PARRESHÍA

El error del 96

El error del 96

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Lamentable ver hoy a las dirigencias partidistas. Duele verdaderamente en el alma. Cuando más las necesitábamos.

Cuando en 1996, la que se auto llamó la “reforma definitiva” instauró el financiamiento público a los partidos, jamás pudimos prever el daño que ello haría en nuestros sistemas electoral y de partidos.

De entraba se buscó resolver, ¿legitimar?, los recursos del PRI que, ilusos, creíamos entonces exorbitantes. Imposible prever entonces la 4T.

Se buscaba también, ¡doblemente ilusos!, evitar que el dinero sucio entrara al sistema de partidos y trastornara al electoral.

Los partidos, así, entraron al reparto de una bolsa que, además, para que fuera intocable, la fijaron en la propia Constitución. Prueba fehaciente de que optaron por el negocio, no por la democracia.

El dinero, público y privado, fluyó y fluye sin medida en el mundillo electorero; el crimen organizado es hoy un actor más importante en algunas regiones que el propio Estado, los partidos y candidatos responden a una dinámica netamente financiera, la política pasó a ser publicitaria, negocio y locura.

Las dirigencias se convirtieron en “administradoras de la abundancia”; su objetivo pasó a incrementar la bolsa de votos para así obtener más recursos y jamás bajar del 3% de la votación nacional efectiva para no ser sacado del juego millonario.

López reniega de esa y otras reformas, pero en ellas encontró un modus vivendi que lo catapultó al reinado del cash.

De allí, si lo prioritario es asegurar votos; nada importan las ideas y los programas, las causas y los principios: México.

Lo único que importa es coleccionar candidatos redituables en un mercado cada vez más competido y caracterizado de saltimbanquis, altamente vendibles, mediáticos, simples, vacuos, coloridos, sonoros, escandalosos y espectaculares. Mensos por los cuatro lados, que pongan la cara, que bailen, que canten, que sonrían; que sean famosos, aunque inútiles; que no puedan ni por equivocación o dormidos hilar dos ideas; que sean incapaces de comportarse como gente normal.

El circuito vicioso terminó por ser mortal: lo que importa y manda hoy es la marmaja. Cual moscas a la boñiga, financieros, publicistas, mercachifles, intelectuales por iguala, habladores y tunantes hicieron de la democracia negocio; de los partidos botín y de los ciudadanos befa.

Lamentable ver hoy a las dirigencias partidistas. Duele verdaderamente en el alma. Cuando más las necesitábamos.

Los partidos no forman ciudadanía, programa, idea, cuadros ni candidatos. Contratan embaucadores y salen a pescar artistillas, deportistas, influencers, personajes estrambóticos y lamentables; pero que venden absurdos, idioteces, tenis, imposturas, locura.

El Gesticulador de Usigli tenía, al menos, que impostar a un personaje. Hoy basta con no saber decir nada para decir todo; lo comprobamos cada mañana.

No tenemos un sistema de partidos, porque no tenemos partidos, sino negocios de generación prerrogativas y simulación de elecciones. No tenemos democracia, porque no se elige quién gobierne, sino quien gane elecciones, aunque no sepa ni la o por lo redondo.

No podemos esperar de todos los partidos que tenemos, más que lo que tenemos: mediocridad, simulación, demencia y bucaneros. Lo importante es cuando negocio generan, no cuanto gobierno efectivo logran.

Hemos implantado un manicomio por democracia, gobernabilidad y gobernanza, porque ya no se trata de llegar al poder para hacer, para poder, sino para adquirir, para cobrar, para mantener una borrachera electorera de locos voraces y suicidas. Nuestra realidad es de nepotes y cardinalis nepos.

Cualquiera que conozca muy a la distancia el haber y hacer de los Murats se cruzaría la calle si los viera venir por la misma acera. Exhibirlos como triunfo y gran adquisición de Claudia, con un acompañamiento de casi imposible calificativo, sólo acredita que hemos perdido la razón. No sé a ciencia cierta si los Murat puedan sumar más votos que los suyos personales, pero desprestigio sí y, como dicen en mi tierra: ¡De a madres!

En mi juventud quien buscaba ingresar a la política sabía que ésta era una larga carrera de aprendizajes, pruebas y disciplina. Hoy es un salto a la locura.

Bueno, si hoy viviera en Monterrey, o ya me hubiera cortados las venas o estaría en alguna caravana de migrantes, o me habría inscrito en un psiquiátrico cerrando la puerta desde dentro. La señora, madre y empresaria podrá ser eso, pero jamás política. Lo mismo va para el guaje que la acompaña. Y más le vale a su compadre mediar distancia si es que valora en algo su apellido.

Finalmente, cómo estarán las cosas en el PRI de Alito, para que Murat, Eruviel y compañía prefieran la locura.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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