PARRESHÍA

And the show must go on

And the show must go on

Foto Copyright: lfmopinion.com

El alcalde Giuliani se entalló las medias en sus recién depiladas piernas, calzó los zapatos de charol de espigado tacón y revisó en el reflejo del espejo el acomodo de los pliegues de la braga en su trasero. Satisfecho con su figura salió al escenario y bailó adorablemente en la línea de las Rockettes en el Radio Music Hall de Nueva York (The New York Times 5/03/01).

Las preferencias y guardarropa del alcalde de Nueva York son muy de su incumbencia y no merecen mayor comentario. Pero la banalidad en la que ha caído la política espectáculo es algo que ofende a los políticos profesionales (por vocación, no por accidente o cálculo empresarial), denigra la política, confunde al ciudadano y pervierte la democracia. El asunto no es algo menor y lejano. La política de nuestros días ha privilegiado la imagen a cargo del contenido. Es ruido sin mensaje, escándalo sin propósito, impacto efímero e intrascendente, luces sin fuego. Es negocio privado y cálculo económico, más no proyecto colectivo y de interés general. La política de hoy rebosa vacuidad y chabacanería. El alcalde de Nueva York baila in tights in the chorus line y el gobernador de Minnesota es un fanfarrón de la lucha libre que aspira -con posibilidades- a ser Presidente de los EUA. En estas tierras de extraviados pasos rifan los pasamontañas, las pipas, las botas, las hebillas, las misioneras y los comediantes.

¡Díaz Ordaz, ¿dónde estás? ¿Algún día podrá regresar la razón y sobriedad a la política?! Nuestro firmamento político está surcado por frases vacías de contenido y compromiso que cual luces de bengala incendian fugazmente el entendimiento y la emoción de la ciudadanía. Tras el chiste, la maldición, el lugar común, la vulgaridad, el refrán y el anuncio nuestro de la cruzada de cada día no queda nada. Lo peor es que nadie quiere escuchar, analizar, ponderar. Todos están dispuestos a arrollar, quemar en leña verde, descuartizar a quien el maniqueísmo en boga señale como enemigo; nadie quiere escuchar y construir. La construcción, piensan, vendrá sola (automáticamente) tras el derrumbe del sistema autoritario derrocado. Todos viven el idilio del triunfo virtual de una revolución virtual. No en balde México está inmerso en la no negociación (mediática) de una no paz de una no guerra. Nunca antes, ni siquiera cuando los huesos de Cuauhtémoc, México había perdido tanto tiempo y esfuerzo en una obra göeveliana como la montada con Fox y Marcos. El productor y director de escena está aún por conocerse.

Desde diciembre del 2000 México vive inmerso en un concurso de complacencias, donde los actores sólo tienen ojos para ver, pesar y medir su popularidad efímera y banal, como el baile y vestuario del alcalde neoyorkino.

El Show Man ha suplantado al político, el mimo al estadista y el farsante al luchador social, los símbolos a los programas, el voluntarismo a la realidad. Todos disfrutan hasta el orgasmo los comunicados del Sub y los mensajes de paz del Presidente, seguros que en sus melodías el país transita hacia un nuevo estadio. Los aguafiestas no alcanzamos a diferenciar las medias de Giuliani de la pipa de Marcos o las botas de Fox. Símbolos ratings, líneas ágata, minutos al aire. Nada en concreto.

Atrás de las máscaras y los fuegos fatuos gubernamentales, la realidad de México persiste en espera de que la política recuperé su dignidad y propósito primigenio.

Mientras tanto, ordenemos otra orden de palomitas y una Big Diet Coke. ¡The show must go on!

#LFMOpinión
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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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