PARRESHÍA

Guerra contra menores

Guerra contra menores

Foto Copyright: lfmopinion.com

Cobarde silencio

Si un grupo de anarcos, tras intentar quemar la puerta central de Palacio Nacional y encender con bombas molotov a varios policías, previa y concienzudamente lapidados, es zarandeado por las fuerzas del orden, los Derechos Humanos retumban en su centro la Tierra.

Organismos internacionales alzan su voz contra México, misiones extranjeras, con cargo al erario nacional, recorren el territorio nacional levantando inventario de nuestros atropellos a los derechos elementales, el candidato de todos los días y años exige la renuncia de todo el gobierno.

Noroña y la CNTE instalan mesas de negociación en Gobernación, las universidades arden en reclamo y rosarios de emblemas de la sociedad civil se reproducen cual cáncer.

Pero si Trump decide separar a hijos de padres y luego a hermanos para encerrarlos en perreras al aíre libre, nadie dice nada.

Si ello es una política nacional y los centros de detención se multiplican por hora, los Derechos Humanos callan.

En tiempo real y a todo color la tierra de las libertades implanta campos de concentración para menores de edad, destruye familias y marca de por vida infancias ante el silencio del gobierno mexicano, tan presto a la diplomacia de relumbrón y abyección, de organismos internacionales de Derechos Humanos selectivos y una sociedad civil ausente, absorta e hipócrita.

Lo que hace Trump es un crimen de lesa humanidad, pero lo que no hacen quienes guardan silencio y prefieren voltear al Mundial de futbol no tiene calificativo ni parangón histórico.

Trump se ensaña con los más débiles de los débiles, con quienes no pueden defenderse, con los que ni siquiera pueden entender cómo semejante contranatural puede ser posible ante la pasividad cobarde de una humanidad que, todo parece, ya no lo es.

La cobardía impera doblemente, en quien muestra su fuerza con los indefensos y en quienes estamos obligados a defenderlos.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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