PARRESHÍA

Anomia

Anomia

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Ningún ser humano puede vivir sin taxativas.

Todo ser, siendo parte del universo, es relativo a éste, que lo contiene e impone sus reglas. La sociedad en sí misma es un poder que regula a sus miembros. En cada sociedad, explica Durkheim, existe un "sentimiento oscuro" de lo que valen las cosas y el lugar o "coeficiente de bienestar" que corresponde a cada quien. Por cada estrato en la jerarquía social se tiene un límite superior que permite a sus miembros esforzarse para mejorar su existencia y otro inferior, por abajo del cual les resulta insoportable vivir; entre ambos, encuentran un amplio campo de acción y seguridad que les permite moverse en un ámbito de paz y armonía consigo y con la sociedad.

No se trata de una reglamentación jurídica, sino de parámetros socialmente aceptados que fijan el máximo y mínimo de bienestar y de satisfactores por estrato social. Gracias a ellos, cada individuo sabe lo que legítimamente puede buscar y alcanzar, y lo que le resulta imposible tolerar; conoce su lugar, los beneficios a que puede aspirar y las cargas que le son dables soportar.

Esta limitación relativa produce en los individuos una moderación de expectativas, un ánimo de aceptación y el impulso a alcanzar metas que le son asequibles. La existencia de estos parámetros engendran una especie de salud social y estado de armonía con lo que se es y se tiene, con lo que se puede lograr y con lo que se puede tolerar.

Todo límite es seguridad. Ningún ser humano puede vivir sin taxativas: no saber hasta dónde pueden sus fuerzas produce en el hombre una sensación de vértigo e inseguridad cercana a la locura. Requerimos de un marco de referencia y carta de navegación que nos permita saber lo que se puede y lo que no, lo que es justo y lo que no, lo que se vale y lo que no; las reivindicaciones y esperanzas legítimas por las que puedo luchar y el piso o red de contención que me salva del abismo sin fin.

Cuando estos parámetros se alteran, la sociedad entra en anomia, entendida no como la ausencia de normas, sino de referentes de valor que hacen posible cualquier normatividad. Digamos que la cancha (marco de referencia) que permite saber cuando se está en fuera de lugar o en tiro de esquina ha sido borrada. No es un problema de tener muchas o pocas leyes, sino del desbordamiento y desorientación de apetitos por falta de los límites sociales que hacen posible y eficaz la convivencia reglada.

Cuando la sociedad pierde sus límites de autocontención, los apetitos se desbordan y no hay presa que los colme; la insatisfacción se torna crónica, no por ausencia de satisfactores, sino porque éstos han perdido su cualidad pacificadora: "Las ambiciones sobrexcitadas, señala Durkheim, van siempre más allá de los resultados obtenidos, cualquiera que sean, porque no se les advierte que no deben de ir más lejos. Nada, pues, las contenta, y toda esta agitación se gasta sobre sí misma sin llegar a saciarse". Toda búsqueda se torna temeraria, inalcanzable y angustiante. Y si las expectativas carecen de límite, cuantimás los medios, que se tornan, por ausencia de regulación, más violentos y más dolorosos. El desbordamiento es total, no obedece a ninguna lógica y carece de todo orden y de toda medida. Se está ante un caos primordial y sin salida.

Que nadie se espante de fortunas efímeras de dudosa procedencia e incluso se les aplauda y encele; que a nadie conmueva que un adolescente decapite por docenas sin rubor ni remordimiento, o se disuelvan en tambos de ácido a cientos de personas, nos habla de una profunda anomia. Que los noticieros compitan en número y desmedida de atrocidades y sangre, nos habla de anomia. Que sumen más de cincuenta mil los muertos de una guerra que no es guerra pero que igual mata, sin saber cuántos eran inocentes, nos habla de anomia. Que una mujer tenga escrituradas en propiedad dependencias y recursos públicos y el Presidente lo admita y sostenga, nos habla de anomia. Que todos quieran ganar desesperada y desbocadamente, sin referente, lógica y medida, nos habla de anomia; que poco importen la licitud y violencia de los medios, ni lo inverosímil, efímero y absurdo de los resultados, nos habla de anomia. Que la cultura del esfuerzo sea considerada locura, el mérito despropósito, la prudencia ingenuidad y la rectitud estulticia, nos habla de anomia.

México carece de un referente de valores y regulación social. Los apetitos individuales están desbordados y sobrexcitados, cualquier medio es aceptable. No hay freno que contenga, ni medida que limite, ni valor que oriente. Todo se vale. Corremos al despeñadero

@LFMOpinión
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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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