PARRESHÍA

Tiempo de la verdad y la verdad del tiempo

Tiempo de la verdad y la verdad del tiempo

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Llego la hora de la verdad y de los tiempos: No hay presidencias desde el más allá; son aquí y son ahora.

Mis tiempos, llamó López Portillo a las memorias de su gobierno.

Sería algo desmedido decir que el título es lo mejor del libro —lo cual además sería falso e injusto— pero en la circunstancia de hoy y aquí, el título adquiere un nuevo y especial significado y relevancia.

Lo que nos quiere decir con Mis tiempos es que toda presidencia tiene tiempos. Es en el tiempo.

Se llama “finitud” y condena todo al ocaso. Todo tiene un principio y un final.

Incluso la fábula de la Cuatro T.

Lo dijo Machado, “pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar”.

Pero hagamos un paréntesis coronario.

Testamento” es una última declaración de voluntad: “Declaración que de su última voluntad hace alguien, disponiendo de bienes y de asuntos que le atañen para después de su muerte” (RAE).

Última, “al final de la línea; final, definitivo” (RAE).

Quien habla de “testamento” habla del final de “sus tiempos”.

Fiel a su arte prestidigitador de “El Gran Tapador” de la realidad, ayer López Obrador nos obsequió otro de sus mensajes sibilinos, donde anunció que dejaba un testamento político. Lo hace, como siempre en la contradicción: saliendo de una hospitalización más reservada en información que los segundos pisos y sus obras faraónicas; aseverando que está de regreso y bien, pero anunciando su última voluntad política.

Nada nuevo tratándose del juego “En dónde quedó la bolita” que es su gobierno. Incluido el delirio de congelar los tiempos. Los egipcios lo pretendieron momificando a sus faraones; vaciándolos de líquidos y vísceras, llenándolos de aserrín y guardándolos en sarcófagos para la eternidad. “Egepticismo” le llamó Nietzsche.

López Obrador no sólo pretende “egeptizar” su persona y gobierno, hacerlo eterno; sino, además, quiere mandar más allá de sus tiempos.

El gran pecado de soberbia de toda locura y desmesura.

No sólo prolongar un mandato temporal, por el que murieron a principios del siglo pasado un millón de mexicanos, a fin de impedir que caudillos y salvadores de la patria se eternicen en el poder y desgobierno. Sino, además, prolongar sus tiempos humanos, seguir mandando desde la muerte.

Desgraciadamente la historia muestra lo contrario: cayó Troya, sucumbió Egipto, Persia fue borrada, Cartago destruida, Roma extinguida, Constantinopla tomada, Napoleón derrotado, Hitler suicidado, Pinochet, Castro y Chávez desaparecidos de la escena. El sol de Luis XIV terminó con su tocayo XVI en la guillotina, cayó el imperio donde no se ponía el sol y presenciamos los estertores del fin de la hegemonía norteamericana.

Paradójico, quien pretende congelar la historia en una cuarta y última de sus fábulas, hace del Templo Mayor maqueta de tablarroca de una historia caricaturizada por la ignorancia y el resentimiento antiespañol que pretende reescribir la historia patria cambiando nomenclaturas de calles, decapitando monumentos y resucitando villanos.

Pero, lo más preocupante es que su responsabilidad no es el mañana, sino el hoy y aquí, empezando por su obligación con la verdad sobre su estado de salud, sobre la reunión con la secretaria de energía de Estados Unidos, sobre la inviabilidad de sus delirios de obras personalísimas, seguridad, salud, economía y cohesión social.

Para él llegó el tiempo de la verdad y la verdad del tiempo. El parte de sus tiempos y su cerco infranqueable, tanto en la responsabilidad democrática que se le impuso, como en su finitud esencial.

Basta de mentiras.

PS. Un día me dijo el recién fallecido Meme Garza: “En México los expresidentes sólo tienen derecho a dictar su epitafio”. ¡Testamento político, ja, ja, ja!


#LFMOpinion
#Testamento
#Tiempo
#Finitud



Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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