PARRESHÍA

Los Eichmann mexicanos

Los Eichmann mexicanos

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El poder, el cargo o el rango no legitima por sí solo ninguna orden.

Lo que hoy se discute en Estados Unidos es un tema zanjado, antes que nada, por la legislación vigente: las Fuerzas Armadas no están obligadas a acatar órdenes ilegales.

No es un problema de poder presidencial ni cadena de mando, es un problema aún más grave: es la negación del pensamiento crítico.

Arendt lo estudió en el caso Eichmann, este exnazi alegó a su favor solo haber cumplido órdenes superiores, seguro de que eso le eximía de toda responsabilidad. No fue así, fue hallado culpable.

La disciplina militar no responde acríticamente al mando ni a toda clase de mandato, responde únicamente a la Constitución. No sólo en Estados Unidos, también aquí y prácticamente en todo Estado-Nación después del Juicio de Núremberg. Si un comandante ordena masacrar civiles indefensos, menores de edad o mujeres, o cualquier acto ilegal, la tropa no sólo está autorizada a desobedecerlo, sino que está obligada a no hacerlo y denunciarlo.

Nadie puede escudarse tras órdenes criminales, porque como persona, como alguien y no algo, no es una maquina o robot sin capacidad de juicio y entendimiento. Negarse a juzgar y a entender los alcances y consecuencias del cumplimiento de órdenes contrarias a la ley es en sí mismo un gran delito, el de negarse a ser responsable de sus actos, el de acallar su consciencia.

No, no es un problema del poder de un gobernante o del mando, es abdicar del juicio y del entendimiento de la persona.

El poder, el cargo o el rango no legitima por sí solo ninguna orden, sólo el contenido de la misma lo puede hacer.

Traigamos esto ahora a México, tanto en lo militar como en lo policial.

La próxima vez que un jefe político o mando ordene proteger criminales, desaparecer evidencias, atacar a inocentes, recibir agresiones a costa del orden público e incluso de su integridad y vida; a ser omisos en flagrancia, ante violencia contra terceros y destrozos al patrimonio nacional o propiedad privada, o bien atacar violentamente y sin razón a manifestantes pacíficos, dejando ir a los verdaderos agresores a sueldo y bajo oscuro mando, no están obligados a obedecer y sí a desacatar y denunciar tales órdenes.

Algún día saldrá a la luz quién está detrás del Bloque Negro, cómo se financia, quiénes los comandan y protegen, a quiénes han agredido y para qué suelen ser utilizados. Ello, sin embargo, no libera a los encargados de la seguridad pública y nacional de responsabilidad alguna, porque sus órdenes fueron ilegales y sus acciones delictivas. Lo mismo va para quienes han sido inmersos en los intereses y tentáculos del crimen organizado, del huachicol fiscal, del contrabando institucional, del terrorismo de Estado, del fraude electoral, de la violencia política.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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