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La Odisea

La Odisea

Foto Copyright: lfmopinion.com

Más aventuras y peligros hay en cobrar una pensión del ISSSTE que llegar a los brazos de Penélope.

Como se sabe, tanto la Ilíada como la Odisea se atribuyen a Homero, un ciego de nacionalidad griega que describió la guerra de Troya y el destino de los héroes de esa epopeya.

A su regreso a casa —Odiseo para los griegos, Ulises para los romanos— se amarra al mástil mayor del barco para evitar ser seducido por “el canto de las sirenas” y ordena a la tripulación taparse las orejas con cera para no oír el embrujo.

Se cuenta que algunos marinos desobedientes y curiosos se lanzan al mar embelesados por los cantos y se ahogan tratando de alcanzar la playa.

Cuando Ulises llega a Ítaca, Argos, su perro, lo reconoce, mientras Penélope, su esposa, teje y desteje para ganar tiempo con la esperanza de su retorno y así posponer el compromiso con nuevos y desconocidos pretendientes.

Una de las enseñanzas primordiales de este trascendente relato, además de la significación de la victoria, la Nike en griego; es, sin duda, la conducta perseverante de los héroes.

A tal grado que en el mundo moderno se habla de odisea a un camino, a una aventura con desconocidos retos y obstáculos por vencer.

Así se aplica “odisea” a sufridos automovilistas de la Autopista del Sol, que con frecuencia la encuentran cerrada hasta por 12 horas y más, cuando los habitantes de los pueblos cercanos presionan a las atolondradas autoridades para lograr que se cumplan sus demandas, o, cuando menos, una promesa (monetaria) de futura solución a necesidades, injusticias o crímenes cercanos.

Algunas otras relevantes odiseas son las burocráticas y laberínticas rutas que los viejos jubilados del ISSSTE sufren cuando se dan cuenta de que se han interrumpido por superpoderes anónimos y sin decir agua va, sus limitadas pensiones o jubilaciones.

Parece que, por alguna disposición de carácter administrativo, cuando los viejos rebasan cierta edad, en el manual lexicológico de administración del citado instituto, los viejos deben, por naturaleza, estar muertos, estar fríos o haber estirado de la pata, tal vez para contribuir a la austeridad republicana o engordar la cartera de alguien que sigue cobrando sin merecerlo. Vaya usted a saber.

Cuando el pensionado o jubilado se da cuenta del desfalco, sea o no voluntario, entonces viene lo bueno. El inicio de una verdadera odisea.

Primero habrá que ir a la institución bancaria a revisar la cuenta donde recibió tradicionalmente los depósitos mensuales de la pensión, para confirmar que la cuenta está seca.

Como se sabe, las sucursales bancarias están saturadas y parecen tianguis como antes de la pandemia. Además, ya no expiden estados de cuenta físicos fácilmente y los viejos carecen generalmente de habilidades y recursos informáticos, lo que complica la existencia de los ochentones—nonagenarios que, además, requieren usar el baño cada rato.

Una vez que se tienen copias de estados de cuenta y movimientos de cuando menos los últimos seis meses (hombre/mujer precavido vale por dos), el viejo exclama a voz en cuello ¡Eureka!

Sin embargo, es una ilusión pasajera, no es aún tiempo de celebrar… apenas empieza la jornada de tortura.

Una vez que algún hijo o vecino del viejo se decide ayudarlo, habrá que investigar a dónde ir. Es decir: La Fragua, Rio Rhin, Revolución, Coyoacán, la tostada… de la ceca a la meca.

Hay un par de números de teléfono para orientación, aunque nadie contesta, o raramente lo hacen.

A renglón seguido, con las copias fotostáticas de la cuenta bancaria en un sobre, el viejo acompañado de algún hijo o amigo, quienes tendrán que negociar que no les descuenten sus ausencias en sus respectivos trabajos, deambulan de oficina en oficina. Los viejos, arrastrando los pies, se dejan conducir sin protestar, en otro capítulo de esta odisea.

Habrá que llenar formatos y entregar copias del INE, del Curp, actas de nacimiento, comprobantes de domicilio.

Las señoritas trabajadoras protegidas tras vinilos antiCovid, muy atentamente guían el proceso. No prestan plumas al respetable por aquello de las desapariciones forzadas y los contagios. Todos deben de usar cubre bocas, aunque el famoso pejePresidente en cadena nacional haya informado que su médico le recomendó no usarlo, su doctor seguramente no es del ISSSTE, aunque sea donde le corresponde por ser empleado de gobierno.

A estas alturas, estimado lector, cómo podrá colegirse, muchos viejos tiran la toalla, mientan madres y deciden abandonar el barco, que se queden con la pensión, al fin, dicen, tengo la tarjeta de ‘lopitos’ que compensa en parte la pérdida.

Aquellos que con perseverancia insisten, a pesar de todo (como el tango que cantan en sendas contrastantes versiones Tita Morelli y Susana Rinaldi), deberán ubicar en prueba y error la oficina dónde recoger formatos, después de un par de horas de cola y una o dos rápidas visitas al WC.

Otro día en la mañana se deberán llevar los papeles a otra oficina, con cola y baño. Ahí, otro ¡Eureka! y firmas. Por fin, en 3 meses le avisaremos dice, con develada sorna otra cortés señorita dictaminadora, instalada cerca del Olimpo.

Para ese momento los viejos ya son expertos: conocen las mejores rutas de acceso a las 6 y 7 de la mañana. Que pesero tomar, a cuál sitio llamar. ¿Cuánto habremos gastado? ¿Cuál es su mejor sonrisa?

Como los sobrevivientes, son pacientes no desesperan. ¡Caray! más sufren hoy los ucranianos en otra absurda guerra de invasión; o más cerca, vean a los obligados a dejar sus comunidades en Michoacán, Tamaulipas y Zacatecas, por ejemplo.

Un buen día de sol, los ancianos al revisar sus estados de cuenta se fijan que el esfuerzo ha valido la pena. En efecto, aparecen depositados un par de meses de los rezagados. Saltan de contento, algunos completarán la renta, otros compraran medicinas que no consiguen en el propio ISSSTE y otros, más afortunados, comprarán algún regalo para los nietos o un ramo de flores para la esposa.

Otros, lamentablemente, habrán fallecido en el camino, entre tantas idas venidas y desmañanadas. Ya nunca disfrutarán del dinero que alguna vez les correspondió.

Falta poco para terminar esta odisea, recuerden: cuando hay pa’carne, es vigilia. Falta una última etapa para recibir la interrumpida pensión, detenida por la autoridad no neoliberal que también hace de las suyas.

Un último empujón muy temprano, hay que ir y recibir la ficha azul, firmar y escuchar nuevas instrucciones.

Después de un par de horas, una rápida visita al baño, por fin les toca su turno. No importan las repeticiones, afirman el conocimiento.

Muy bien, todos a bordo del Argo, sólo falta esperar unos tres meses para conocer el dictamen correspondiente a su caso.

Se depositará en su cuenta o no, tendrá que venir o no.
Como el oráculo de Delfos, requiere interpretación.

En tanto, quiero ocupar mi tiempo en acabar de leer la Odisea, ¿cuál fue el destino del héroe?

En el horizonte aparecen nuevas odiseas como viajes de larga duración con aventuras favorables y vicisitudes desfavorables. ¿Cuál será la mejor y más económica ruta para llegar al nuevo aeropuerto internacional inaugurado en tiempo y con ahorros por la 4T, si yo no vivo en Ecatepec?


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Arturo Martinez Caceres

Arturo Martinez Caceres

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