PARRESHÍA

Cambiar uno a uno o cambiar todos

Cambiar uno a uno o cambiar todos

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Antes que verme al espejo prefiero culpar a otros de mi situación. Tal le pasa al PRI.

Las razones de nuestra derrota son multicausales. Las hay endémicas, históricas y estructurales; las hay coyunturales, de estrategia y de táctica. Algunas tienen nombre... otras siglas. Unas responden a cuestiones ideológicas o, mejor dicho, a ausencias, abandonos y quiebres ideológicos; otras son de índole programático, algunas más obedecen a razones discursivas o errores de campaña. Unas son pecados de soberbia, otras de sumisión, las hay de voracidad, de "cuotas", de decisiones cupulares, de inercias, de distanciamiento de las bases y hasta de monopolio de candidaturas.

Las hay de senectud, pero también de improvisación. Las hay del olvido, pero también de renuncia al cambio. Las hay por escuchar demasiado a algunos y nada a otros. Las hay de querer ver sólo las ramas de algún árbol y cegarse a ver el bosque.

En algunos casos fallaron los candidatos a diputados y senadores, en otros la logística; hubo errores de organización, de propaganda, de administración de recursos, de divisiones y pleitos internos, de operación y manejo políticos, de repartos de pastel antes de que saliera del horno.

La lista puede seguir. Iniciar por montar la guillotina, acusar con el índice y enardecer los ánimos es el mejor camino para evitar vernos a nosotros mismos y a nuestra realidad. Es decir, lo que hemos venido haciendo hace 25 años. Nos rehusamos a pararnos desnudos frente al espejo. Siempre será preferible ver la espiga en el ojo ajeno, que la viga en el propio.

No es éste un escrito para defender a nadie. Todos somos corresponsables de nuestra derrota. Algunos por comisión, otros por omisión. Pero, por igual todos debemos participar en el análisis, en la expiación de culpas y en la responsabilidad de cara al futuro.

Lo que hemos presenciado en estos pasados días responde a dos fenómenos. Por un lado, la expresión de los que cual corsarios pretenden el abordaje del partido, aferrándose a la rebasada conseja que lo que se necesita es un líder fuerte que lo guie de nuevo a la tierra prometida. Por otro, los que favorecen la noche de los cuchillos largos y revisan con denuedo su lista de agravios y agraviantes.

La experiencia ya la hemos vivido, y vivimos aún, en la mayoría de las entidades donde hemos perdido las gubernaturas. El PRI se pulveriza en grupúsculos que se llaman ofendidos, que acusan del desastre y de traición a todos los demás y, paradójicamente, juntos impiden cualquier esfuerzo por unificar las fuerzas centrífugas, que desgarran al partido, mientras la oposición gobierna sin preocupación, sabiendo que su principal adversario no tiene ojos más que para sus rencillas internas.

Sería un pecado de soberbia y cobardía que a nivel nacional repitiéramos la misma caótica experiencia de las entidades perdidas. Los priistas debemos hacer un esfuerzo serio de reflexión. Ese es el único camino posible para mantener la unidad y viabilidad del partido. Iniciar con purgas seria regalarles con flores y mariachis tiempo y posibilidades al gobierno de la reacción que amenaza con cambiar el rumbo de la Nación y, ahora sí, convertir en nada los frutos de la República y de la Revolución.

Un nuevo líder seria un trasplante de cabeza sobre un cuerpo enfermo. Si no le damos a éste los instrumentos para atender el mal y encauzar los esfuerzos, pronto terminará por tomar, deshecho, las de Villadiego. El problema es mucho más grave que cambiar al líder, requerimos cambiar al partido, es decir, cambiarnos a nosotros mismos, nuestras actitudes, nuestras formas de ver, entender y hacer política, nuestra organización, nuestro discurso y, por sobre todo, cambiar la indigencia ideológica en la que hemos vivido en los últimos lustros, por desmemoriados, sumisos y torpes.

Necesitamos rescatar nuestro pasado, hoy negado por la publicidad de la reacción, necesitamos recuperar nuestro orgullo y espíritu de cuerpo, necesitamos recobrar a nuestra juventud, educada por la televisión, ignorante de nuestra historia y adoctrinada por el odio y el rencor del foxismo. Necesitamos hacer un inventario de nuestros activos humanos, históricos e ideológicos. Necesitamos recuperamos a nosotros mismos: nuestra identidad, nuestro rostro, nuestra ideología, nuestra voz, nuestro discurso, nuestra historia, nuestra esencia, nuestro proyecto, nuestros logros.

También, necesitamos hacer un recuento de nuestros errores, de nuestras debilidades, de nuestros quiebres ideológicos, de los abusos, corruptelas ineficiencias, sumisiones, abyecciones, orgullos, soberbias, cerrazones, insuficiencias y estupideces.

No, no es sólo cambio de personeros ¡es una recreación total del Partido!, desde sus entrañas. Que ello requiere un conductor, sí, pero que con poner a Juan por Pedro ya la hicimos, no. Necesitamos cambiar al partido y el partido no es únicamente su dirigente, el partido somos nosotros, y a nosotros y a nuestro actuar es lo que debemos cambiar. Cual Juan Salvador Gaviota estamos obligados a iniciar el mayor de los viajes a nuestro interior. Fuera caretas y ambiciones. Lo que está en juego es mucho mayor que ser o no el partido en el poder, lo que está en juego es la Nación.

El triunfo de Fox, no es sólo el triunfo de la reacción. Es regresar al país a la sociedad colonial, con fueros eclesiásticos, división social entre pelados y decentes y gobierno de obedecer y callar.

Fox sostiene que el siglo XIX fue un siglo perdido, y bajo su óptica sí lo fue… para ellos, para la reacción. Con la mercadotecnia, apoyo extranjero, injerencia del clero católico, recursos de la ultra derecha nacional y de algunos medios, logró hacer creer al pueblo que nada había logrado México con un régimen nacionalista y popular. Hoy el populismo de derecha es clero y los Estados Unidos amenazan con revertir la historia nacional. Ese es el peligro que enfrenta México. Sería imperdonable que la mayor fuerza nacionalista y bastión histórico de los intereses populares no estuviesen en su trinchera por estar peleándose con la cocinera.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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