PARRESHÍA

Herido de muerte

Herido de muerte

Foto Copyright: lfmopinion.com

Cuando a Castañeda no le queda más que llamar a Fox.

Las escenas hablan por sí solas, inmerso en un grupo de entusiastas anayistas destaca un Fox sonriente pero serio, en contraste con la algarabía un tanto cuanto fingida a cuadro, la cámara panea a la izquierda mientras las puertas eléctricas de la sala del aeropuerto de Guanajuato se abren y captan a Anaya escoltado por Creel y Castañeda; salvo por el peloncito, una especie del túnel del tiempo al 2000 se apodera del espectador.

Disolución a otra toma que capta desde atrás los pasos del trío dinámico, destaca cómo Castañeda toma del brazo a Anaya, como conduciéndolo al tiempo de entregar a su oído las últimas instrucciones; el trío se acerca al grupo que desde este nuevo ángulo muestra lo reducido de su número y éste, en vez de volcarse al vitoreado se abre cual Mar Rojo para enmarcar su saludo al que parecía que solo estaba allí de mirón. En ese momento Castañeda retira la mano del brazo de Anaya y lo empuja con ambas manos a la altura de los riñones, cual niño dando sus primeros pasos, a los brazos de Fox. Éste lo recibe en un abrazo más falso que sus botas de charol y ambos voltean haciendo la señal de la victoria a los fotógrafos, ordenada y oportunamente colocados para el cierre triunfal de la escena.

Dudo que Fox le signifique a alguien algo más que oprobio y vergüenza, entre el toloache de Martita y su demencia senil, resta mucho más de lo que suma.

Pero no es Fox quien mueve estas líneas sino Anaya, sus asesores, sus compañías, sus negocios, su campaña, sus descalabros.

Empecemos por Castañeda y Creel, quienes nunca han ganada una campaña ni de salón de clases; sigamos por un PAN ausente. Margarita y Calderón contestan con el látigo de su desprecio a los ruegos de su amor; Diego está allí por temor a López Obrador, no por convicción panista, misma que bien fue probada en el 94 cuando con el triunfo en la bolsa lo mercó por unas escrituras en Punta Diamante; el PRD, la Barrales, los Chuchos, Mancera y Serrano son un hoyo negro en la campaña, un lastre, una traición mayor a las que Anaya es tan afecto; Dante ya recogió lo que buscaba y en el fondo lo ha de despreciar como a pocos. Fox, al menos, tuvo el recaudo de no hacerse acompañar por Martita y sus hijos.

Los indicios y su silencio lo condenan en el caso de sus negocios inmobiliarios. Silencios en torno al tema, porque de que habla, habla y como tarabilla, pero no es un problema de acusar a Peña de sus descalabros; eso solo recalienta los odios contra el Presidente y su gobierno, por deja sin contentar y aclarar el elefante que tiene en la sala, duerme en su cama, ensombrece su campaña y delata su sonrisa nerviosa.

Presumir que el recalentado de sus ataques a Peña son más virales que el video del hermano de Barreriro, no resuelve la duda que lo acompaña desde siempre, ni sus inconsistencias, ni sus traiciones, ni su fortuna.

Hay un dato que, como la conducción de Castañeda hasta entregarlo en brazos de Fox, marca su campaña, sus más aguerridos defensores son Belauzarán y Soto; Diego aparece como Padrino, abogado y expresión personal de su miedo a Andrés Manuel, más no como férreo seguidor; los gobernadores han expresado su apoyo en fotografías formales y de ocasión. La morralla zavalista decantada a su favor la semana pasada no mueve ni a misericordia.

El niño maravilla llega herido al debate final y lo sabe; solo él conoce el mar de fondo que hay en sus turbios negocios y, por ende, el océano de posibilidades con lo que lo pueden atacar.

Por las noches debe velar en el desasosiego de con qué y cuándo vendrá un nuevo capítulo de la serie La Nave Industrial Maldita. Trama de amistades queretanas.

Entiendo que Anaya se fugue hacía delante acusando a Peña de levantar la crinolina de sus fortunas, pero bien sabe que su verdadero y único enemigo es él y su pasado.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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