Política y espacio
Política y espacio. — La política es un espacio. Pero no sólo un lugar, también escudo. Un espacio protegido.
Protegido para qué.
Para hacer posible ¡lo plural!
Arendt nos dice que dios creó al hombre; pero los hombres —lo plural— es obra humana. Es como la tierra y el mundo: uno es el cuerpo celeste, otro el ámbito y circunstancias en que convivimos. Hoy, por ejemplo, el mundo humano está acabando con la tierra.
El hombre solo no necesita de palabra — al menos hablada—, conversa consigo mismo en silencio. En ese soliloquio no hay pluralidad; es uno solo el que se habla y se contesta.
Tampoco necesita autoridad, él es su propio Señor.
En su fuero interno es libre y sí acaso viola sus libertades y derechos, desobedece sus propias órdenes o reniega de sus consecuencias, no puede llamarse a ofensa.
El hombre solo ocupa todo el lugar que su cuerpo necesita y nadie puede irrumpir en el espacio que puebla. Materialmente es imposible.
Pero “los hombres” sí comparten espacio, palabra, hacer, autoridad y derechos.
La acción de uno puede entrar en colisión con la de otro; la perspectiva de uno jamás podrá ser la misma que la de otro; sus palabras se sobreponen en cacofonías y el señorío de uno es contrario al del otro.
Lo plural exige orden y organización, incluso a nivel atómico. Más en animales de mayor complejidad orgánica.
Y, hasta hoy, todo orden y organización se da en un espacio.
Pues bien, la política es ese espacio que permite que lo plural sea.
Para ser requiere, al menos en el hombre, de palabra y acción. La palabra es ya de suyo una acción, pero una acción que verbaliza otras acciones del hombre, que las explica y dota de sentido o, al menos, de justificación. Que la locura es también palabra y acción, aunque no necesariamente sentido, o sentido comprensible para la mayoría.
La política es pues lo que media entre los hombres, nuevamente es Arendt quien dice que es lo que “es—entre” (inter—es). El espacio en el que nos movemos y comportamos los unos con los otros: lo que nos une, distancia, diferencia y ordena.
La pluralidad nos obliga a soportar lo imprevisible de los otros, su libertad. A ella llega cada uno con su espontaneidad y es obra humana que no redunde en caos.
La política en tanto espacio, no puede ser ocupada(o) por una sola persona, una sola voz, una sola acción.
Tampoco puede ser un espacio que funda o licue, siempre es un espacio que diferencia.
Finalmente, no puede ser un ámbito de desorden: para que una y diferencie, debe imperar un orden y todo orden se halla siempre normado. Norma es sentido: para que un bien sea, una conducta tiene que ser; ser para algo: el bien buscado. Luego entonces el espacio político tiene brújula, puerto, timonel, orden y tripulación diferenciada y con tareas concurrentes.
La política es pues espacio, lugar; pero también y principalmente escudo. Un espacio seguro contra la unanimidad, el monólogo, la intolerancia, el desconocimiento del otro, la imposibilidad de lo espontaneo, la negación de lo plural.
Sin pluralidad no hay espacio común, ni política. Todo se funde en un amasijo primordial: en algo, dijo Antonio Caso, no en un alguien.
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