PARRESHÍA

Nuestras mentiras

Nuestras mentiras

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Un apunte de lista de mentiras que constituyen hoy el alma nacional.

Hablábamos ayer de la mentira, de cómo en México la hemos mitificado hasta no saber ya si lo que vemos y entendemos responde a un dato objetivo de la realidad o a una vil falsedad.

Hoy se miente desde la cumbre del poder; contumaz, impúdica e impunemente. Nos gobierna la mentira.

Pero lo que miente desde el Salón Tesorería cada mañana es el producto más acabado de un México deformado hace mucho con apilamientos de mentiras y la culturización de lo falso.

Veamos, en México los partidos no son partidos ni son de ciudadanos, son negocios y son de dirigencias; no en balde tres tristes pelados traen a tres lamentables partidos trapeando las miserias de nuestra política. La traición caminando regentea otro que ni es verde ni es ecologista; en el Partido del Trabajo nadie sabe qué son, a dónde van y con quién tendrán que acostarse esta noche. Morena, ni a partido llega.

En 96 los partidos conquistaron el presupuesto público y pusieron en la Constitución "su" derecho a él como si fuera uno de y para los ciudadanos. Se dijo entonces que era para que no cayeran en las tentaciones del dinero negro; solo cebaban su voracidad y gula. ¿Quiénes ganan hoy las elecciones, los candidatos, los partidos, las redes o el crimen organizado?

Los partidos carecen de ideologías, principios y lealtades, se han reducido a ser taxis (Manlio Fabio Dixit) para llevar personas moldeables a candidaturas vacuas. La crisis del sistema de partidos es global y en su redefinición sobrevivirá solo aquel que sea verdaderamente autocrítico y vea al futuro sin añoranzas de pasado.

La reforma del 90 —una reforma orientada por la culpa— entregó la democracia a los partidos, desde entonces todas las reformas subsecuentes han sido para beneficio de una partidocracia rapaz y rica, pero impotente para formar ciudadanía y democracia con gobernabilidad y gobernanza. Tenemos una democracia que sirve solo a la democracia misma y a quienes de ella viven, pero que no genera gobiernos funcionales ni responsables, y menos ciudadanía activa.

En consecuencia, tenemos ciudadanos de postín que cada tres años se les invita a un aquelarre para que premien a quien mejor les engañe, a la mejor mentira, a la campaña más lucidora, a la cancioncita más pegajosa, a la despensa más completa, a la mejor distribución de cemento, laminas corrugadas, tarjetas de débito o dinero, o al influencer del momento. ¿Problemas a resolver, compromisos de gobierno, realidades? ¡Qué va! Lo importante es sentirse ciudadano, aunque se sea esclavo y patear el bote y el voto hasta la próxima elección y salvador.

En México los presidentes no gobiernan, reinan. No se entra al servicio público para servir, resolver, atender, salvar; sino para escalar y, si se puede, robar. Por supuesto, ello implica engañar.

Nuestros legisladores no legislan. Difícilmente muchos de ellos alcanzan a expresar algo más que “Es un honor…”, a riesgo de perder la confianza de YSQ. Otros, no pocos, están allí porque necesitan fuero y su trabajo es no mover las aguas; algunos llegaron por cuotas, los hay que juegan el juego de las sillas dentro de su partido, quienes cobran como próceres; sobran quienes trabajan para su nuevo cargo y quienes ni siquiera saben qué son. Pocos, arrumbados en algún rincón y descuido aspiran a legislar, aunque carezcan del calado y las fichas para sentarse en el mercadeo de lodo que hoy es nuestro Congreso.

Nuestros grandes empresarios son más concesionarios y contratistas del gobierno —sin importar signo ni tiempos, — que emprendedores.

Las obras no se hacen por necesidad sino por capricho y su substanciosa salpicadera. Se inauguran aunque no estén terminadas ni sirvan.

Nuestra federación es centralista; los gobernadores, o son ignorados, abandonados a su suerte o perseguidos, o son tramoyeros en el juego de corcholatas. El gabinete es de floreros, la salud mata, la educación perfecciona la ignorancia, la seguridad es un lema, La Guardia Nacional un desfile de vehículos y uniformes, las fuerzas armadas son albañiles, la economía ve por ella misma y no por las personas, el empleo, cuando existe, empobrece, la política polariza y la de comunicación social distrae y ofende.

La política exterior es de ocurrencias y al nivel de grilla universitaria. Las políticas públicas son vistas como camisas de fuerza a un monarca que goza de ir en cueros.

Y esto nos viene de muy lejos. Habrá quien diga que Salinas no ganó su elección, jamás lo sabremos, pero Carlos Medina Plascencia gobernó Guanajuato seis años sin que mediara elección alguna y ni un voto guanajuatense. ¿Ganó Ruffo Baja California, o con él iniciamos el fraude concertado? ¿Fox fue realmente una transición democrática o se negoció la alternancia en Estados Unidos con la crisis del error de diciembre? ¿Por qué Zedillo salió antes que nadie a hacer suyo el triunfo de Fox cuando su partido había perdido? ¿Peña gobernó o fue un Reagan versión mexiquense?

López Obrador gobernó la Ciudad de México sin tener residencia legal en ella; el litigio en su contra fue secuestrado desde Los Pinos para que pudiera llegar, no sin antes desaparecerle todos los expedientes penales que tenía en su contra, entre ellos los de las tomas de pozos petroleros. También desaparecieron los recibos firmados para levantar sus plantones en el Zócalo, aunque en algún momento de negociación con López Obrador, Manuel Camacho los confesó en la tribuna de la Cámara de Diputados.

Y no hablemos de los asesinatos políticos y sus posibles carambolas.

Y la economía, ¿desde cuándo sobrevive sin aliento? ¿Cómo y cuándo dejo de ser un instrumento para mejorar la vida de la población y se convirtió en un récord de manejo macrofinanciero para sostener un modelo de desarrollo que dio de sí cuando murió Breton Woods?

Los apoyos a la población, conocidos como salario social, como guarderías, comedores comunitarios, escuelas de tiempo completo y subsidios y ayudas focalizados a grupos vulnerables han ido desapareciendo, derivando en las familias cargas que el Estado y la sociedad han abandonado para forzar una dependencia monopolizada de transferencias monetizadas individuales y clientelares.

El propio López Obrador lo ha presumido en reuniones internacionales durante la pandemia: el mejor seguro social es la familia, cargando en las mujeres la mayor de las cargas que corresponden a la sociedad en su conjunto.

Nuestro feminismo, en su legítima lucha por sus derechos, ha privilegiado los espacios de poder y el rencor por sobre las infames condiciones de las niñas, adolescentes, jóvenes, mujeres y adultas mayores en México. Puede morir una indígena en la puerta de un hospital sin atención médica sin que se levante una pestaña, a que le falten el respeto a una transgénero en la Cámara de Diputados, porque entonces sí arde Troya.

La política solía ser una especie de apostolado, no faltaban los judas y barrabases, jamás lo harán, pero a partir de algún quiebre se lleno de gente que, de entrada, odiaban la política, pero trepaba por ella denostándola al tiempo de explotarla: saltar de un partido a otro se convirtió en heroicidad y absolución, aunque sin confesión de parte, absolución verdadera y penitencia alguna. El cinismo se instaló como virtud.

La intelectualidad se convirtió en estrellato.

La política se pobló de publicistas, artistillas, deportistas y vivales. Bueno, hasta por tómbola se llega.

La lucha contra la corrupción desde el gobierno es más corrupta que la corrupción misma, Robles y Lozoya son sus dos extremos, sin prejuzgar responsabilidades en ambos casos, la primera es un ejemplo disuasor para quien dentro del “movimiento” pretenda oponérsele al presidente; el otro es la explotación política del delito ajeno; que de los de casa es solo apoyos a la causa y una señora rica.

Siga usted, se lo ruego, yo, como Murillo, ya me cansé…


PS. — No erraba Peña cuando justificaba su corrupción como algo cultural. Es más, tiene hasta su Meca: Atlacomulco.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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