Para quien sepa leer
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La libertad de palabra es de quien habla y es consecuencia de su hermana mayor, la libertad de pensamiento que así se expresa. Por eso la política es antes discurso que acción, porque es la enunciación del libre pensamiento en lo plural que se hace presente para comunicar y concitar acuerdo y actuar político.
Quien escucha está en libertad de coincidir o discrepar, de contra argumentar e inclusive de denunciar en su caso agravio en su contra. Lo único que no puede hacer es conculcar las libertades de pensamiento y palabra por la que tantos seres humanos murieron a manos de múltiples versiones de Santas Inquisiciones que aún hoy se niegan a morir y de las que todavía alcanzamos a escuchar de entre las llamas que tocan a nuestras puertas: eppur si muove.
Vulnerar la libertad de palabra implica infringir la de pensamiento, porque la palabra no es sino sonidos que significan pensamientos, aunque cada vez sean menos los seres humanos que piensan. Lo advirtió Arendt desde 1958 cuando dijo que pudiéramos llegar a ser “incapaces de entender, esto es, de pensar y hablar sobre las cosas que, no obstante, podemos hacer”, como si nuestro cerebro “no pudiese seguir lo que realizamos, y en adelante necesitáramos máquinas artificiales para elaborar nuestro pensamiento o habla”, o, peor aún, se nos imponga un pensamiento único o un lenguaje política y autoritariamente correcto.
“Dondequiera que esté en peligro lo propio del discurso, la cuestión se politiza, ya que es precisamente el discurso lo que hace del hombre un ser único”, sostiene Arendt, y agrega: “y cualquier cosa que el hombre haga, sepa o experimente sólo tiene sentido en el grado en que pueda expresarlo. Tal vez haya verdades más allá del discurso, y tal vez sean de gran importancia para el hombre en singular, es decir para el hombre en cuanto no sea un ser político, pero los hombres en plural, o sea, los que viven, se mueven y actúan en este mundo, solo experimentan el significado debido a que se hablan y se sienten unos a otros a sí mismos”.
Aristóteles diferenció lo privado de lo público y la vida biológica de la buena vida en sociedad; ésta está “sujeta al acuerdo de muchos” (la Polis); nunca consiste “en consideraciones teóricas o en la opinión de una persona, como si se tratara de problemas que sólo admiten una posible y única solución” (Arendt).
Festinar con palabras la conculcación de su libertad y ofrecer disculpas por ejercerla es parte del problema que nos tiene a punto de desaparecer como humanos. Por eso vivimos una Babel de agendas sociales exclusivas, excluyentes y silenciadoras que hacen imposible la libertad, lo plural y lo político. Lo humano.
Abrir una deliberación pública y censurarla de salida imponiéndole exclusiones, temas autorizados de antemano y audiencias que no quieren escuchar sino solo pontificar, es comprar la negación del diálogo. Nada nace de la negación y la censura; su triunfo es una derrota; su festejo, un suicidio.
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