Nueva etapa

Transición inédita o, mejor, sucesión insólita. Lo cierto, lo que sobresale es el acuerdo, acuerdo en lo fundamental, sí señor. Por sobre las fintas y la demagogia consustancial a la democracia, los diálogos privados y las ceremonias públicas han servido para enfatizar lo que nunca estará de más: que somos mexicanos y es mucho mayor lo que históricamente nos une que aquello que puede dividirnos ocasionalmente. Es decir, que la burguesía nacional, aquella clase a la que Justo Sierra reclamaba no haber asumido el compromiso histórico de sustentar el desarrollo para hacer de México una potencia (lema que entre la polvareda de la campaña, hermanó a Meade y a López Obrador) va tener una nueva, una más, oportunidad. Porque en la noche electoral de la más oscura e insustancial contienda electoral, todos los gatos fueron pardos. Y habrá que reconocer que el electo López Obrador, en el momento de ser ungido Presidente Constitucional, recibirá un país en el que en los últimos seis años han sido removidos y aún eliminados grandes obstáculos que impedían el desarrollo nacional: la educación, las telecomunicaciones, el fisco, la energía, han dejado de ser campos de batalla y se han convertido en eficaces palancas y promisorios escenarios del crecimiento y el desarrollo. Además, Donald Trump ya sabe que México no pagará su muro, que la cuestión migratoria no la va a arreglar a gritos ni con barbaridades y que en el comercio con México en vez de malos tratos lo que procede es el Tratado. Camino anchuroso, el que tendrá el próximo Presidente para encabezar una nueva etapa de la bicentenaria lucha del pueblo mexicano por alcanzar su liberación nacional. De la emancipación social, luego hablamos.



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