Miserable perversidad
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Una sola muerte violenta es de lamentarse. Más aún cuando se termina con la vida de niños inocentes, desvalidos e indefensos, asesinados sin conmiseración alguna, cuando se trata, en realidad, de un crimen contra la esencia de la misma humanidad, de la ansiada razón de ser y trascender.
Entonces se comete una afrenta contra toda la sociedad. Es un atentado contra la cultura, contra la dignidad de todos. Contra la civilización y los valores humanos. Es la perversidad.
¿Cómo pasó este desastre? ¿Por qué?
¿Cómo hemos contribuido como sociedad a este miserable crimen, a este ambiente soterrado de maldad?
¿Qué clase de hombres perversos se han gestado entre nosotros? ¿Por qué sucedió esta tragedia?
En efecto, el odio prevalece muchas veces entre todos.
Oí a algunos que dijeron que el joven asesino de Texas murió pronto, que debió de haber sido desollado, torturado por todo el dolor que cometió, de su única responsabilidad.
¿Es también el asesino una víctima?
En sin duda uno de los resultados de una sociedad de consumo, de úsese y tírese, sociedad de plástico. De relaciones fáciles y prontas. Superficiales.
Donde es altísimo el consumo de emociones, sensaciones y gratificaciones de rapidez inaudita. De drogas que generan enormes niveles de frustración y descontento, en especial cuando no se alcanzan las satisfacciones que los medios de comunicación promueven. Es la competencia con el vecino, con el amigo, con los desconocidos. Y el ascenso hacia la celebridad.
Una sociedad con enormes diferencias y donde la pobreza y las carencias generan asimismo insatisfacción, odio y actitudes de revancha.
Nunca como en Huxley donde todos, gracias al soma, éramos hipotéticamente felices desde los alfa hasta los épsilon… Hasta que apareció el salvaje.
Es el efecto demostración decimos los economistas.
Por ello los gobiernos modernos se esfuerzan (o dicen tratar de hacerlo), por reducir las inequidades con programa de beneficio social, fiscales, con educación y oportunidades de trabajo y mejores salarios. Desde luego es una carrera contra el tiempo ante el crecimiento geométrico de necesidades insatisfechas. Contra la corrupción.
En esencia la discusión se refiere a diferentes estrategias, desde un polo al otro.
Por un lado, en el extremo, se afirma que la clave está en la permisible sociedad donde se pueden comprar legal e indiscriminadamente armas de cualquier tipo, apenas cumplidos los 18 años de edad, al alcance de todo mundo con mínimos trámites, no importando si son armas de asalto o de defensa personal, para enviar al extranjero, para matar maridos celosos, para atentar contra maestras por estudiantes frustrados con su calificación reprobatoria o contra un miembro de la familia abusivo que negó permisos de salida un viernes por la noche o no les prestó el convertible, o les golpeó cuando eran menores. O son víctimas de abuso sexual. O tienen diferente color de piel u origen nacional o religioso. O fueron asaltados y robados.
Por el otro lado, la mayoría republicana, los trumpistas actuales, dicen que los Malos armados sólo podrán ser contenidos por los Buenos armados. Recuerdan que lo expansión de los EUA se hizo con una botella de whiskey en una mano y una pistola en la otra. Afirman que la ‘Segunda Enmienda’ de la actual Constitución, es intocable y motivo de orgullo nacional. Desde el siglo XVIII protege el derecho del pueblo estadounidense a poseer y portar armas. Son los miembros y promotores de la poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA), que financia campañas políticas in extenso y en el extremo propone armar a maestros y entrenarlos para la defensa de sus alumnos desde la escuela elemental hasta la facultad. El cinismo es de tal magnitud que organizaron su convención anual en Texas, but of course, apenas unos días después de la matanza en Uvalde.
En realidad, a lo largo de la historia, han sido millones los pretextos para matar.
Desde Caín y Abel, hasta la burda invasión rusa a Ucrania.
En los crímenes de odio racial y religioso.
En los feminicidios y abuso a mujeres por deseo, rencor o impotencia.
En las bandas que dominan regiones completas y cobran derecho de piso e instalan retenes armados para su propio beneficio.
En los asesinatos de periodistas que denuncian crímenes y negocios de poderosos.
En las más pobres y marginadas regiones donde se cultiva amapola y mariguana, y la vida gira alrededor de narconegocios y quien se queja, se muere.
O donde las importaciones chinas de fentanilo son a cualquier costo para su exportación a la metrópoli vecina del mayor consumo en el planeta.
Entonces es urgente distinguir por qué no funciona con éxito la estrategia de combate a la violencia y la inseguridad.
Ni en Mexico con las abrazos y el despliegue de cien mil elementos de la Guardia Nacional, reducidos a ser testigos tolerantes, ni en los EUA con una policía de primer mundo, entrenada profesionalmente, que tardó más de una hora en actuar, rompiendo ventanas para abatir al agresor y rescatar a los asustados, ensangrentados, afortunados infantes.
El saldo fue de 19 niños y dos maestras fallecidas. Más el esposo de una de ellas, que al enterarse del asalto a la escuela sufrió un infarto mortal.
Más el dolor de por vida de todos los familiares y amigos de las víctimas de aquí y de allá.
Cuando los gobiernos no pueden acreditar su pacto para proteger a sus habitantes y progresar hacia la satisfacción de necesidades educativas, de salud, de bienestar en general mediante el trabajo productivo y el salario, incumplen una de sus fundamentales razones de ser, es decir, garantizar la paz pública.
Cuando se suma la frustración juvenil al universal maltrato de los adultos y a la incapacidad por generar oportunidades y se aplaude la violencia, como un medio de reconocimiento, el resultado primero es el ataque al salvaje de Un Mundo Feliz, a los diferentes o el regreso a la anomia, la desorganización. La ‘noia’, el aburrimiento de la criminal rutina conocida.
Es inútil lavarse las manos, no combatir a los malhechores, dejar las cosas como están y aspirar a que por un milagro mejoren su conducta antisocial.
Nunca se dejarán de matar, cuando menos a corto plazo, por su propia intrínseca escondida bondad. No se vale defender lo indefendible ni seguir culpando de la violencia a la guerra anterior. No es suficiente.
Como tampoco es cierto que el gobernador Abbott, de de Texas (Boot Abbott), con aspiraciones presidenciales, diga que fue mal informado y ofrezca disculpas públicas. No es suficiente.
O el presidente Joe Biden, acompañado de Jill, de riguroso luto visiten Uvalde, recen y recen y dejen un ramo de flores. No es suficiente.
Algunas cosas obvias urge hacer:
Que los legisladores estadounidenses se decidan a legislar para evitar que cualquier hijo de vecino mal intencionado adquiera armas de asalto y que la policía actúe con eficacia y a tiempo en defensa de los habitantes, de todos, más aún los más desvalidos. Al costo político que sea.
Que la Guardia Nacional sea ejemplar en el combate contra la criminalidad y recupere las zonas del territorio nacional dominadas por bandas de malechores, aunque no sean monstruos. Al costo político que sea.
Los criminales deben de responder por sus actos ante la ley y la justicia y no pasearse presumiendo armas de cualquier tipo.
Tal vez todavía sea tiempo de librar victoriosos la última batalla contra la perversidad. Tiempo de que la sangre de inocentes, sea una argamasa para construir un mundo mejor.
Tal vez.
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