PARRESHÍA

Benévolos

Benévolos

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En estos momentos de disputa y discordia, de ira y adulación, seamos generosos y benevolentes, hagamos caso a Atenea, no a Hércules.

Caminaba Hércules por un estrecho camino cuando encontró una manzana de grandes dimensiones en medio. La aplastó con el pie, y entonces la manzana dobló su tamaño.

Molesto, Hércules usó su enorme maza y la golpeó de nuevo. Pero la manzana entonces ocupó más espacio. Y por más que la golpeaba, la manzana crecía más y más.

Se acercó entonces Atenea y le dijo:

– Ese objeto que golpeaste es el espíritu de la disputa y la discordia. Si lo dejas tranquilo, permanece como está, no se altera. Pero si le tocas… ¡Mira cómo crece! (‘Hércules y Atenea’ – Esopo)

Ese espíritu es el que hoy priva entre nosotros.

La disputa y la discordia tienen su discurso. Por un lado, el discurso de la ira, ese arrebato violento y descontrolado. Esa incapacidad de ejercer control y soberanía sobre nosotros mismos en la medida y momento en que los ejercemos sobre los otros; ese gozne entre el autodominio y el dominio de los demás. Ese abuso del poder del superior sobre el inferior. Lo desmandado de la ira ha implicado, cuando se trata de los otros, hacer del poder oficio y función regulados.

El otro discurso de la disputa y la discordia es la adulación. Éste es del inferior al superior, reforzándolo en su poder y autoengaño por la abyección y la ignominia. El inferior sobresalta las propiedades y alcances del superior para desviarlos a su favor; al hacerlo, impide que se conozca y reconozca sus límites. El adulador es en el fondo un castrador que potencializa al emasculado creyendo que lo hace a su favor, cuando en realidad, a la larga ambos pierden.

De allí la importancia del discurso de la verdad, de uno y otro lado. Hay en toda relación un rejuego de poderes que si no responde a la verdad genera un circuito de dependencias negativas y recíprocras.

Por ello el compromiso con la verdad —parreshía— sella la autonomía del otro, sea emisor o receptor del discurso. Quien discursa se autocontiene en ira y adulación, y quien recibe no depende del otro y acciona libre y críticamente.

Imposible no diferenciar parreshía de retórica, toda vez que la segunda no busca ni responde a la verdad, sino a persuadir ya en la verdad, ya en la mentira: “La retórica es la facultad de descubrir especulativamente aquello que, en cada caso, puede ser idóneo para persuadir”: Aristóteles.

Ahora bien, ¿cómo romper este circuito de disputa y discordia, de ira y adulación? Siendo generosos y benevolentes con nosotros mismos y para con los demás.

La benevolencia es un ejercicio en común; ésta es la buena voluntad (bene—volus) o simpatía hacia otras personas y sus obras.

Buena voluntad e “inclinación afectiva, generalmente espontánea y mutua,
entre personas” de sym: semejante y phatos: sentimiento, de modo de salvarnos todos entre nosotros mismos.

Depongamos la ira y señalemos la adulación; privilegiemos la benevolencia y la verdad; el respeto elemental al otro.

Concluyo: no podemos cambiar a López Obrador. En su delirio sistematizado se halla más que a gusto y convencido de su semidivinidad. Tampoco podremos cambiar fácilmente a quienes viven de adularlo. Pero nosotros sí podemos cambiar. Empecemos por cambiar la conversación y la sociopolítica: seamos benévolos —francos de corazón—, especialmente para con ellos. Dejemos de golpear cuál Hércules la manzana en medio del camino, hagámosle caso a Atenea.

El hombre es el único ser sobre la tierra que puede empezar de nuevo a voluntad. Demos vida a un nuevo comienzo, uno de benevolencia entre nosotros.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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