PARRESHÍA

Tres tristes tigres

Tres tristes tigres

Foto Copyright: lfmopinion.com

A pesar de ellos mismos

Monotemático, anquilosado y desangelado, López Obrador reiteró ayer porqué no le gustan los debates: porque en ellos le contestan.

Ya lo hemos apuntado, él está hecho para el templete placero y el aplauso masificado. Allí sus conceptos campana funcionan cual reacción condicionada.

Diverso es el caso de un debate, sujeto a reconvención y orillado a explicar en lugar de ser ovacionado.

No en balde, cada vez le hacen mítines más masivos, donde el efecto de la masificación garantice la aclamación a gestos, entonaciones, lugares comunes y proclamas ponzoñosas.

Pero lo que vimos ayer fue a un López Obrador rígido, pasmado, falto de reflejos, reducido a la descalificación, ajeno a los temas e imposibilitado para la polémica.

No creo, sin embargo, que su desempeño vaya a afectar al núcleo duro de sus seguidores, religiosamente fieles.

No obstante, como se va perfilando la elección, será el segmento de indecisos y de voto volátil quien la defina, no el de votos duros.

Y allí sí creo que el desempeño de López Obrador ayer le haya sido deficitario.

Contra toda posible asesoría, hecho a lugares comunes, ayer Andrés Manuel rescató el "Sonríe, ya ganamos". Fue, posiblemente, el mayor de sus errores.

La frase, utilizada en 2006, operó en su contra, porque las elecciones se ganan en las urnas, no con sonrisas y menos con la confianza ganadora que inhibe la participación comprometida y aguerrida. Para qué despeinarme e ir a votar si ya ganamos, dice en la comodidad de su hogar el elector confiado.

"Sonríe, ya ganamos" fue el clavo del que se colgó ante su patético desempeño; no hagan caso, vamos muy arriba, están muy nerviosos, me atacan porque vamos a ganar; no hagas caso, sonríe, ya ganamos.

Esta narrativa, por supuesto, es efectiva entre los feligreses de su iglesia, pero no entre aquellos quienes a estas alturas, después de 18 años de campaña ininterrumpida, dudan existencialmente por votar por él. A ellos, sumidos en la aprehensión y el temor, invitarlos a sonreír es anticlimático.

Es por ello que creo que el gran perdedor ayer fue el moreno y por mucho.

El Bronco ya dio todo lo que tenía que dar, se quedó sin trucos y exhibió las miserias de su impostura.

Anaya sigue siendo un gran polemista articulado y ágil, pero él fue a golpear, de allí su spot predebate; no a proponer ni convencer. Su problema es que fuera de estos momentos estelares no se le ve. Será recordado golpeando una pera de box, tocando la guitarra, sonriendo como niño travieso tras asentarle un golpe a López Obrador, o trepando estructuras metálicas, pero su campaña, fuera de los medios y redes, no se ve ni se siente.

Meade nos volvió a quedar a deber. Mucho mejor que el primer debate, pero se quedó corto. No obstante, los que lo querían fulminado siguen quedándose sin nada que festejar.

La elección sigue siendo de tres, a pesar de ellos mismos.

PS.- Yuridia protagónica y fuera de lugar y tono.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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