PARRESHÍA

Nuestra Visión de los vencidos

Nuestra Visión de los vencidos

Foto Copyright: lfmopinion

Tal vez nos esperan tres siglos de nueva Colonia, quizás cinco de extravío.

Cuando me preguntaban qué libro había marcado más mi vida, pensaba en el “Demían”, “El lobo estepario”, “Retrato de un artista adolescente”, “Ada o el ardor”, “El maestro y Margarita”, “Así hablaba Zaratustra”, “El laberinto de la soledad” o “La llama doble”; jamás pensé en “La Visión de los Vencidos”. Hoy me percato de la gran huella e influencia que ha impuesto en mí esta última obra. Tiempo después de su primera lectura, preparando mi tesis profesional, me sumergí en el descubrimiento de América y en la Conquista de la Gran Tenochtitlan. Jamás he perdido mi apetito por ambos temas.

Hoy creo que la vida me preparaba para lo que estamos viviendo actualmente. Como nunca antes entiendo el pasmo de los Taínos —que fueron totalmente exterminados— cuando vieron las carabelas de Colón en el Caribe y de los Mexicas a Cortés entrando por Iztapalapa; el concepto de red de agujeros de los cantares mexicanos tras beber el agua ensangrentada de las lagunas tras las batallas y narrar los sesos embarrados en el adobe resonando el llanto nocturno de la “Llorona”: “Hay mis hijitos, ¿a dónde os llevaré?”

Los mexicas vieron como un puñado de personas incapaces de entender su cultura y valores, despreciadores de todo lo que ellos eran, asociados con resentidos y traidores, los condenaron sin derecho a juicio, se apoderaron de sus tierras, pasado y futuro, quemaron sus templos y mataron a sus dioses, hicieron de sus instituciones y forma de vida cenizas; se ufanaron de su fuerza, vulgaridad e ignorancia, hicieron de sus costras de mugre blasón y de su voracidad virtud. Despreciaron todo y a todos, y se solazaron en su poder y ordinariez: “¡Ni Dios encarnado podrá echar para abajo nuestras reformas!”

Alegaron entonces la verdadera religión, el mandato de sus coronas reales y la fuerza del hierro y de la pólvora. Hoy, los nuevos conquistadores, invocan la Cuarta Transformación, al nuevo salvador y su evangelio. No necesitan templos para imponer su sincretismo, les bastan las redes repicando sus sermones mañaneros.

Y es nuestro escudo, como entonces, una red de agujeros.

Tal vez nos esperan tres siglos de nueva Colonia, quizás cinco de extravío.

“¡Vulnerado de muerte está mi corazón! ¡Cual si estuviera sumergido en chile, mucho se angustia, mucho arde!...”

¿Quién escribirá nuestra visión?

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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