sobre sí— forma parte precisamente del resentimiento: para surgir, la moral de los esclavos necesita siempre primero de un mundo opuesto y externo, necesita, hablando fisiológicamente, de estímulos exteriores para poder en absoluto actuar, — su acción es, de raíz, reacción. Lo contrario ocurre en la manera noble de valorar: ésta actúa y brota espontáneamente”.
El otro, el adversario, ése del que no son iguales, es el origen y razón de su acción.
Pero dudo que la vocación de burócrata de la sedicente senadora le dé para entender lo anterior.
Más vayamos al fondo del asunto.
Una Oficialía de Partes es una ventanilla receptora de documentos, cuya función consiste —y se agota— en recibir, registrar y turnar. Una Oficialía de Partes no analiza, pondera ni decide más allá de a quién, cómo y cuándo turna, y si hay que pedir más grapas y tinta para el cojín de los sellos.
Una senadora, por el contrario, ostenta una representación política. Y toda representación es un mandato expreso que conlleva rendición de cuentas y responsabilidad administrativa y, en su caso penal. Una representación política, por ende, envuelve, además, responsabilidad política, social e histórica.
A una senadora se le paga en atención a las funciones que desempeña, muchas más y de mayor envergadura que las de una oficial de Oficialía de Partes.
El artículo 76 de la Constitución lista 14 facultades exclusivas del Senado de la República, el 73, 31 atribuciones del Congreso y a lo largo de su demás articulado dispone otras funciones implícitas. Ninguna de ellas de Oficialía de Partes del Ejecutivo federal.
El artículo 49 constitucional divide el “Supremo Poder de la Federación”, para su ejercicio, en Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Y expresamente prohíbe se reúnan dos o más poderes en una sola persona y corporación.
Pero sería un despropósito pedirle a la senadora con vocación de oficinista sepa de estas bagatelas tan ajenas a su movimiento y apostolado.
Aunque valdría la pena que nuestra parlamentaria registradora se preguntará en la amplitud y silencio de su iluminada oficina en el Senado, qué caso tendría pagar a 128 senadores y 500 diputados para recibir, registrar y turnar todo lo que mande el presidente, sin ningún otro procesamiento que turnarlo al mismo remitente.
Lo que procedería, en beneficio del Congreso de la Unión y de la República misma, es nombrar a la susodicha en la Oficialía de Partes del Senado, llamar a su suplente, llevar a cabo unos talleres introductorios de Parlamento para Dummies y cumplir las atribuciones constitucionales de su cargo y políticas de su representación política.
Ahora bien, por parte de Morena, recomendaría que alguna alma caritativa —comedidamente— le recuerde a la Senadora con ansias de sellos y clips, aquella parte de la Constitución que reza: “y si así no lo hiciere, que la Nación me lo demande”.
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