PARRESHÍA

Para bien

Para bien

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El cambio, sin embargo, habrá de venir.

Las cosas no podrían estar peor ni pintar más aciagas. No obstante, habrán de ser para bien. La crisis que vivimos no se detiene en sus ámbitos políticos, económicos y sociales, se inserta -o más bien surge- de lo más profundo de nuestro ser. La humanidad perdió la brújula posiblemente desde que hizo su aparición en el proceso evolutivo: llevamos milenios guerreando entre nosotros, destruyendo nuestro hábitat y sufriendo la vacuidad de una vida sin sentido entregada a las sensaciones y a los apegos. Pero ése, es otro tema.

Regresemos al doméstico. ¿Cómo pedir partidos aptos, cuando un sistema de partidos sólo puede operar en una sociedad establemente normada y organizada? ¿Cómo demandar consistencia a nuestras instituciones, si difícilmente se sostienen en pie? ¿Cómo exigir el imperio de la Ley, cuando ya nadie cree en ella? ¿Cómo esperar solidaridad, cuando nuestro esquema de valores se sustenta en un individualismo depredador y suicida? Veamos, de la Presidencia sólo quedan vergüenzas, del gabinetazo miserias, de la pareja trivialidades. La Iglesia Católica regresa por sus fueros coloniales con aires bélicos de reconquista isabelina; el Secretario de Gobernación cobra como tal, pero trabaja de monaguillo; a los partidos los acabó la mediocracia, el financiamiento que les demanda y los personalismos desbordados; los políticos -que me perdonen mis amigos- son una especie extinta; la política ha sido reducida a espectáculo banal; de los medios ya expresé mi parecer en "Los Medios Deben Callar"; la ciudadanía es una entelequia de la mercadotecnia electorera; el Ejército observa en preocupante silencio; la delincuencia organizada se mimetiza en cotidianidad; nadie atiende el largo plazo, el corto tampoco; todos los problemas se evaden, de todas las responsabilidades se hace fuga; nuestra competitividad productiva, educacional, tecnológica y científica está por los suelos; nuestra viabilidad para la próxima década se aprecia a contrarresto; el otrora prestigio internacional ha quedado hecho añicos y Fox opta por provocar un conflicto internacional -que nos separa lastimosamente de Latinoamérica- para repuntar, bajo el trillado garlito de las asechanzas externas, su tan restañada cuan frívola popularidad; los lazos comunitarios se hallan sueltos; del proyecto de Nación sólo quedan polvos. En fin, el tejido social es páramo, los vientos se extienden y el fuego del México violento, quizás no otro que el cíclico fuego azteca, anuncia su proximidad.

Me preguntan cómo percibo la situación nacional y la electoral, y no hay palabras para expresar mi desasosiego. Mal es un piropo, ominosa un lugar común, explosiva una nimiedad. Pero el problema no es, por más que así lo queramos ver, exclusivamente de partidos y gobierno. Los pueblos tienen los gobiernos e instituciones que se merecen y nosotros construimos los que tenemos, quizás sea más correcto decir destruimos los que mal-manteníamos sin construir nada a cambio. Las generaciones de principios del siglo pasado fueron constructoras de instituciones capaces de concertar orden, paz, libertad y desarrollo, pero fallaron al reclamo de justicia de nuestra Revolución Social, hoy más olvidada que nunca. A fin de cuentas, el modelo económico mundial impuesto por las armas de la Segunda Guerra privó y dio al traste con cualquier esfuerzo social y justiciero en el mundo todo, México no fue la excepción. Nuestros problemas no son aldeanos, son globales. No obstante, nuestras generaciones, las del último medio del siglo, no sólo hemos fallado en materia de justicia, también en orden, paz, libertad y desarrollo.

No hemos sido capaces de crear la nueva institucionalidad que México requiere, como tampoco el entramado de voluntades en un proyecto común que nos represente y concite. Hemos, sí, volado puentes, pavimentado diferendos, consolidado divisiones y guisado enconos. No desconozco esfuerzos meritorios, que los ha habido, al menos en otros sexenios, pero en política lo que cuentan son los resultados y estos no pudieran ser más negativos. Así pues, resulta imposible que de un entorno en crisis se pueda producir algo más que una crisis mayor y más profunda. Pedirle a Fox que se conduzca como estadista es como exigir a una piedra que dirija la Novena de Beethoven; esperar de nuestros partidos madurez y compromiso es pedirle a una montaña que vuele; solicitar de nuestros medios solidaridad, compasión y mesura es como separar en dos los hielos del Ártico; instar al electorado para que se comporte como ciudadanía responsable e informada es querer negar la imitación de democracia norteamericana (una contradicción en sus términos) que con tanto ahínco y esmero durante tantos años construimos tirios y troyanos. Así, es difícil esperar algo más que sangre, sudor y lágrimas. Y en abundancia. ¿Es ello forzosamente negativo? No lo creo.

Veamos la sociedad que hemos construido, el tipo de humanidad deshumanizada al que pertenecemos, la ausencia de valores que nos colma, los ritos en que se han convertido todas las religiones, el llanto de un planeta milenariamente herido, la miseria global como resultado neto de los modelos de desarrollo y políticos intentados, las guerras, la narcotización inevitable de generaciones enteras, el hedonismo como divisa, la locura como normalidad, la vacuidad como existencia. Veamos el México que tenemos en nuestras manos: sin ley, sin opciones, cínico, corrupto, y por corrupto no me refiero exclusivamente al mundillo político, la corrupción es de todos. No habría políticos corruptos sin empresarios corruptores, sin líderes venales, sin jueces deshonestos, sin medios inmundos, sin clerigalla voraz. Parafraseando a un clásico: "La corrupción somos todos". Un México con instituciones desmanteladas y atrasadas en el tiempo, con infraestructuras -hechas durante los 70 años perdidos que tanto claman- deterioradas y sin posibilidades económicas de reposición, contaminado, embrutecido por el entretenimiento y el escándalo, con partidos extraviados, con caudillismos desbocados, sin orden ni concierto, sin rumbo y sin brújula, banal, chocarrero, lleno de cortinas de humo y fugas hacia el pasado o hacia el futuro. Más cercano a Iturbide que a Juárez, a Huerta que a Carranza, a Tezcatlipoca que a Quetzatcoalt.

La Ciudad de México, ¿tiene solución? ¿Los microbuseros y su ley de la selva? ¿El comercio informal? ¿El narcomenudeo? ¿Nuestra policía? ¿Los Panchos Villas, Los Panteras, Asamblea de Barrios, el porrismo? ¿La contaminación, la basura, el agua, la seguridad, el tránsito, el transporte público? ¿Tienen solución? Nuestro campo, ¿tiene solución? ¿Le importa a alguien nuestra educación? ¿Fox y Reyes Tamez tienen solución? ¿Pueden dos ignaros dirigir la educación de la Nación? ¿Pueden dos ciegos decirnos qué y cómo ver? ¿La maestra, no es acaso parte importante del problema, más que de la solución? ¿Es ese el paradigma de nuestros educadores? ¿De nuestros políticos? Nuestras instituciones político electorales, que tanto trabajo y tiempo nos llevó construir, fueron violadas desde dentro con la ciudadanización, primero, y luego con su partidización. ¿Podrán soportar los embates de una contienda salvaje y bajuna como se aprecia la del 2006? ¿El Tribunal, se apegará a derecho o seguirá inventando causales de nulidad al margen de la norma? ¿Se comportará como árbitro de la legalidad, o como instrumento de desprestigio y daño a contendientes escogidos? ¿Producimos los alimentos que necesitamos? ¿La dieta del mexicano es siquiera dieta? ¿Hasta cuándo podremos seguir viviendo del bono petrolero y migrante? ¿Existe distribución de la riqueza o sólo de la pobreza? ¿La hay de los beneficios o sólo de los costos? ¿La demagogia (de todos los partidos) llegó para quedarse o podrá ser extirpada algún día de México? La lista puede seguir. Poco es rescatable de nuestra realidad.

En ese tenor, lo que se anuncia no puede ser más ominoso, pero, también, más necesario. México no puede mantener por mucho su extravío. A los hombres nos asusta el cambio, por más que rasguemos nuestras vestiduras clamando por él. El famoso cambio por el que votaron los ilusos del 2000 no fue más que un cambio de maquillaje, un ajuste de cuentas con el PRI, pero no una exigencia de cambio verdadero, un subvertimiento del orden injusto y absurdo de las cosas. El cambio que hoy les desvela no es tampoco un cambio verdadero, a cada quien le preocupa cómo le va a ir con cada cual, cómo se verán afectados sus intereses y posiciones, qué tanto pueden modificar las circunstancias imperantes. Ése no es cambio. Es miedo. El cambio, sin embargo, habrá de venir. No porque lo hayamos buscado, de hecho tenemos décadas huyendo de él. Vendrá porque las condiciones son propicias y nuestras barreras finalmente inútiles. Vendrá a pesar de nosotros, no por nosotros y será para bien, por doloroso que resulte el trance, a final de cuentas en política lo que cuenta son los resultados y éstos serán mejores que los que hasta ahora hemos cosechado ¿hemos?

#LFMOpinión

Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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