A nuestras Fuerzas Armadas
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Hay muchas formas de desaparición. Se puede esfumar, desvanecer, eclipsar, diluir, esconder, morir o simplemente ya no aparecer. Seguramente usted podrá idear alguna forma más elaborada.
Una de ellas es desnaturalizar delante de todo mundo la cosa a desaparecer. Si una persona tiene por carácter principal, digamos, ser tortillera, hacer tortillas, y se le transforma para que dé clases de arameo antiguo, la personal original desaparece.
Por supuesto que hay personas que tienen múltiples facetas y pueden ser músicos, matemáticos y grandes empresarios a la vez. Pero aún así, si un día deja estas tres propiedades y se nos presenta como porrista de montón en una campaña desangelada, la persona que solía ser desaparece.
Sin duda hay en esta forma de desaparición una gran carga de crueldad excesiva y maldad, porque si bien sigue apareciendo algo diverso, la esencia, la identidad, la autoestima, la dignidad del desaparecido se convierten de algo en nada y él de alguien a ninguno. Podríamos decir en términos de Octavio Paz que es una desaparición por ninguneo.
Pues bien, un buen día López dijo que si por él fuera desaparecería al Ejército y ante nuestros ojos lo ha hecho sin pudor y con una asiduidad digna de mejores cometidos.
Hoy nuestras Fuerzas Armadas son todo menos Fuerzas Armadas: policías, aduaneros, administradores de aeropuertos, distribuidores de medicinas, ferrocarrileros, línea aérea, constructores de todo capricho y ocurrencia, agentes migratorios, patrulla fronteriza, damos de compañía, hoteleros y, en no pocas ocasiones, objeto de un odio a veces explicable, a veces inducido, a veces inmerecido de poblaciones que las apedrean y corren de sus calles y plazas.
Las Fuerzas Armadas en México no podrían ser más que mexicanas: crisol de contradicciones, objeto de equilibrios muy endebles y delicados. Su acomodo y arreglo postrevolucionario fue azaroso y complicado, su papel institucional siempre ha respondido a un sinfín de reglas no escritas, a una disciplina y convicción muy especializadas y de particular importancia para ellos; a un amor a México muy diverso al de un aficionado al futbol o al de una borrachera de 15 de septiembre.
En otras palabras, las Fuerzas Armadas son una maquinaria muy especializada, delicada, de precisiones milimétricas que debe tocarse con cuidado y respeto. Sus múltiples engranes deben de conocerse a detalle antes de tocarlos o desmontarlos. Requiere como institución una especial y esmerados comprensión, cuidado, manejo y trato.
Hoy, sin embargo, se les desaparece desnaturalizándolas. Si se me permite el atrevimiento: desdignificándolas.
No sólo hacen todo excepto ser militares, sino que, además de desdorar su personal aprecio y proyecto de vida, su vocación; están sometidas a un proceso muy delicado y cruento de desgarres sociales.
Pongamos que se es capitán de infantería comisionado a la Guardia Nacional, que desde hace varios años vive de la seca a la meca, yendo a patrullar ciudades por toda la geografía nacional donde surge un problema de seguridad. Inmediatamente es mandado de Zacatecas a Chihuahua, de allí a Matamoros, para entonces, días después, ir a Tapachula, Acapulco, Zamora, Texcaltitlán, más lo que se acumule esta semana. Si no hay masacre, temblor, huracán, desaparecidos o muchachos que van a comprar droga donde no deben y los matan por docenas, López dixit, podrá ser licenciado estos 24 y 25 de diciembre para ir a ver a su familia, que desde hace años no ve en su lugar de residencia en Nogales, Sonora. Pero, además de estar en camino de Texcaltitlán, Estado de México, a las obras del Tren Maya, en medio de la península de Yucatán, a donde fue enviado en calidad de albañil, no tiene recursos, ni medios de transporte, ni tiempo para ver a su familia. Ésta, por su lado, vive un rompimiento de gran calado y de muy difícil zurcido, de algún día intentarse.
Su comisión a la Guardia Nacional, al Tren Maya, a Dos Bocas, a la estación migratoria en Tapachula, a la carretera a Badiraguato, etc., etc., le han impedido en cinco años presentar los exámenes para ascenso de rango, truncando, así, su carrera y vocación castrense.
Esa es la realidad de lo que alguna vez fueron nuestras Fuerzas Armadas, no los dos o cinco personajes con uniformes variopintos que vemos en las mañaneras.
Esa es la forma cómo, delante de nuestros ojos, desaparecen.
El militar se ve difuminarse como gota de tinta en el agua, ya no sabe qué es: "¿Soy alguien yo? —dice en su espíritu el hombre. ¿Soy este que soy?" (Chilam Balam). Su familia se pierde en la distancia, el olvido y el tiempo; su uniforme cambia según las tareas multiusos que se le imponen. Así perdemos a nuestras Fuerzas Armadas desapareciéndose en nada y en todo.
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