PARRESHÍA

Gobierno corcholata

Gobierno corcholata

Foto Copyright: lfmopinion.com

Lo que tenemos es un gobierno que tapa —"encorcholata"—, todo: un destapador que tapa y oculta.

En los detalles está el diablo, más cuando son actos fallidos.

El propio Freud explica que el acto fallido de expresión oral (los hay de olvido, distracción u otros) “más frecuente y la que mayor impresión produce es aquella que consiste en decir exactamente lo contrario de lo que queríamos”.

En el México de mi infancia hubo un anuncio por muchos años que decía: “Hasta que usé una Manchester me sentí a gusto”. Nadie, ni el publicista, se percataba que el sentido de la publicidad era exactamente inverso a su propósito. Lo que se quería decir es que “desde” —preposición que indica punto de origen o procedencia en que ha de empezar a contarse una cosa— que empecé a usar esa marca de camisas me sentí a gusto. No obstante, muy al contrario, lo que afirmaba era que “hasta” —límite final de una trayectoria en el espacio o en el tiempo— que las dejé de usarla fui feliz.

Aunque los actos fallidos, sobre todo en la expresión oral, “son en su mayoría insignificantes, de corta duración y escasa importancia en la vida cotidiana”, ello no implica que no respondan a un sentido psíquico que les otorga y devela una intención o tendencia, las más de las veces inconsciente.

Así, del lapsus surge un segundo sentido a la intención buscada en el original. Así, sostiene Freud, los actos fallidos “no son casualidades, sino importantes actos psíquicos que tienen su sentido y deben su génesis a una acción conjunta o quizá, mejor dicho, a la oposición de dos intenciones diferentes”.

Continua el padre del psicoanálisis: “Los actos fallidos resultan de la interferencia de dos intenciones diferentes, una de las cuales puede calificarse de perturbada y la otra de perturbadora. Las intenciones perturbadas no plantean ningún problema. En cambio, por lo que respecta a las perturbadoras, quisiéramos saber de qué género son tales intenciones capaces de perturbar otras y cuál es la relación que con estas últimas las enlaza”.

A veces, queriendo decir “busco ayudarte”, se dice “ayudarme o aprovecharte”; la segunda intención —perturbadora— viene a perturbar a la buscada. Entre una y otra puede mediar una relación de contradicción, rectificación o complemento. A veces, la relación es más oscura y de mayor dificultad para dilucidar. Pero —nuevamente Freud—: “En casi todos los casos en los que la equivocación nos hace decir lo contrario de lo que queríamos, la intención perturbadora es, en efecto, opuesta a la perturbada, y el acto fallido representa el conflicto entre las dos tendencias irreconciliables”.

Y, se preguntará usted, a qué diablos viene todo esto. Al evento que pudiera ser el mayor acto fallido del gobierno que se autodenomina Cuarta Transformación: el lapsus mentus de la “corcholata”.

López Obrador con la intención —que resultó perturbada— de abrir adelantadamente el juego priísta del “tapado”, cometió el acto fallido de hablar de “corcholatas” —intención perturbadora—. Y, así como con las camisas Manchester nadie se fijó en la diferencia entre hasta y desde; con las corcholatas no hubo quien contrastara tapa con tapado.

La corcholata tapa lo tapado, pero no es aquello que cierra. Lo tapado en la picaresca del juego sucesorio antidemocrático mexicano —el dedazo—, no es de la especie de lo obturable —propio de aberturas o conductos tapados o cerrados introduciendo o aplicando un cuerpo—, sino de lo velado, encubierto, oculto, disimulado. Encapuchado lo inmortalizó el gran Abel Quezada.

López Obrador, queriendo tapar a su caballada (modismo priísta) supuestamente la destapó, y en su acto fallido se destapó también a sí mismo. En aquella celebre mañanera (12 vi 21) afirmó: “Yo soy el destapador”.

Sígame porque se va a poner bueno: Un destapador que dice destapar, pero que en vez de mostrar lo que hasta entonces permanecía a cubierto —lo tapado—, nos muestra lo contrario que lo encierra: la corcholata. En la usanza del tapado, la capucha, no al sujeto.

El acto fallido de López Obrador está en decirnos que destapa cuando lo que muestra es la tapa, no lo destapado. Y en lugar de destapar oculta. Lo que vende como destapados son en realidad —en su propio lapsus mentus— tapaderas. Y ni siquiera de rosca, de uso múltiple, sino corcholatas que una vez desprendidas del envase son desechadas.

Pero el acto fallido no se queda en las corcholatas, sino que impacta a su auto—calificación de destapador. Un destapador que dice destapar, pero que nos “encorcholata” a todos.

Presume mostrar, pero oculta. Pero no solo en su manido juego sucesorio, sino como gobierno. Lo que tenemos es un gobierno corcholata, que tapa información pública bajo la excusa de seguridad nacional; que hace consultas populares para imponer su capricho, que inaugura un zócalo democrático donde una sola voz tiene derecho a hablar; que demanda austericidio cuando disipa las arcas públicas en clientelismo y faraónismo; que persigue al crimen liberando y abrazando, que promueve la inversión persiguiendo y estigmatizando; que impulsa la cultura igualando en la ignorancia, la justicia uniformando en la injusticia y el desarrollo depauperando.

Cuando López dice destapar, lo que hace es tapar; cuando dice transparencia se hace la oscuridad primigenia; cuando dice verdad miente.

Por eso, el acto fallido destapador es en realidad su asunción a Primer Corcholata de la Nación.

La vida misma de México, su pulso y ánima son obstruidos por él.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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