Asombros y asombrados
Tengo para mi que estas van a ser las elecciones de las sorpresas.
Por primera vez la ciudadanía tiene a los partidos donde siempre debió mantenerlos, en la incertidumbre.
Las amenazas de Yeilkol, los ruegos de López Obrador, las pifias de Castañeda, los acarreos propios de un priísmo decadente en todos y cada uno de los referentes en juego, las elecciones monárquicas en Veracruz, las paranoias del voto útil, la guerra de las encuestas, la fe ciega en ellas ya para clamar un designio inapelable, ya para augurar vueltas de campana; la recuperación anticlimática de la narrativa del fraude y la cacofonía de voceros aborrecidos, expresan un desazón inédito de las burocracias partidistas y los actores políticos.
Muchos, creo yo, serán los asombros y más los asombrados.
Sin duda la resultante arrojará un nuevo equilibrio de poderes en los tres órdenes de gobierno y en el ámbito legislativo.
Quien gane tendrá a su cargo un zurcido fino y urgente de la cohesión social, de la práctica y conciertos políticos, así como de la seguridad extraviada.
Mucho sería pedir que no quedará piedra sobre piedra, no por afán destructor, sino como necesario renacimiento.
Lo cierto es que éstas son unas elecciones terminales. Con ellas mueren un sistema de partidos corrupto, depredador, distante e insensible; unas élites políticas apolíticas y aborrecidas; una corrupción desmandada; un sistema electoral e instituciones sobredimensionados, sobrerregulados, costosísimos y deslegitimados; un cuotismo cancerígeno; la monetarización de lo electoral y la perversión de la participación ciudadana; la mediatización de lo político y la publicidad como su estrategia.
Quien gane será por determinación ciudadana, no por profecía encuestadora autocumplida o necesariamente por fraude.
Los triunfadores a los diferentes cargos de elección llegarán debilitados y cuestionados, lo que los ciudadanos debemos aprovechar para exigirles cuentas, controles y modificación de conductas.
Para mi no es un problema de castigar a algunas cabezas destacadas, por muy merecido que se lo tengan, sino de llamar a cuentas a toda la clase política, exigirles nuevas formas de hacer política, de relacionarse con el pueblo ciudadano, de tratar la corrupción, de negociar con las élites económicas, de hacer elecciones, campañas y propaganda; de organizar elecciones y de juzgarlas, de aceptar sus resultados y de respetar las reglas.
Lo anterior puede que sea el gran triunfo de las elecciones, que ante el marasmo producido por la crisis política y de políticos, los ciudadanos tomemos la iniciativa e impongamos la agenda del país.
Que importa si gana Chana o Juana, si en ello nos va la posibilidad de asumir un control ciudadano verdadero y eficaz del poder.
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