PARRESHÍA

Desencanto

Desencanto

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Poderes mágicos

¿Si todo está tan bien, por qué nos sentimos tan mal? Preguntó Manlio Fabio Beltrones al gobierno de Calderón.

Mutatis mutandi, tal parece ser nuestra circunstancia.

Salimos de una elección complejísima en su número y rijosidad sin siquiera raspones; las abolladuras del INE son autoinfligidas y protagónicas, las crisis postelectorales fueron exorcizadas, la diferencia de votos dio un triunfo, ahora sí, inobjetable; el ganador se levantó con el Congreso, gobernaturas, congresos locales y la mayoría de presidencias municipales en juego. Por primera vez en muchos años (desde 97) no tendremos un gobierno dividido y el próximo Ejecutivo tendrá a su alcance mayorías para reformas constitucionales.

La transición, por su lado, avanza tersamente y hasta el dólar y los mercados parecen responder positivamente a las señales. Bueno, hasta el loquito del norte escribe cartitas de amor.

Y sin embargo, percibo un ánimo generalizado de desencanto. ¿Por qué?

De entrada el gran triunfo deja un camino plagado de cadáveres políticos. En este caso los sentimientos son encontrados; una gran mayoría está feliz por la derrota en todos los frentes de todos y cada uno de los partidos. Ni siquiera las coaliciones logran salvar a los partidos de reparto. El mismo Morena enfrenta el reto de crecer y convertirse, ahora sí, en un partido y, además, no imantado a una personalidad; el Partido del Trabajo obtiene fracciones parlamentarias inimaginables, pero sigue nucleado en torno en unos cuantos liderazgos inamovibles y, posiblemente, enfrentados entre sí; el PES no es un partido, es una secta religiosa mercenaria y el voto ciudadano lo regresó a sus templos y parroquias; del PRD no quedó ni vestigio; del PAN subsisten ruinas ideológicas y fracturas fratricidas; el PRI es una sombra; el Verde vergüenzas y el PANAL vacío. De Movimiento Ciudadano es reconocible una consolidación regional que lo acerca más a un partido local en varias entidades que a uno nacional. Pero el gozo de sus crisis y desapariciones genera, a su vez, una especie de vértigo ante el vacío y la incertidumbre.

Similar es el caso del triunfo arrollador de Morena, ver pintarse el país de un solo color nos lleva a valorar lo que habíamos construido en pluralidad y representación política, al tiempo de temer objetivamente el regreso a estadios hegemónicos y hasta autárquicos hace mucho abandonados, donde ver a los ojos al Tlatoani podía asegurar la muerte.

El desencanto también se da por la ausencia de una verdadera política de comunicación por parte del equipo por constituirse en gobierno, lo cual lo ha hecho tropezarse innecesaria y sistemáticamente, generando desconcierto y sorpresa; ello acompañado por una respetuosa pero, pareciera, pusilánime dejadez del gobierno aún en funciones, que se esconde por los rincones temeroso que alguien lo vea.

Especial mención merecen dos temas, los recortes anunciados a la burocracia, convertida de la noche a la mañana en la substituta de la mafia del poder y villano favorito, así como la descentralización de las secretarías de Estado. Por un lado han levantado el aplauso fácil y la condena epitelial, por otro, han sembrado más incógnitas que certezas. No solo los que corren riesgos en su situación laboral, sino hasta el más ajeno a su circunstancia se pregunta por la consistencia, viabilidad, costos y beneficios de las medidas que se aprecian más como ocurrencias disparatadas al vuelo, que como políticas debidamente analizadas y ponderadas.

La otrora mafia del poder, al menos económico, hasta videos obsequió, pero rumia sus recelos y prospectivas de inversión ante anuncios de consultas de corte electorero sobre temas de complejidades técnicas, ambientales, tecnológicas y financieras de gran calado.

Y qué decir de los Aluxes e invitaciones papales.

Por su parte, en López Obrador vemos una descarnada lucha interna entre dejar de ser puro movimiento y candidato ocupando todo el espectro mediático, y ser autoridad e institución. Estado en una de sus acepciones es un modo de estar que implica estadía, estabilidad, permanencia, sosiego. Una presidencia entraña muchas horas de ponderación, de silencio, de soledad. Ante ellas, el templete suele ser fuga de la realidad y de la responsabilidad.

A fin de cuentas, todo cambio genera inquietud y miedo. Puede que más que desencantos estemos ante explicables temores; pero me atrevo a sostener que son desencantos porque, creo, tienen que ver principalmente con desbordadas expectativas y fantasías.

Es como despertar a la realidad y ver que aquello que tanto nos ilusionó, pierde su encanto*.


* Encantar: someter a poderes mágicos.



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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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