PARRESHÍA

El dinosaurio siempre estuvo ahí

El dinosaurio siempre estuvo ahí

Foto Copyright: Especial

El México de uno solo.

López Obrador, realmente, sólo se pertenece a sí mismo, escribía Alberto Barrera Tyszka, en el The New York Times unos días antes de su toma de posesión (18 xi 18).

La elección de junio de ese —hoy— fatídico año 2018 había quedado atrás y aún antes de ascender al poder México sufría de antemano su polarización.

Polarización, decía Barrera entonces, como “método eficaz para la consolidación de los caudillos modernos” y su arte de incendiar los medios de comunicación y las redes sociales para “alimentar a quienes veneran y a quienes odian al líder”.

Líder que rompe en dos mitades la relación plural que hace a la política y al poder, posicionándose en un centro narcisista, todopoderoso y omnipresente para imponerse como agenda única del debate y actor exclusivo en el espacio público.

Producto larvado en las reglas del juego, antes de protestarlas las descalificaba; el mismo sistema por el que había ascendido al poder no le era suficientemente bueno. Por encima de instituciones y constituciones empezaba a refulgir él bajo una etiqueta que terminaría por desbancar al Estado, a la participación política y a todo procedimiento civilizado y normado. Por sobre todo él y sus ceremonias. Él en el centro como eje que polariza cada vez más al país bajo una nueva democracia reducida a un asunto personal y pleito de cantina.

Barrera lo trazaba entonces. Hoy lo vivimos en carne propia. INE, Tribunal, Congreso, presupuesto, Corte, el país entero sometido al capricho de un ejercicio narcisista de “no estás solo”. Qué podría ser más importante para la representación popular y los mandatos de las diversas urnas que la no revocación del poder hecha pantomima, de suerte que los congresos se vacían en licencias para salir a promover desde el poder la democracia participativa en ceremonia de pleitecia al líder inmarcesible. Qué puede importar la vida de sus gobernados frente a la encomienda de los gobernadores de someter la realidad de sus entidades al capricho de la revocación hecha culto de adoración.

Pero nadie escuchó a Barrera cuando advertía: “todo populismo es un encantamiento. Por eso mismo, se trata de una experiencia tan tentadora como peligrosa. Supone que el hechizo del carisma puede sustituir a las formas. A medida que se acerca el 1 de diciembre —decía entonces—, México parece hundirse más en una marea de este tipo. Es un proceso que puede detallarse con claridad en algunas de las recientes polémicas que tienen como centro al próximo presidente”.

El asunto del aeropuerto en Texcoco, no era el aeropuerto mismo y su consulta no era (jamás lo fue) la consulta en sí misma, era él imponiéndose solo y omnipresente en la agenda pública de los mexicanos. Como no es el INE, ni las mujeres asesinadas, ni los niños sin medicinas, ni las masacres, ni la crisis de crisis: siempre ha sido AMLO por AMLO mismo. No hay en su ecuación México ni mexicanos: “frente a cualquier debate o invitación al discernimiento —escribía Alberto—, el poder propone un argumento emotivo: la fe, la lealtad. ‘Nosotros no somos corruptos, nunca hemos hecho un fraude, tenemos autoridad moral”, decía y dice López Obrador como respuesta a cualesquier realidad. Su sola presencia es escudo y garantía insuperable. La política en versión melodramática. El corazón por sobre las instituciones y los problemas.

En aquel entonces ya asomaban los nuevos cónsules pretorianos en versión superdelegados como coordinadores en cada estado para supervisar los programas de desarrollo, “una suerte de Estado paralelo: la creación de un cuerpo de funcionarios que mantienen relación directa con el jefe de Estado y se encargarán de actividades de desarrollo en el mismo territorio que los gobernadores que fueron elegidos democráticamente. Todos estos nuevos delegados son miembros del partido político de AMLO, Morena, o forman parte de su entorno cercano. Pero AMLO dice que no, que no está creando dualidades ni poderes alternos. Y para demostrarlo acude a la devoción, ofrece un razonamiento inapelable: la humildad. Los superdelegados, van a trabajar ‘sin protagonismos, con humildad. ¿Qué es el poder? El poder es humildad’”.

La misma humildad ante la cual caería hecha pedazos la corrupción; humildad hecha devoción ciega, capaz de defender el mando directo sobre una nueva fuerza militar y policial, advertía Barrera, con —se decía entonces— cincuenta mil elementos.

Porque de lo que se trata es de remplazar la institucionalidad por la personalidad. En el trance —hoy lo sabemos, entonces lo advertía Alberto— “la sensatez y el poder ciudadanos pierden terreno”.

Las señales siempre estuvieron ahí, desde a ver “quién les amarra el tigre,” hasta el “Yo ya no me pertenezco, estoy al servicio de la nación”. En ambos casos el Mesías Tropical confesaba que no podía solo, que “necesita derrotar a la sociedad” encarnando patria, nación y pueblo.

Ya se sabe ahora cómo es la democracia según AMLO, no un gobierno sino un salvador. Y para que no quede duda de ello mandó a senadores reducidos a la ignominia a recordárnoslo.

En noviembre del 18 Barrera nos urgía: “es necesario desactivar el esquema polarizante. Hay que evitar que solo los radicales tomen las calles y el lenguaje, pero también hay que dejar de jugar a la defensiva, como si solo fuera posible pactar y someterse. Hay que salir de la rentabilidad mediática y emocional que refuerza al líder como único foco de la acción y de la decisión política. En un contexto de partidos políticos derrotados y sin legitimidad, es aun más urgente promover y desarrollar nuevos movimientos y espacios de liderazgo y de trabajo, no dedicados al rechazo irracional del líder, sino articulados a las luchas concretas de la población. El mejor enemigo del populismo es la política. El ejercicio real y plural de la política. Es el momento de demostrarle a AMLO que no es cierto, que realmente él solo se pertenece a sí mismo. Que a partir del 1 de diciembre tiene un nuevo trabajo y que la nación estará ahí para exigirle que lo haga bien. Para controlarlo”.

La pregunta hoy, como entonces, es ¿está?, ¿Estamos?

Texto de Barrera Tyszka en La democracia según López Obrador.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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