PARRESHÍA

Reino y monopolio de la mala conciencia

Reino y monopolio de la mala conciencia

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La mala conciencia se inocula mañana tras mañana en un remordimiento que amansa y amasa; somete realidad y psicología, desvaloriza y destierra en casa.

Al INE, último bastión

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López Obrador habla de un “cambio de conciencia” que, urge, irreversible.

Hay en ese “cambio de conciencia” un ingrediente de mórbida deuda y culpa de dudosa consistencia. “Mala conciencia” le llamó Nietzsche, que en su origen comparten culpa, que en alemán es schuld, y deuda, que es shulden.

Pero toda deuda implica un acreedor que, en esta ecuación, asume un carácter de poder imbatible a grado que en la antigüedad se cobraba con mutilaciones sobre el cuerpo de deudor (El mercader de Venecia), su libertad y hasta su vida o la de su descendencia.

Pregunta Nietzsche: “¿en qué medida el sufrimiento puede ser una compensación de las ‘deudas’? En la medida en que hacer sufrir produce un bienestar en grado sumo, en la medida en que el perjudicado trocaba el daño, así como el displacer asociado a éste, por un contragoce extraordinario: el hacer sufrir”. Spinoza le llamó sympathia malevolens (simpatía malevolente).

Anotemos esto último. Pronto regresaremos a ello.

La deuda puso al hombre frente al hombre en desigual condición y medida. El hombre pasó a ser, así, un “animal que tasa”, que pone valores; en este caso de poder y sumisión. Nuevamente en alemán, Elend significa fuera, proscrito; en tanto que êlend, miseria. Ambos vocablos comparten su origen en el vocablo des-terrado, sin tierra, sin lugar, en tierra extraña o ajena.

Anotemos también este ingrediente de exclusión.

La mala conciencia es un invento del resentimiento —un valor tasado desde el resentimiento—, por medio del cual las deudas jamás se colman, no importa cuantas veces se paguen; El acreedor, una vez enseñoreado sobre el deudor, hace de ello fin y sentido de vida. El sometimiento, además de poder, se vuelve necesidad y goce.

Ello implica otra vuelta sobre la tuerca del deudor tasado de mala conciencia: el castigo. Castigo no sólo como pago, sino como castrador de carácter, institucionalización del desequilibrio de poderes y disuasor de rebeldías. Castigo para infundir temor, segregar al insurrecto, estigmatizar, paralizar. Pero castigo también como fiesta (Pan y Circo) y befa y escarnio del adversario. Finalmente, castigo para inocular en el otro un sentimiento de culpa llamado “mala conciencia”.

Así, el hombre profana sobre el hombre “realidad y psicología”.

El resentimiento como macabro arte del remordimiento que amansa y doma. También amasa.

La implantación de la mala conciencia encierra al hombre en una esfera de poder con sus instintos desestructurados y alienados. Los instintos que debiera expresar hacia fuera en sobrevivencia, gozo y superación, se descargan hacia dentro en inhibición de libertad, de alegría y de crecimiento. Y si mucho me apuran: condenar toda aspiración, empezando por la del aire que sostiene vida, porque en el fondo todo humano es aspiracionista, respira.

La mala conciencia ha quedado así instalada en el hombre como la peor de las enfermedades: el sufrimiento del hombre por el hombre; la humanidad y vida como carga; la libertad como pecado, la superación cual depravación, el triunfo trucado en delito, el disentir hecho traición: el hombre maleable, amasado y siempre culpable, prisionero de sí mismo, de su mala y nueva conciencia.

Vivimos en el reino y monopolio de la mala conciencia expresada en remordimiento, donde todos somos desvaluados, culpables y deudores; excepto uno, libre de toda culpa y dueño del resentimiento, en cuyas manos quedan nuestras honras, haciendas y vidas.

Regresemos sobre nuestros hitos: Hacer sufrir como goce, excluir, el resentimiento como generador de contravalores, tasación de buenos y malos, castigo como sometimiento físico y psíquico, interiorización de la culpa y, finalmente la “mala conciencia” o moral de los esclavos, domados, amansados, aprisionados en su pecado de existir y de aspirar.

Bajo esta categoría de “mala conciencia”, las mañaneras adquieren otro sentido. Su machacoso ritornelloencuentra explicación y puerto, sus galimatías traducción, la polarización objetivo, los estigmas lógica: tasar a propios y extraños, imputar una deuda histórica abstracta e impagable, gozar del sufrimiento ajeno, de la proscripción social y política: del des—tierro en tierra propia; atribuir fama pública (infamar), desvalorar valores, inocular remordimiento, cambiar las conciencias a la “mala conciencia”.

A un tiempo de disuade (Robles, Medina Mora, García Cabeza de Vaca), agota (austericidio, fideicomisos, acusaciones jamás procesadas, INE), somete (Saldívar, Congreso, CONAGO), paraliza (empresarios, oposición, academia), amansa y amasa (clientelismo).

La “transformación” como deuda impagable, culpa divina, remordimiento eterno, estigma indeleble, sumisión introyectada: “mala conciencia”.

Desterrados en casa, migramos a la nada.


PS. — Feliz Navidad.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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