PARRESHÍA

Despertar

Despertar

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A veces pienso que hemos vivido las últimas décadas como en un sueño y que, acostumbrados a él, queremos resolver nuestra pesadilla soñando.

En aquella fría mañana del 5 de enero de 1968, dimitía en Checoslovaquia el jefe del Partido, Antonín Novotny. Lo sustituyó Alexander Dubcek, pero hasta su chofer, ya no se diga el Nietzschepolitburó, eran fieles a su antecesor y al Kremlin. Nadie apostaba mucho por él, hasta que percibieron su discurso; diverso y distante al sibilino, confuso y de interpretaciones múltiples propio de un comunismo con la sombra de Stalin aún presente.

Dubcek, al menos fue disrruptivo con aquella clase política vetusta. Su verdadero problema, sin embargo, era si podría sintonizar con el sentir y mensaje de una juventud que mundialmente despertaba y movía las aguas de una Praga dormida y poblada de pesadillas.

Algo percibía Dubcek cuando sostuvo: “La democracia no consiste sólo en el derecho y la oportunidad de expresar las opiniones propias, sino también en la forma en que se manejan las de los demás, en si tienen una sensación real de compartir la responsabilidad y las decisiones, en si están participando en la toma de decisiones y resolviendo problemas importantes”.

Traigo a colación a Dubcek porque creo que hoy en México, como entonces en Praga, hay profundas pulsaciones de despertar de un largo sueño de salvadores, milagros mexicanos, futuros empaquetados, democracias de receta, abundancias y primermundismo. Y que mientras soñábamos, abismamos nuestras desigualdades y contradicciones, des—dignificamos las condiciones de vida y la vida misma; extraviamos el sentido de nación y de coexistencia, hicimos cenizas nuestra cultura de legalidad y normalizamos el cinismo, la mentira, la corrupción y la impunidad.

Y hoy, como Dubcek en 68, habrá que preguntarnos cómo manejamos el parecer de los demás, qué hemos hecho del don de la escucha, de la oportunidad de la deliberación, del ejercicio de la pluralidad. Pero, también, si existe en algún perdido resquicio de nuestro ser nacional la sensación de compartir paisaje, nación, pertenencia; historia, presente y mañana. De compartir acción y responsabilidad. De compartir decisiones. De participar más allá de lo anecdótico y escandaloso en las decisiones y resoluciones de nuestros más importantes problemas.

A veces pienso que hemos vivido las últimas décadas como en un sueño y que, acostumbrados a él, queremos resolver nuestra pesadilla soñando.

¿Será nuestro momento de despertar?

¿Podremos?

¿Nos dejarán quienes viven de vender quimeras y héroes sexenalmente renovables?

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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