PARRESHÍA

La chusma

La chusma

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Han envenenado el agua sagrada con su lascivia; y como llamaron placer a sus sucios sueños, han envenenado incluso las palabras

“La vida es un manantial de placer; pero donde bebe la chusma con los demás se envenenan todos los pozos.

“Soy propicio a todo lo limpio; pero no me gusta ver la risa de los hocicos ni la sed de los impuros.

“Arrojan su mirada al fondo del pozo: ahora el pozo me devuelve el reflejo de una sonrisa perversa”.

Que nadie crea que Nietzsche es un fifi: en sus palabras no hay un ápice de clasismo.

Por eso se adelanta a acotar: “Han envenenado el agua sagrada con su lascivia; y como llamaron 'placer´ a sus sucios sueños, han envenenado incluso las palabras”.

Y es cierto, en un Estado de Derecho con libertad de expresión, se pretende imponer un lenguaje privativo y excluyente en defensa de los que reclaman inclusión exceptuando y condenando a los que no comulgan con sus ruedas de molino.

Pero regresemos a Nietzsche, quien narra que Zaratustra dio la espalda a los gobernantes cuando vio a qué llaman ahora “gobernar”: regatear y mercadear por el poder — ¡con la chusma!, así sea con ayuda de las tómbolas. Y Zaratustra atravesó “sin ánimo todo ayer y todo hoy”, tapándose la nariz: “¡en verdad todo ayer y todo hoy apestan a la chusma que escribe” y, añadiría yo: que postea y que mañanea: ahora hasta los diputados, impresentables y abominables, tienen sus mañaneras legislativas.

Por eso urge hacer al silencio bienaventurado.

Y no es que la chusma hable, ése es privilegio de la inteligencia. No, la chusma ruge y bala, chilla y adora, pero no discursa ni delibera.

Y fue así que se nos vació la vida; todos los frutos se perdieron, todos los pozos fueron envenenados, todo trabajo devinó vano, todo vino se avinagró y “un mal de ojo quemó nuestros campos y nuestros corazones”.

Nos hemos reducido a cenizas y “hasta el fuego hemos conseguido cansar”.

“Todos los pozos se secaron, y hasta el mar se retiró (…) estamos cansados incluso para morir”.

Algunos cantan alabanzas a un Dios que nunca fue, pero cuya fe perdura como la ignorancia y el engaño. A él y ellas se aferran desesperados ante el vacío de sus creencias y esperanzas, y esperan su resurrección, aunque más cercano a ella puede encontrar su encarcelación.

Pero la chusma adoradora envenenó todos los pozos y todas las palabras, voló por los aíres todos los puentes, borró toda huella y razón, apagó todos los fuegos y oscureció todo horizonte; el vacío más sordo y profundo reina desde entonces, pero algunos siguen creyendo y adorando a ciegas, a tientas y a locas, antes de vaciarse ellos mismo en nada.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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